TRES SIMPLES VOTOS

 

 Artículo de FRANCESC DE CARRERAS  en “La Vanguardia” del  06/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Tres simples votos han vuelto a situar al plan Ibarretxe en el centro de la política española. Durante los últimos meses, la creciente debilidad operativa de ETA y los cambios en la dirección del PNV hacían creer que las tensiones en el País Vasco iban disminuyendo y los problemas tendían a encauzarse. Paralelamente, la situación en Catalunya despertaba cada vez mayores recelos.

Pero han bastado sólo tres imprevistos -aunque previsibles- votos de los diputados de la ilegalizada Batasuna para situar de nuevo la política vasca en el primer plano de un escenario autonómico español probablemente más complejo que nunca. Por si alguien tenía dudas, el diputado Puigcercós, de ERC, se ha apresurado a declarar que la aprobación del plan Ibarretxe por el Parlamento vasco no es más que el entremés del auténtico plato fuerte: la aprobación por el Parlamento catalán del proyecto de nuevo estatut de Catalunya.

Aunque se quiera mantener oficialmente lo contrario, es indudable que los dos procesos de reforma total de sus respectivos estatutos se influyen mutuamente: las tácticas y estrategias son distintas, pero los motivos y objetivos finales son muy parecidos. En todo caso, lo más relevante de ambos procesos es que el afán en cambiar de estatuto no nace de causas objetivas, es decir, su origen no es el mal funcionamiento de las instituciones autonómicas vascas y catalanas. Ningún experto extranjero, presuntamente neutral, se atrevería a decir que deben cambiarse totalmente los estatutos de Catalunya y el País Vasco porque su rendimiento institucional es deficiente. Por el contrario, tales expertos muestran admiración por el alto grado de autonomía alcanzada en tan breve tiempo y por el buen funcionamiento de las comunidades autónomas; y cualquier persona, experta o no experta, española o extranjera, sabe que el País Vasco y Catalunya son dos de las comunidades más ricas y con mayor bienestar de España, riqueza y bienestar acrecentados en los últimos 25 años de autonomía constitucional. Por tanto, las razones para pretender una reforma global de los estatutos no son debidas a causas inherentes, a deficiencias observadas en el sistema, sino que son de otro orden: son debidas fundamentalmente a prejuicios ideológicos y a intereses de partido. Veamos unos y otros.

El motor que orienta estos cambios estatutarios es, sin duda, la ideología nacionalista, la cual considera que toda nación, entendida en su sentido histórico o cultural, debe tener un Estado propio e independiente de los demás. Desde este punto de vista, la autonomía no es una finalidad en sí misma, sino un peldaño más de una escalera cuyo último rellano debe ser la soberanía plena. Así pues, por su propia naturaleza, los partidos nacionalistas deben propugnar siempre el cambio de los estatutos de autonomía, ya que los consideran como meros instrumentos para alcanzar finalidades superiores a las que se debe lealtad suprema. Pero también en la opción por la reforma total de los estatutos han influido los coyunturales intereses de partido. Sólo dos ejemplos. El voto conjunto de PNV y EA estaba experimentando, desde principios de los años noventa, un claro declive debido a la pérdida de electores conservadores, y para contrarrestarlo tuvieron que acudir -aumentando su caudal de votos- a la búsqueda del voto abertzale: de ahí el pacto de Lizarra, de ahí el plan Ibarretxe. En Catalunya, por su parte, la opción por la reforma del estatut es acogida por el PSC, tras la derrota de Maragall en las elecciones autonómicas de 1999, como moneda de cambio para pactar con ERC. Los socialistas obtuvieron su recompensa en las elecciones siguientes: Maragall, pese a no ser el candidato más votado, obtuvo la presidencia de la Generalitat con el apoyo de Carod.

En consecuencia, por razones ideológicas, por intereses de partido o por la mezcla de ambas cosas, ahora nos encontramos con un problema sobrevenido que, en realidad, es el producto de un éxito: si el Estado de las autonomías no hubiera funcionado, si la autonomía de las comunidades no se hubiera apurado prácticamente hasta el límite constitucionalmente permitido, ahora no estaríamos intentando reformarlo, sino, simplemente, desarrollarlo, dar cumplimiento al mandato constitucional de organizar España en autonomías territoriales.

No es casualidad que precisamente en el momento en que está a punto de culminarse el Estado de las autonomías se sigan planteando problemas de fondo en la organización territorial. La causa está en que los objetivos de unos y de otros son diferentes: mientras unos quieren los cambios para perfeccionar el modelo, otros los quieren para pasar a un modelo distinto. El entendimiento entre ambos, a la larga, se está revelando imposible. Quizás deberíamos empezar a ser conscientes del problema para así poder abrir un debate sincero y claro, sin restricciones mentales ni medias verdades. Seguramente lo agradecerían los ciudadanos.

Es democráticamente legítimo, qué duda cabe, alegar intereses partidistas o ideologías nacionalistas para emprender actuaciones políticas, siempre que se respeten los cauces jurídicos. Pero así como la democracia sólo la construyen los demócratas, la autonomía sólo pueden construirla los autonomistas, es decir, aquellos que creen en el Estado autonómico, nunca aquellos otros que pretenden irlo cambiando para, al fin, destruirlo.

¿Qué esperan el PSOE y el PP para ponerse de acuerdo en terminar lo poco que falta para completar nuestro modelo territorial de Estado? Tres simples votos -y el plato fuerte que se anuncia- no pueden poner en cuestión el éxito que ha supuesto el Estado de las autonomías.

FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB