LAS DOS EUROPAS
Artículo de José María Carrascal en “ABC”
del 04 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En
efecto, hay que evitar el alarmismo, que sólo genera alarma. Pero hay también
que evitar el superoptimismo, el sustituir la
realidad por nuestros deseos. Porque la realidad se venga de la forma más cruel
y brutal, impidiéndonos reaccionar y salir del pozo. El superoptimista
no engaña a los demás. Se engaña a sí mismo.
No estoy
hablando de España, sino de Grecia. Grecia empezó engañando a la Comunidad
Europea, presentando datos falsos para poder ingresar, y ha continuado
engañándola maquillándolos. En realidad, estaba engañándose a sí misma, no
cumpliendo los criterios económicos comunes y gastando más de lo que producía.
Hasta que el volumen de su deuda se le ha venido encima, convirtiendo sus bonos
estatales en bonos basura. Y unos bonos estatales basura quieren decir que la
basura es el país. Los efectos destructores que tiene el autoengaño los estamos
viendo en Grecia, con una población que se niega a admitir su realidad,
disputándose en la calle lo poco que queda en las arcas públicas. El síndrome
del barco que se hunde.
España
no lo hizo así. España cumplió los criterios de Maastricht para ingresar en la
Comunidad con un duro plan de ajuste, que empezaba por la congelación salarial
de los funcionarios y el saneamiento de su economía, que la llevó a cuotas de
crecimiento superiores a las de sus vecinos. Es verdad que no todo se hizo bien
y que hubiera habido que aprovechar aquellos años para realizar las reformas
estructurales que necesitaba la economía española para ser realmente eficaz.
Pero España seguía con superávit y atrayendo capital extranjero.
Hasta
que llegó la crisis. Una crisis que cogió por sorpresa a todos. Pero a partir
de ahí, hubo una importante diferencia: embarcado como estaba en sus planes
ideológicos de dar la vuelta al país y confiando en los datos económicos más
superficiales, nuestro presidente negó la existencia de la crisis. Y cuando ya
no pudo negarla, se puso a ponerle parches y a anunciar cada poco la llegada de
la recuperación, confiando en que los demás saldrían y tirarían de nosotros.
Así dilapidó las reservas acumuladas, multiplicó el déficit, alcanzó un 20 por
ciento de paro e hizo descender a España, desde la cabeza, al pelotón de los
torpes, con Portugal y Grecia. Pese a ello, sigue diciendo que la recuperación
está a la vuelta de la esquina y sigue sin tomar las medidas que le aconsejan
los organismos y los mercados internacionales. Pues las últimas, por ahora, el
recorte de altos cargos y el cierre o fusión de empresas públicas, con un
ahorro de 16 millones de euros, son más de lo mismo, una gota de agua en una
plancha al rojo. O si lo quieren, el chocolate del loro.
Lo peor,
sin embargo, no es eso. Malos, inútiles, destructivos gobiernos los han tenido
todos los países en todos los tiempos. Pero han sabido echarlos antes de que se
cargasen el país. Lo peor es que se nos ha contagiado no ya la situación, sino
la actitud griega, y el pueblo español, al menos en su inmensa mayoría, ha
apoyado al Gobierno en su carrera suicida de autoengañarse.
Y le ha apoyado por comodidad, por saber que la alternativa era muy dura, que
la medicina, muy amarga. Con lo que hemos llegado a la situación actual. ¿Va el
Gobierno español a continuar creyéndose sus propias mentiras? ¿Va el pueblo
español a seguir creyéndole? ¿Vamos a actuar como un país serio, responsable?
Porque para ello lo primero es aceptar la realidad, que es muy distinta de la
que presenta el Gobierno. Es verdad que nuestra deuda es sólo del 54 por ciento
del PIB, comparada con el 120 de Grecia y el 80 de Portugal. Pero olvidan
decirnos que unida al déficit presupuestario se convierte en la mayor deuda del
mundo tras la de Islandia. Y que España tiene que pagar 225.000 millones de
euros este año, que habrá que financiar fuera.
Que
seamos mucho mayores que Grecia es un arma de doble filo. Grecia, con una
economía la quinta parte de la española, es salvable, eso sí, con esfuerzo.
España, no. Se habla de 110.000 millones de euros para salvar a Grecia. España
requeriría un mínimo de 500.000 millones, que no tienen Europa ni el FMI.
Esta es
la realidad.¿Qué hacer? De
momento, aceptarla y tomar las medidas pertinentes. ¿Cuáles son? Las que se
están imponiendo a Grecia a cambio de ayudarla: recorte del sueldo de los
funcionarios, congelación de salarios, supresión de las dos pagas extra
anuales, subida de impuestos, ampliar la edad de jubilación y otras por el
estilo. Los griegos se han sublevado contra ellas. Pero es no o no. Si no lo
hacen, no se les ayudará. Los alemanes, desde luego, no están dispuestos. Se
les acusa de egoístas, de insolidarios. Pero después de haber financiado las
economías subdesarrolladas en el oeste europeo y la de su zona oriental, ¿puede
extrañar que estén hartos de pagar facturas ajenas? ¿De que tengan que esperar
a los 67 años para jubilarse, mientras los griegos lo hacen a los 63, y un
policía ya a los 45 si ha cotizado 15? En cuanto a la
acusación a Angela Merkel
de pensar sólo en sus elecciones, ¿es que no hacen lo mismo todos los líderes
europeos y mundiales? ¿Quién es el insolidario, el que gasta más que lo que
tiene o el que se niega a dárselo?
De
cuantos efectos perniciosos tiene la crisis, puede que el peor sea la quiebra
entre la Europa del centro y la del sur, entre los países germánicos y los
mediterráneos, con la idea cada vez más extendida de que los primeros se dedican
a trabajar y los segundos a divertirse. Un viejo estereotipo que ha revivido
con fuerza, como ocurre en todas las crisis.
Y hay
bastante verdad en ello. Montados en el euro -una moneda fuerte respaldada por
el marco-, los países mediterráneos -pobres- nos creímos ricos y empezamos a
vivir como tales. Sin serlo. Las consecuencias son las anomalías que estamos
viviendo: que se considere normal que un estudiante tenga derecho a un sueldo y
a un piso. Que viajar al extranjero sea como viajar por el propio país. Que un
mediterráneo llegue a Nueva York y lo encuentre todo barato. Que un piso en
Madrid cueste el doble que uno en Berlín. Eso no es normal. Lo normal es que un
país pobre -como Grecia, como Portugal, como España- no viva como Alemania, con
una capacidad industrial, tecnológica y científica mucho mayor. Y estamos
viviendo mejor, se lo aseguro, que visito aquel país todos los años.
El
problema es que hemos creado una sociedad para el ocio, no para el trabajo.
Para consumir, no para producir. Una sociedad con muchos derechos y muy pocas
responsabilidades, donde el Estado está obligado a suministrar todo tipo de
servicios gratis o casi gratis, mientras el individuo pone poco o nada de su
parte. Como «no hay almuerzo gratis», según el dicho anglosajón, la única forma
de mantenerlo es pedirlo prestado. Nada de extraño que Europa pinte cada vez
menos en la escena internacional. De continuar así, terminará siendo un lugar
de vacaciones de los que verdaderamente dirigen el mundo. El área mediterránea,
empieza ya a serlo, con todo el mundo empeñado hasta las cejas. Los bancos
griegos deben a Portugal 10.000 millones de euros. Los portugueses a España,
86.000 millones. Los españoles a Alemania, 238.000 millones. Y así
sucesivamente. Ante lo que no ha quedado más remedio que ayudar a Grecia para
no ser arrastrados por ella. Pero será la última vez que se haga, y con
estrictas condiciones. Los alemanes no están dispuestos a seguir financiando la
buena vida de sus socios. Ello puede significar el fin del hermoso proyecto de
una comunidad del norte, sur, este y oeste de Europa. Que la unión se consolide
o se rompa dependerá de los propios europeos. Especialmente, de los que hasta
ahora han venido engañándose y engañando a los demás.
Como
dependerá de los españoles, en caso de que el invento se vaya al traste,
decidir a qué Europa queremos pertenecer, a la de primera o a la de segunda
categoría.