EL TRIPARTITO EN CATALUÑA: DEL CINISMO AL HARTAZGO
Artículo de Jordi Canal en “El
Imparcial” del 2-3-10
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
La semana pasada fueron bastante comentadas —aunque no lo suficiente en Cataluña, me parece, como suele ocurrir con temas considerados delicados por algunos medios de comunicación- las palabras de la esposa del presidente de la Generalitat de Cataluña, José Montilla, sobre la escolarización de dos de los hijos del matrimonio en el Colegio Alemán y las ventajas de estudiar en alemán e inglés, mientras solamente se recibe una hora de catalán a la semana. Ya sabíamos desde hace tiempo, pues Montilla lo dejó claro en un famoso programa de televisión, que llevar a sus hijos a una escuela privada y no a la pública era, para él, una “opción personal”. El President tiene toda la razón. Sin embargo, me pregunto, ¿qué pasa con aquellos padres que no pueden ejercer esta “opción personal” en Cataluña, ya sea por el hecho de que no les resulta posible permitirse pagar un mínimo de 400 Euros al mes por la escolarización de cada uno de sus retoños, ya sea por el hecho de que en su ciudad o en su pueblo no existe ningún Colegio Alemán, ni Liceo Francés u otra opción por el estilo? A todos esos padres sólo les queda la opción de la escuela pública o concertada, que ofrece únicamente la posibilidad de una inmersión total en catalán y una propina de tres horas de inglés a la semana y dos de castellano —recuerden la oposición visceral a que fueran tres, como pedía el gobierno español, liderada por el conseller Maragall y bendecida por Montilla-, como si el castellano no fuera también la lengua de Cataluña.
El
cinismo de José Montilla se convierte, en el tema del catalán y la escuela, en
monumental. No resuelta nuevo, en cualquier caso, en cuestiones lingüísticas,
como ya comenté en estas mismas páginas hace algún tiempo a propósito del
maltrato personal inflingido por el presidente de la Generalitat
al catalán hablado y escrito (“Incoherencia lingüística”, 19 julio 2008). Me
parecía entonces y me sigue pareciendo ahora una enorme incongruencia el muy
deficiente dominio de una lengua por parte del presidente de un gobierno
autonómico que, al mismo tiempo, impone un perfecto dominio de esta misma
lengua a los demás ciudadanos vía ley y palo.
Lo
más grave, no obstante, es que el cinismo mostrado por el presidente de la Generalitat
en estas cuestiones no constituye una simple anécdota, sino un elemento más en
una particular y aborrecible manera de gobernar. El cinismo como forma de
ejercer el poder vienen caracterizando, pienso, los últimos años de la vida
política en Cataluña. De ahí el descontento popular hacia los políticos y hacia
la política. La sensación de estafa y de espectáculo que solamente tiene
sentido para los propios protagonistas, esto es, la clase política, se ha
generalizado muchísimo en los últimos tiempos. Otros grupos políticos adolecen
de problemas parecidos, pero ha sido el Tripartito el que ha convertido el cinismo
en arte de gobierno. Seguramente lo peor ha sido el show todavía no terminado
del Estatut, algo que pese a no interesar
inicialmente a nadie excepto a los propios políticos se vendió como una
cuestión fundamental para la supervivencia “nacional” de Cataluña. El precio a
pagar ha sido altísimo —el enfrentamiento con otras comunidades y el
desprestigio de Cataluña, por un lado, y la total inacción del gobierno catalán
en variados frentes, del social al económico, pasando por el cultural,
enfrascado como estaba en el engendro estatuario de marras-, pero les dio igual
con tal de salirse con la suya. Aunque los resultados hasta el momento sean
pobres (lo único hasta ahora demostrado es que, desde un punto de vista
económico, el estilo pragmático de negociación de Jordi Pujol era mucho más
efectivo y menos costoso para el “país”), desde los partidos que forman parte
del Govern se sigue machacando, un día contra el
Constitucional, otro contra el PP y otro más contra las propias bases, sobre la
esencialidad del invento.
En
otro sentido, ¿no es acaso el cinismo el elemento definitorio de las
intervenciones a las que nos tienen acostumbrados el otro José, Zaragoza, o
Joan Puigcercós, en apoyo del Tripartito? ¿Cómo
definir la política del ecosocialista Joan Saura y
sus comisarios y comisarias en Interior, tanto en relación con la seguridad
como con el engendro de la memoria democrática? ¿Y qué decir de Esquerra
Republicana, que juega dentro y fuera, como gobierno y como oposición, según le
conviene, como ha ocurrido con los esperpénticos y poco seguidos referéndums de
independencia? Y sobre la cuestión lingüística, ya mencionada, y sobre las
embajadas, y sobre los informes, y sobre los coches lujosamente tuneados, y
sobre... tantos y tantos temas.
El
abuso del cinismo como forma de gobierno conduce, necesaria y afortunadamente,
con el tiempo, al hartazgo. No me refiero a la “fatiga” de Tripartito a la que
aludían Ernest Maragall o Antoni Castells
hace unas semanas -un cansancio en el que, en cualquier caso, los dirigentes
del PSC no pensaban cuando de lo que se trataba era de hacerse con el poder, al
precio que fuera y regalando a los socios, IC y ERC, lo que estos desearan,
aunque se tratase de una irresponsabilidad-. Hablo de auténtico hartazgo, del
hartazgo que empieza a notarse en la sociedad catalana con respecto al
Tripartito. En otoño de este año, si no antes, se celebrarán elecciones
autonómicas y entonces se verá hasta dónde llega el cansancio de los
ciudadanos. Cualquier opción puede ser buena con tal de que nos libre del
Tripartito, seguramente los peores gobiernos —los del primer Tripartito, con el
alocadamente irresponsable Maragall, y los del segundo, con el seriamente
irresponsable Montilla- que ha tenido la Generalitat de la etapa posfranquista.
Estos gobernantes son culpables, como mínimo, de un par de cosas: una más que
evidente decadencia, en múltiples terrenos, de Cataluña en España y en Europa,
y la conversión de la etapa pujolista, en comparación
con la suya, en una edad de oro. Tras más de veinte años de gobiernos de Jordi
Pujol un cambio, por simple dinámica democrática —aunque no únicamente, ni
mucho menos-, era necesario. Pero el remedio, como se dice en Cataluña, ha sido
mucho peor que la enfermedad. El tiempo del Tripartito se nos está haciendo siniestra
y cínicamente eterno.