BAJO EL ARCO DE LA VERGÜENZA

Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 18 de febrero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Hubo un año, 1917, en que tres estamentos claves del Estado español, el ejército, el parlamento y los sindicatos, estallaron simultáneamente, en busca de una solución, no sólo para ellos, sino para un régimen que mostraba claros síntomas de agotamiento. Militares, congresistas y obreros empezaron a actuar por su cuenta, con juntas, reuniones extraparlamentarias y huelgas, en protesta por la dejación de sus deberes por parte del Gobierno. Ortega y Gasset lo plasmó en un artículo cuyo título lo decía todo: «Bajo el arco de la ruina».

Pero los jueces españoles nunca se habían manifestado de esta forma ni llevado tan lejos su protesta contra el Estado del que forman parte. Ahora lo hacen, demostrando que su paciencia se ha acabado con un gobierno que ha invertido las prioridades, que no reconoce sus errores y que es incapaz de enderezar la nave del Estado. Es verdad que no todos los jueces se han declarado en huelga, pero lo hacen los de las principales ciudades y, más importante, los de todas sus asociaciones. O sea que no se trata de una huelga político-ideológica, apoyada sólo por los jueces «conservadores» o los «progresistas» (adjetivos que me chirrían en los oídos tratándose de jueces), ni de una huelga laboral, pues han puesto esa reivindicación en el último puesto de su lista e incluso están dispuestos a aplazarla. Es una huelga contra el calamitoso «estado de la justicia», contra la falta de medios, contra el descontrol que reina en los juzgados, contra echarles la culpa de todos los males que afligen al que debería de ser el poder más importante del Estado, y quieren convertirle en servidor de los otros dos.

Pero es también una huelga contra el ministro del ramo. Mariano Fernández Bermejo ha sido la gota que hizo rebosar el vaso de la paciencia de los jueces, hasta hace poco colegas suyos por su condición de fiscal. Y la hizo, por su frivolidad, por sus meteduras de pata, por sus arranques intempestivos, por su lamentable sentido del humor y, lo peor de todo, por su falta de sentido jurídico. Un ministro de Justicia que sólo ve «inoportuna» su cacería con el magistrado que lleva una causa contra miembros del principal partido de la oposición sufre miopía judicial en el mejor de los casos. En el peor, no les quiero decir nada. Desde luego, queda descalificado para el cargo. ¿Inoportuna en el tiempo o en el espacio? ¿Inoportuna porque ha salido a la luz o porque no lo han ocultado? Esa cacería no es inoportuna, es vergonzosa, y si el señor Bermejo no estuviera en un gobierno especializado en cosas tan vergonzosas como seguir negociando con ETA después de que hubiese vuelto a matar o negar la crisis económica cuando todo el mundo la veía, estaría hoy en la calle.

Pero quienes están en la calle son los jueces. ¿Cómo lo titularía Ortega? ¿«Vergüenza ajena»?