CABREO GENERAL

Cuando todo el mundo busca aprovecharse de las debilidades del sistema, la bancarrota es inevitable

Artículo de José María Carrascal  en “ABC” del 27 de abril de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Me ha sorprendido sólo a medias el éxito abrumador del librito de Stéphane Hessel «¡Indignaos!», dada la tendencia humana a echar a los demás las culpas de nuestras desgracias, tendencia que entre los españoles forma parte del ADN. En la actual crisis que no cesa, ha habido sin duda errores mayúsculos. Pero los ha habido para todos. Es verdad que pudo evitarse con controles más eficaces. Pero no menos es cierto que nadie los pidió. Todo el mundo estaba encantado haciéndose rico sin esfuerzo. Todo el mundo especulaba. Todo el mundo, en la medida de sus circunstancias, era un poco Madoff. Desde el banquero que daba créditos para comprar un piso a un joven sin trabajo, al que compraba un piso pensando que iba a venderlo en dos años al doble del precio que le costó. Desde el empresario que no daba de alta en la Seguridad Social al trabajador eventual, al trabajador fijo que faltaba a su trabajo fingiéndose enfermo. Desde el que ofrecía intereses del 15 por ciento, al que metía todos sus ahorros en ese esquema. Desde luego, ha habido mayores y menores culpables, contándose entre los primeros, los gobernadores de los bancos centrales —llámense Greenspan o Fernández Ordóñez—, que no supieron o quisieron frenar tal desmadre, por no hablar ya de los gobiernos, montados tan ricamente en esa ola de falsa riqueza, llevándose entre ellos la palma el nuestro, que llegó a negar la existencia de la crisis, hasta que nos aplastó.

Pero, repito, ese comportamiento tan egoísta como arriesgado fue la tónica general y la causa de que esta crisis haya producido los efectos de un tsusami económico, con un componente ponzoñoso —¿recuerdan los «activos tóxicos»—, que nada tiene que envidiar a los de Fukushima. Cuando todo el mundo busca aprovecharse de las debilidades del sistema olvidando el bien general, la bancarrota de instituciones e individuos es inevitable, llevando a la quiebra del Estado, como está ocurriendo en Grecia, Irlanda, Portugal, con España no muy lejos. Sin que, al parecer, aprendamos, pues en vez de mirarnos al espejo, preferimos indignarnos, montar en cólera, buscar culpables, aunque sean tan genéricos y evanescentes como «el mercado», mercadeando nosotros cada día, a todas horas. «Si tolerásemos a los demás lo que nos permitimos a nosotros mismos, la vida se haría intolerable», advirtió hace ya tiempo George Courteline. Pero eso exactamente es lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Todo el mundo trata de sacar provecho del pérfido mercado. Incluso ese librito del viejo Hessel no es en el fondo más que una fórmula para hacer un montón de dinero a costa del cabreo general que denuncia. Y nosotros, comprándolo. Para cabrearnos aún más. ¿Será que nos gusta?