EL TABLERO DE ESCHER

 

 Artículo de Ignacio CAMACHO  en  “ABC” del 16/01/05

  

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

LA tarde del pasado viernes, cuando recibía a Mariano Rajoy en la mitad justa de la breve escalinata del Palacio de la Moncloa, tendiéndole la mano en un gesto inmortalizado por los fotógrafos como una especie de cordial rigodón en el que parecía ayudar a su invitado a subir los peldaños de la residencia presidencial, José Luis Rodríguez Zapatero debió de recordarse a sí mismo en un trance similar, cuando hace apenas cuatro años era él el que subía los escalones como jefe de la oposición con un pacto bajo el brazo para ofrecer a Aznar la colaboración de su partido en la lucha contra el principal problema del Estado.

Con numerosos matices diferenciales -Aznar tenía mayoría absoluta, el terrorismo golpeaba con enorme dureza y Cataluña era aún una estable balsa gobernada por el muy responsable timonel Pujol-, la escena contenía elementos bien conocidos para el presidente del Gobierno, situado ahora en una dificilísima encrucijada política. No menos difícil que para el propio Mariano Rajoy, obligado a dar un paso al frente para exponer ante la opinión pública su sentido de la responsabilidad colectiva. Como declaró al final del pasado año el propio Zapatero, tras la aprobación del plan Ibarretxe en el Parlamento de Vitoria, es la hora de los hombres de Estado.

El desafío secesionista vasco ha convertido la escena española en un complejo tablero de ajedrez en el que, como aconseja en su tratado medieval el rey Alfonso X -apodado significativamente El Sabio-, es menester a veces sacrificar piezas para obtener un avance estratégico hacia el objetivo final. Sólo que, en las peculiares condiciones de la actual correlación de fuerzas, ese tablero no contiene sólo dos ejércitos de piezas de colores, sino un poliédrico conjunto multilateral que se parece a las desconcertantes figuras imposibles que imaginó el visionario Mauricius Cornelius Escher, el extraño artista que convirtió la lógica del espacio en una tormentosa paradoja conceptual.

La extrema complejidad del escenario obedece, probablemente, a los errores de planteamiento con que el propio Zapatero ha permitido que se desarrolle la agenda política al abrir a destiempo el debate del modelo territorial de España. La inesperada traición de Ibarretxe -traición incluso a su propia palabra, porque había prometido retirar el proyecto si lo apoyaba Batasuna- ha situado al presidente en medio de una enrevesada confluencia de intereses. Como jefe del Gobierno, está obligado a liderar la respuesta del Estado al desafío secesionista, pero su política de alianzas con el separatismo catalán le deja descubierto un importante flanco de estabilidad. Por otro lado, la firmeza del PP amenaza con dejarle en evidencia frente a la mayoría de ciudadanos deseosos de que se respete el modelo constitucional; y al mismo tiempo, le requiere una respuesta diferenciada para mantener su estrategia -inspirada por Pasqual Maragall- de elaborar un nuevo marco de relaciones entre las autonomías y el Estado.

La aceptación de un nuevo consenso con el PP obedece a la necesidad de Zapatero de ofrecer una respuesta tranquilizadora a la enorme mayoría ciudadana que desea verse representada por sus dos grandes fuerzas constitucionales. Nadie puede entender que, mientras el PP coincide con el Gobierno en el apoyo a la Constitución Europea y en el rechazo al plan Ibarretxe, los aliados de la mayoría parlamentaria le den la espalda en los principales asuntos del debate político inmediato. El presidente, tan aficionado a la política gestual, tenía que hacer un gesto y lo ha hecho. Quizá sólo eso; la aceptación de una comisión para debatir las reformas estatutarias y territoriales no presupone, por más triunfalismo con que se presente, más que una disposición al diálogo. Pero no cabe echar las campanas al vuelo, porque la agenda del Gobierno tiene otros compromisos anotados.

Es ingenuo pensar que, la víspera del encuentro con Rajoy, Zapatero e Ibarretxe pasaran cuatro horas en La Moncloa sólo para constatar su mutua discrepancia. Para rechazar el proyecto del nacionalismo vasco bastaba, cortesías incluidas, con la cuarta parte de ese extenso lapso temporal. Resulta más que probable que los dos líderes repasaran juntos cuestiones más complejas, entre las que la posibilidad de una tregua de ETA no debió de ser la menos significativa.

Ayer mismo, Zapatero hizo en San Sebastián un guiño al entorno de los terroristas. El modo en que destacados dirigentes del PSOE ponían el viernes, en privado, máximo énfasis en la importancia de la carta de falaz «mano tendida» enviada por Arnaldo Otegi a La Moncloa ofrece una relevante pista de interpretación de los acontecimientos. La ilegalizada Batasuna quiere intervenir en las próximas elecciones vascas, sin resignarse a que sus votos pasen directamente al PNV, y necesita de la comprensión del Gobierno a su más que probable intento de creación de una nueva plataforma electoral. Y al Gobierno no le vendría objetivamente mal que Ibarretxe se viese privado de los votos que necesita para conformar una mayoría absoluta con la que reforzar su órdago al Estado. Zapatero sigue soñando con convertirse, tras las elecciones vascas, en el árbitro de la situación para presentarle al nacionalismo una reforma estatutaria inspirada en el proyecto catalanista de Maragall, con el que confía -su optimismo resulta a veces irritante de puro terco- en obtener una jugada maestra.

El deshielo con el Partido Popular vendría a ser, desde esta perspectiva, una manera de asegurarse un plan alternativo. Zapatero sabe que el PP no va a aflojar en su defensa del modelo de Estado, y que los socialistas podrían sufrir una seria sangría de apoyos si cuajase en la opinión pública la idea de que son rehenes del separatismo catalán. Rajoy, por su parte, no tiene más remedio que mover pieza para dejar patente su responsabilidad prestando apoyo al Gobierno ante un reto de fuerza mayor, tal como el propio Zapatero hizo en el Pacto Antiterrorista. Por si acaso, se ha guardado la baza de la moción de censura, que algunos dirigentes del PP propusieron incluso declinar, en la reunión de Sigüenza, para dar más fuerza a su gesto de generosidad política.

Nos esperan meses muy agitados, en los que conviene desconfiar de los gestos y estar atentos a los hechos reales. Es tiempo de gambitos, amagos, fintas y regates. Tiempos de ajuste fino, negociaciones ocultas, encajes de bolillos. Algunos de los jugadores sentados ante este diabólico tablero -ETA y su entorno, Ibarretxe, los independentistas catalanes- están dispuestos a romper no sólo las reglas, sino el tablero en sí, y hasta la propia mesa si hace falta. Sería desastroso que el Gobierno olvidase que lo importante no es tanto ganar él solo la partida, sino garantizar que el juego siga siendo posible. En el caso de que la libertad, la paz y la prosperidad de España se puedan comparar con un juego.