EL PRESIDENTE Y LA PRESIDENTA

 

 Artículo de Jaime CAMPMANY  en  “ABC” del 28/12/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

EL precio que le hacen pagar a Zapatero algunos exaltados nacionalistas catalanes y vascos por sus votos es un precio excesivamente alto. Es un precio a todas luces abusivo, fuera de toda razón y de cualesquiera evaluaciones que no terminen en pagar sin tasa y sin límite para seguir siendo presidente del Gobierno. Se trata de comprar La Moncloa a toda costa.

Alguna vez tendremos que poner negro sobre blanco el catálogo de cesiones y concesiones que lleva entregadas Zapatero al nacionalismo radical a cambio de los votos parlamentarios de los «quatre gats» de la «esquerra» republicana. Nunca tan pocos consiguieron tanto en esta democracia, y tal vez en cualquier otra. Desde la cancelación del Trasvase del Ebro, insolidaridad más catalana que aragonesa, a la aquiescencia para desmantelar el Archivo de Salamanca, hay una larga lista de gatuperios zapateriles.

Los dos últimos disparatados proyectos vindicativos de los nacionalistas rabiosos del País Vasco y de Cataluña son el Plan Ibarreche de la «cosoberanía» y el «Estado asociado», de un lado, y el Estatuto catalán de la «nacionalidad», «comunidad nacional» o la «nación» dentro de otra nación, del otro. Ante el disparate intragable e impotable del Plan Ibarreche, Zapatero se salió por las peteneras de otro Plan, que era prácticamente el mismo, pero con seltz. Y ante el proyecto de Estatuto catalán, amasado por los dos compadres Carod-Rovira y Maragall, encontraron entre todos la denominación de «comunidad nacional» para evitar el término más claro al que apunta esa suerte de eufemismo o de ringorrango, que no es otro que el de «nación».

Señores, aquí entre ese fárrago semántico que manejan de manera tan ignorante, pero tan pícara, los nacionalistas y Zapatero, late claramente un problema de soberanía y, al menos, un deseo de establecer la desigualdad y jerarquización entre los territorios de España y entre los españoles. Se trata sencillamente de llevar a la Constitución de España el principio de su desmembración, empezando por reconocer en ella la existencia de territorios con unos privilegios y unos grados de soberanía que otros territorios no disfrutan.

Y si no fuera así, ¿para qué tanto empeño en modificar el texto constitucional en ese punto? Una de dos: o la modificación no altera ni rompe el principio de la soberanía nacional única, la de todo el pueblo de España, y en ese caso el proyecto se queda en una bagatela semántica, o lo que se intenta es, como claramente piden Ibarreche y Carod-Rovira, introducir una definición que permita fundamentar el derecho del País Vasco y de Cataluña a decidir su propio destino como nación (o comunidad nacional) y como pueblo soberano. O sea, el rompimiento de la unidad de España y su descomposición.

Lo más preocupante de todo esto es que Zapatero dice que a él le «gusta» eso de «comunidad nacional» y la magistrada María Emilia Casas no encuentra inconveniente alguno para la reforma de la Constitución en ese sentido. Y el uno es presidente del Gobierno y la otra es presidenta del Tribunal Constitucional. O sea, quien tiene obligación de defenderla y quien tiene el deber de aplicarla. ¡Pobre Constitución! Pronóstico reservado.