FE DE ERRORES

Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 03 de agosto de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Nos equivocamos. Unos más que otros, sin duda, y no todos con la misma responsabilidad, pero nos equivocamos. Y no sólo hoy, ni ayer, ni antier -que esos errores recientes sólo han sido de unos, o de uno más bien, y tiene nombre y dos apellidos-, sino desde hace treinta años. El «caso De Juana» es el fruto de un largo e intenso error que ha carcomido algunas estructuras sociales y políticas mientras todos bailábamos el alegre vals del optimismo democrático sobre un suelo institucional resquebrajado por los complejos y la pusilanimidad. Fuimos todos buenistas, y confiamos en el sentido y la positividad de la ley, del Estado, incluso del futuro, sin comprender el carácter mineral, impermeable, rocoso, del desafío terrorista. E incluso en la más lúcida cohesión de los años duros, olvidamos cerrar las grietas que había dejado abiertas nuestra bienintencionada confianza.

De Juana se ha escapado por una de esas grietas. La que durante la Transición cuarteó el ordenamiento penal con una oleada de progresismo esperanzado. Se descartó la cadena perpetua en la Constitución y se dejó sin reformar el código franquista, cerrando los ojos a la amenaza explícita y ya brutal del totalitarismo etarra. Fue la clase política la que se dejó llevar por esa música redentorista que confiaba en el final feliz, pero no hubo en el cuerpo social una demanda que tirase de las riendas a la dirigencia pública. Simplemente confiamos. Y olvidamos la necesidad de articular una respuesta por si se daba el caso de que la realidad no acabase siendo como creíamos merecerla.

Nos equivocamos también cuando quisimos creer que el terrorismo no era una violencia política. Cuando nos empeñamos en asimilar la ETA a una banda mafiosa y criminal y no a una organización totalitaria poseída por un delirio de poder. Al hacerlo evitamos la verdadera respuesta política, que no era la de la clamorosa humillación negociadora propuesta por Zapatero, sino la contraria: la del blindaje del Estado ante una agresión global formulada desde un designio político. Demente, pero político. Cuando el aznarismo trató de reconducir esa debilidad estructural, ya quedaban atrás veinte años largos de crímenes juzgados, en el mejor de los casos, bajo la juridicidad permisiva que ha puesto a éste y a otros asesinos en la calle. Porque no es sólo De Juana; son los que han sido, y los que aún serán.

Y, por último, se equivocó, esta vez él solo, Zapatero, cuando deshizo el escaso camino bien andado para trazar una deriva claudicante. El presidente desarticuló la fortaleza civil con una negociación genuflexa que proponía a los asesinos un premio por dejar de matar. Fue él quien trató de despenalizar a De Juana minimizando el último intento de agrandar su condena, él quien humilló al Estado al plegarse al chantaje, él quien desarboló la resistencia moral de las víctimas. Y él quien todavía mira para otro lado ante la evidencia del desastre e insta a «respetar la ley» que no ha querido cambiar. Peor aún, que en su momento quiso cambiar en sentido contrario, para flexibilizarla a la medida de su proyecto contemporizador y apaciguatorio. Ahora, después de tantos errores, no podemos sino lamentar esta amarga impotencia que nos retrata débiles, inermes y un poco, bastante, estúpidos.