Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 15 de enero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Puede ser
el efecto óptico de una meteorología inclemente, pero creo que hay algo más
profundo detrás: regresar a España tras casi cuatro meses de ausencia le
produce a uno la impresión de regresar al país de su infancia, a los años duros
de la posguerra, al frío, al viento, la nieve, las luces mortecinas, las
incomodidades, la desidia administrativa, los establecimientos cerrados, los
letreros de «Se alquila», los aeropuertos convertidos en aquellas estaciones
donde los viajeros dormían en los bancos, las miradas duras en los ojos de
cuantos nos cruzábamos y la palabra «Imperio» sustituida por «Presidencia
europea» en los «partes».
Si a
ello se añaden unos españoles separados no sólo por la vieja frontera de
izquierdas y derechas, sino también por las nuevas de los nacionalismos y
localismos, el viajero se lleva un susto. Lo usual era encontrar una España más
próspera, más optimista, más jovial. Esta vez es justo lo contrario, como si
sus viejos fantasmas hubieran vuelto de repente.
Y en
cierto modo, es así. ¿Qué ha pasado para que tanto cambiase en tan poco tiempo?
Pues ha pasado que vivíamos en las nubes y hemos caído de ellas sin paracaídas.
No queríamos ver lo que realmente somos, como nuestro presidente no quería ver
la crisis, pero la crisis nos ha dado de bruces con la realidad. Nos creíamos
ricos, y no lo éramos. Presumíamos de haber sobrepasado a Italia, de estar en
el grupo de cabeza, y estamos en el de cola. Debemos nuestro bienestar a la
generosa ayuda europea, a unas medidas acertadas tomadas por algunos Gobiernos hace
ya muchos años y a una coyuntura internacional que nos era casualmente
favorable. Pero en vez de aprovecharla para corregir nuestras deficiencias,
para trabajar como es debido, para prepararnos para el mundo que se avecinaba,
dejamos que siguieran siendo los otros quien inventaran, que los trabajos más
duros los hicieran los inmigrantes, mientras nosotros nos dedicábamos a gozar
de nuestra recién adquirida modernidad y democracia, sin pensar nadie que ésta
significa tanto responsabilidad como libertad.
El resto
lo hicieron unos políticos más interesados en la ideología que en la economía,
en enriquecerse ellos que en enriquecer el país, en sus partidos que en la
nación, en ajustar viejas cuentas que en saldarlas definitivamente, en abrir
diferencias (y fosas) que en cerrarlas, y tendrán esa España gélida, inhóspita,
gris y amenazadora que aguarda al viajero tras un largo periodo de ausencia.