LAS TRES CRISIS DE ZAPATERO

Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 07 de abril de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

No quería admitir una crisis y ha tenido que admitir dos: la económica y la de gobierno. A las que podía añadir una tercera: la personal, pues es él quien está al fondo y al frente de ambas.

Las crisis de gobierno se hacen siempre por ir algo mal en ellos. Se trata de una especie de sacrificios humanos para evitar que quien tenga que sacrificarse sea el jefe. Para percatarse de hasta qué punto el gabinete de Zapatero está desgastado basta mirar la cara de sus miembros, especialmente la del supuesto encargado de la acción en estos momentos: el de economía. Solbes era un lastre cada vez más pesado, con sus falsas predicciones, su hablar desinteresado, sus torpes y lentos movimientos. Apartándole se hace un favor a él y al Gobierno.

Hay otros y otras casi tan quemados, pero el presidente no se atreve a sustituirles, tal vez por temor a crear un tsunami, que termine arrastrándole. La vicepresidenta primera, por ejemplo, ya no da más de sí, excepto en el vestuario, con sus frases alcanforadas y sus gestos resabiados. Por no hablar de Magdalena Álvarez, la alegría de la huerta y la desgracia de la sintaxis. Aunque quien más quemada está es la hasta hace poco gran esperanza del PSOE, Carme Chacón, que ha descendido de un salto todos los escalones subidos, hasta situarse como potencial sucesora del jefe. Pero la ministra de Defensa ha cometido la peor de las faltas en política: no estar dispuesta a sacrificarse. Posiblemente, apalabró la retirada de Kosovo con Zapatero. Pero cuando la jugada salió mal, en vez de asumir todas las responsabilidades, alzó la voz, y eso se paga con el ostracismo. Si no se la sustituye ahora es por lo mismo que a María Teresa: por no hacer el boquete demasiado grande. Pero están marcadas.

Hay un par de elementos más en la crisis que la hacen especial. El primero es que Chaves haya aceptado dejar el califato andaluz por una incómoda silla en Madrid. Muy mal tienen que verlo tanto él como el presidente para que se produzca el cambio. Aún más grave es que José Blanco deje las riendas del partido para entrar en el gabinete, precisamente cuando más va a necesitarse tener el partido a raya, pues en tiempos difíciles es cuando surgen los motines. O la situación es más crítica de lo que pensamos o se ha cometido un error de bulto. El tiempo nos lo dirá.

Las crisis, les decía antes, se hacen para salvar a los presidentes. Pero de poco sirve cambiar los ministros si el presidente no cambia. Ésta es una crisis de Zapatero, de su política, errónea desde que llegó a la Moncloa, basada en falsedades dinamitadas por la crisis económica. Y el primero en saberlo es el padre de la criatura, el presidente del Gobierno, que quema puentes tras sí, como un ejército en retirada.

En las últimas semanas, Zapatero ha descubierto los Estados Unidos, la OTAN, el capitalismo, los verdaderos aliados de España, que no son Castro, Chávez, Morales, Erdogan, sino Brown, Sarkozy, Merkel y no digamos Obama, a quien ha sometido a un verdadero acoso, hasta arrancarle la palabra «amigo».

Este viraje venía produciéndose en nuestro país desde hace algún tiempo, aunque la bronca continua entre PSOE y PP impedía apreciarlo. Pero el fracaso de las negociaciones con ETA obligó a Zapatero a dar un giro de 180 grados en su política antiterrorista. De negociar con la banda pasó a perseguir a sus miembros con todas las armas de la ley. Y con mucho más éxito, todo hay que decirlo.

Algo parecido ocurrió en su idilio con los nacionalistas, hoy a la greña. Nos ha dejado, eso sí, la secuela de unos nuevos estatutos de autonomía con los que ni siquiera se atreve el Tribunal Constitucional. Pero al menos el presidente ya no habla de «cerrar la estructura territorial del Estado», consciente de las brechas que le ha abierto, y, como todos los políticos con dificultades internas, se vuelca en el exterior, con tropiezos de principiante, como el de Kosovo, y entusiasmos de converso, como el batallón para Afganistán.

Puesto a descubrir nuevos horizontes, Zapatero ha descubierto nada menos que el PP. El mismísimo que había intentado aislar como un apestado, pero al que ahora necesita para gobernar en el País Vasco y tapar la derrota en Galicia. Supongo que le habrá hecho la misma gracia que un vaso de aceite de ricino, pero la realidad manda, y Zapatero puede ser un cínico ignorante y sin principios, pero tal vez por eso mismo, en la práctica del poder y en habilidad para retenerlo pocos les ganan. Lo ha demostrado en los cinco años que lleva ejerciéndolo y tendremos abundantes ocasiones de comprobarlo en los tres que le quedan. Si le quedan. Pero ese es un tema que, por lo hipotético, preferimos obviar.

Aparte de que llegados a este punto, surge de forma natural una pregunta de mucho más calado: si el presidente del Gobierno español está descubriendo tantas cosas que ignoraba, ¿por qué no descubre también España? Pues la idea que tenía de ella no podía ser más endeble. Por no considerarla, incluso ponía en duda su carácter como nación, en la más pura línea «nacionalista». «Ese es un concepto discutido y discutible», se escabulló cuando le preguntaron al respecto. Y de todo cuanto ha hecho se desprende que considera España un solar dominado por los dogmas y el totalitarismo, de cultura retrógrada y costumbres impresentables. Nada de extraño que haya querido devolverla, no ya a la Segunda República, sino a su momento fundacional, los Reyes Católicos, para levantar una nación de nueva planta. De ahí la importancia que ha dado a las comunidades autonómicas, los viejos reinos, como piedra básica de su «España plural», que no es una nación propiamente dicha, sino un conjunto de ellas, entre las que se reparte su soberanía.

En el baño internacional que acaba de darse, Zapatero ha tenido que darse cuenta de lo equivocado que estaba. España existe como nación y como Estado. No es perfecta -¿quién puede presumir de ello?-, pero resulta incuestionable que tiene un peso específico por historia, política y cultura, en especial, la lengua, con proyección universal cuando, paradójicamente, se la ponen trabas en casa con la anuencia del gobierno. España no es la suma de Cataluña, País Vasco, Castilla, Andalucía, Galicia y así, hasta 17 elementos dispares. España es el crisol de todos ellos, conocido en el mundo como «lo español», con todo lo que tiene de bueno, malo y regular, pero indiscutible. En sus diálogos con los dignatarios extranjeros, aunque hayan sido a través de un intérprete, Zapatero tiene que haber percibido esa realidad, que él venía empeñándose en cambiar y, en ocasiones, combatir. Si sus últimos viajes le han servido para percatarse de ello, han valido sobradamente la pena. Pues ya es hora de que el presidente del Gobierno español descubra que España existe.

Lo que nos devuelve a la reflexión del principio: no estamos ante una simple crisis de gobierno. Estamos ante la crisis del presidente del Gobierno, y de poco le servirá cambiar su gabinete si no cambia su política.