LAS DUDAS HAMLETIANAS DEL TC

Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 11 de enero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

El formateado es mío (L. B:-B.)

Con un muy breve comentario a pie de título:

PREGUNTAS AGÓNICAS

A la pregunta que hace Carrascal añadiría: ¿Y para qué necesitamos este Gobierno? ¿Para cumplir y hacer cumplir la Constitución, como prometió o juró, o para incumplirla y hacer que se incumpla?

La pregunta es muy grave: existen los delitos contra la seguridad del Estado y de prevaricación, y la categoría politológica del Golpismo institucional. Es hora ya de que el pueblo español se haga esta pregunta, y la oposición y Tribunales Ordinarios también.

Luis Bouza-Brey (11-1-10, 10:30)

Como un Hamlet con toga, el Tribunal Constitucional lleva tres años sumido en la duda de si aprueba o no el nuevo estatuto catalán. En realidad, es una duda sobre sí mismo, sobre su naturaleza y papel en el ordenamiento democrático español, sobre sus deberes y derechos, funciones y responsabilidades. En otras palabras: sobre el espacio a que pertenece, el político o el jurídico. Los otros tribunales lo tienen muy claro, aunque no lo practiquen siempre: forman parte del tercer poder del Estado, independiente de los otros dos.

El Constitucional, en cambio, se mueve en esa zona fronteriza donde confluyen política y judicatura, los imperativos del hoy con los de siempre, nunca fáciles de encajar, y en ocasiones, imposible. Por ejemplo: hacer constitucional lo que no lo es. Durante tres años, la presidenta del tribunal, doña María Antonia Casas, con la ponente del caso, doña Elisa Pérez Vera, vienen tratando de resolver esa cuadratura del círculo. Creyeron encontrarla en una sentencia «abierta», es decir que pudiera interpretarse tanto en un sentido como en otro. Pero pronto se encontraron con el muro de la realidad, contra el que no hay interpretación que valga. Si la soberanía nacional reside «en el pueblo español» (Art. 1), no puede haber soberanías de una parte de ese pueblo. Si la Constitución se funda en «la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles» (Art. 2), no puede haber otras naciones en España. Si el castellano es «la lengua oficial del Estado, que todos los españoles tienen el deber de conocer y el derecho a usar» (Art. 3), no puede ser desplazada en ninguna comunidad. «Lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible». Creíamos que esta máxima del torero había sido adoptada por el TC, al emerger allí una mayoría dispuesta a atenerse más a los principios que a las circunstancias, y que esta semana tendríamos sentencia.

Pero parece que las dos señoras siguen dispuestas a encontrar una salida más acorde con las circunstancias políticas, y habrá que seguir esperando. Como se retrasen un poco más, se nos echan encima las elecciones catalanas, y entonces sí que sería cuestión de no mezclar el fuego con la gasolina. Aunque puestos ya a esperar, ¿por qué no dejarlo para 2013, tras las próximas elecciones generales? ¿O «ad kalendas graecas»? A fin de cuentas, ¿qué necesidad hay de ese fallo? El nuevo estatuto catalán ya se está desarrollando y aplicando sin que nadie se alarme ni se ofenda. Y si se ofende, que se aguante. Claro que alguien podría también preguntarse: ¿para qué necesitamos entonces el Tribunal Constitucional? ¿Para que se aplique la Constitución o para impedir que se aplique?

En tales condiciones, tan malas o peores que las meteorológicas, sólo nos queda esperar lo mejor y estar preparados para lo peor.