VUELTA A LA NADA
Artículo de José María Carrascal en “ABC”
del 21 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
¿A qué
ha ido ese hombre a Londres, con la que hay armada en Madrid? ¿A cortejar a los
mercados o a enseñarles el dedazo, como Aznar a sus «fans» en Oviedo? ¿A
fotografiarse con Brown o con Papandreu? ¿Por qué
crea una comisión triministerial para reunirse con
los dirigentes de los demás partidos, si el portavoz del suyo ya se está
reuniendo con ellos? ¿Por qué no ha citado a Rajoy, si dice que es tan
importante su colaboración? ¿Y a qué tantas reuniones, si la cosa está
encarrilada y a final de año empezará a crearse empleo? ¿Va a seguir las
recomendaciones de los expertos o a seguir actuando por su cuenta? ¿Recortará
todos los gastos o sólo algunos? Y, sobre todo, ¿vamos a tener que hacer
sacrificios o no? Pues esa palabra, como antes la de crisis, no la ha
pronunciado todavía. Y hay quien dice que los sacrificios son la clave de la
situación.
Los
mentirosos patológicos como él, sin embargo, creen que puede engañarse a la
realidad con sólo cambiar el nombre de las cosas. Cuando se les acaban las
palabras, intentan sustituirlas por gestos, y al acabárseles los gestos, entran
en un estado cataléptico, próximo a la histeria, en el que ya se encuentra
nuestro presidente, al que tan pronto vemos aquí como allá, sonriente o airado,
parando golpes o propinándolos, humilde o altanero, inclinándose a la izquierda
o a la derecha, seguro de sí mismo o huidizo. ¿De qué huye este hombre? Pues
huye de sí mismo. Huye del Zapatero que negó la crisis, y hoy se ve obligado a
calificarla de grave; del que descalificó todas las recetas del PP, y ahora no
tiene más remedio que copiárselas; del que proclamaba una gloriosa presidencia
española de Europa, y tiene que vivirla como un vía crucis; del que anunció que
pronto superaríamos a Francia, tras superar a Italia, y ahora tiene que
contentarse con superar a Grecia; del que mimó a los sindicatos, y ve que se le
amotinan; del que espera la recuperación como el personaje de Beckett esperaba
a Godot; del Zapatero, en fin, que engañó a todo el mundo, y ahora sólo puede
engañarse a sí mismo. Por eso está tan irritado, tan nervioso, tan
contradictorio, tan errático, confundiendo a sus propios colaboradores. Es la
suya esa desesperación del que ha llegado al cabo de la calle, la del que ya no
encuentra a nadie que le crea. La angustia del que busca a quien echar la culpa
de sus errores, y se da cuenta de que ha agotado todos los posibles culpables.
El pánico del que sólo percibe alrededor desdén y desconfianza. Los únicos
dispuestos a ayudarle son los pocos que vienen compartiendo su andadura desde
el principio y los que esperan poder sacar tajada de su desahucio. Su caída es
tan vertical como fue su ascenso. Esa es la escueta realidad. Por eso la odia y
la niega Todo apunta, sin embargo, que más pronto que tarde, volverá a la nada.