EN EL CALVARIO

 

 Artículo de Francesc de Carreras  en “La Vanguardia” del 31-12-05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.



Entre los dirigentes de los partidos que forman parte del Ejecutivo catalán y entre los consellers y otros altos cargos de la Generalitat, hay un cierto acuerdo en considerar que la elaboración del nuevo Estatut ha oscurecido su labor de gobierno. Ciertamente, no sé si esta labor ha sido mucha o poca: quizás algunas conselleries han hecho algo y no nos hemos enterado. Pues bien, al Gobierno Zapatero le puede pasar lo mismo. En realidad ya comienza a pasarle.

En septiembre, un par de semanas antes de la aprobación por el Parlament de la propuesta catalana, le dije a un amigo, alto cargo en el Gobierno de Madrid, que si el texto debía tramitarse en la Cortes Generales este invierno podría ser para ellos un calvario. Aunque no está confirmado del todo, parece que Zapatero buscó en aquellos días la complicidad de Artur Mas para que el proyecto se aprobara en Catalunya a condición de rebajarlo en Madrid.

Si ello es cierto, esta táctica de Zapatero muestra un desconocimiento de la situación en Catalunya y, en especial, del comportamiento habitual de los partidos nacionalistas. Desde el principio, ya antes de que gobernara el tripartito, el nuevo Estatut se ha planteado como el terreno en el que se disputan la hegemonía los dos partidos que se reclaman del nacionalismo.

En efecto, CiU y ERC, mientras proclaman la necesidad de mantener una actitud común, se vigilan de reojo porque saben que un sector decisivo de su electorado potencial está atento a todos sus movimientos. Ambos han prometido demasiado: "Es una ocasión única para el futuro de Catalunya, hay que aprovecharla y quizás no se presentará otra en veinticinco años". Desearían sin duda aprobar un nuevo estatuto, se han comprometido a ello, pero no uno cualquiera sino aquel que sitúe a Catalunya en una nueva relación con España, con una autonomía singularizada que la distinga de las demás comunidades autónomas. Saben que el que aparezca como el traidor de la película lo pagará caro.

En ese escenario la negociación no es fácil. Al PSOE le ha fallado clamorosamente un PSC que ha dejado que llegara a Madrid un proyecto excesivamente inconstitucional y excesivamente disfuncional para el conjunto del Estado autonómico. Un texto que tiene un mal arreglo. Además, con unos negociadores catalanes condicionados por unas promesas que no pueden rebajar mucho dado que perderían credibilidad entre sus votantes.

Zapatero quería tener el asunto solucionado el 27 de diciembre. Después pasó al 30. Ahora el horizonte se sitúa a finales de enero. Pero no parece que se pueda admitir lo que es sustancial para los nacionalistas catalanes. Maragall ha pasado ya su calvario, con corona de espinas incluida, y ahí está arrinconado. Zapatero lleva tres meses de calvario y va camino del cuarto. A veces, en casos como éste, es mejor detenerse antes de ser crucificado, muerto y sepultado. Rectificar a tiempo, dicen que es de sabios. Probablemente, el error de Zapatero tuvo lugar en septiembre. A algunos les acompaña la suerte. Pero en política no puede uno confiar sólo en la suerte: hay líneas rojas que no se deben nunca traspasar. El presidente del Gobierno debería meditar en todo ello: corre el riesgo de que el resto de su labor quede oscurecido y, a partir de ahora, su ejecutoria de gobierno brille tanto como la del tripartito catalán.