LA BANDA DEL TITANIC

Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 10 de febrero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Bastaba ver las caras de los senadores y diputados socialistas escuchando ayer a Zapatero para darse cuenta del esfuerzo que estaban haciendo para creer lo que les decía. Y es que se necesitaba una fe de carbonero para no echarse a llorar o a reír ante aquella reata de simplezas. Sólo Alfonso Guerra, sin mirarle, buscaba afanoso en las páginas del discurso algo que sólo él podría decirnos. Los demás, como estatuas de un cementerio, que era lo que aquello parecía. A la salida, mientras se dejaba fotografiar entre niños, el presidente dijo la única cosa fiable: «Es el momento más grato de la jornada». Puede que para sus adentros se estuviese diciendo: «¡Lástima que los ingleses no sean como los niños o, por lo menos, como los españoles!». Veníamos del esperpento de Elena Salgado tratando de convencer a los medios y mercados europeos de la solidez de nuestra economía, mientras José Blanco acusaba a esos mercados y medios de conspirar contra España. El Financial Times se ha quedado corto al calificarlo de esquizofrénico e infantil.

El único culpable de la lamentable situación en que se encuentra la economía española es un Zapatero apalancado ante la crisis, contumaz en el error y sordo a las advertencias que le llegan por todas partes. Esa es la única conspiración que ha habido: la de un presidente que empezó negando la crisis, pasó a asegurar que no afectaría a España, dilapidó luego las reservas de la nación con una serie de medidas inoperantes, anunció cien veces -ayer la última- el inminente inicio de la recuperación, insistió en las medidas fracasadas -como ese Plan E2 para rotondas, aceras o polideportivos- y organiza, de Cádiz a San Sebastián, congresos tan caros como inútiles, para celebrar su fugaz presidencia de Europa. La banda del Titanic, interpretando valses mientras el trasatlántico se hundía, no lo hizo mejor.

Hoy, el mayor peligro para España es un presidente del Gobierno instalado en la mentira y convencido de que puede engañar a los extranjeros, como ha engañado a los españoles. Aquí nos hemos tragado sin rechistar que puede recortar 50.000 millones de euros del gasto público «sin tocar las prestaciones sociales», e incluso ampliarlas, como esa prolongación del subsidio de paro a los que se han quedado sin él que acaba de anunciar. O sea, más déficit. Y, encima quiere que doña Elena Salgado convenza a los inversores extranjeros de la salud de nuestras finanzas.

«¡De la que me he librado!», debe de estar diciéndose Solbes. De lo que no se libra es de la culpa que le toca por haber contribuido a pulverizar en pocos años los avances realizados por España hacia la estabilidad y el desarrollo durante décadas.