DOS AÑOS DE ZP
Artículo de Francesc de Carreras en “La Vanguardia” del 20.04.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el
artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
A mitad de mandato, el balance sobre el actual Gobierno socialista ha sido
enjuiciado de forma triunfalista por el PSOE y catastrofista por el PP. Normal.
Pero desde una posición más objetiva y desinteresada, no tiene ningún sentido
trazar un panorama color de rosa como hacen los socialistas, ni decir que nos
encontramos "ante el peor gobierno de la democracia", como hacen los populares.
Probablemente, lo más exacto sea plantear un balance en claroscuro, con luces y
sombras, esperanzas y riesgos.
Antes de entrar en un examen más pormenorizado, la gestión del Gobierno
socialista, muy personalizada en su presidente, no puede hacerse sin
contrastarla con la del anterior gobierno del PP, también muy personalizada en
Aznar. Se trata, en definitiva, de la famosa cuestión de los distintos talantes,
que, efectivamente, no pueden ser más distintos. Aznar gobernaba como si fuera
sólo responsable ante la Historia, así con mayúsculas, y los españoles que
rechazaban su política eran ignorantes pancarteros, gentes sin el sentido de
Estado del que sólo él disponía en exclusiva. Zapatero, en cambio, se esfuerza
por caer bien a todos, a todos los españoles vivos y realmente existentes, sean
del color que sean: necesita una constante aprobación de su acción diaria por
parte de la mayoría.
Más allá de las sonrisas, el tono de voz y el fondo de la mirada, creo que en
esta distinta manera de hacer política se distingue el auténtico meollo del
talante tan opuesto de ambos líderes. Y si ello es así, hay tanto riesgo en
procurar sólo el aplauso futuro de los historiadores como el fácil aplauso
inmediato de las buenas gentes del lugar. Ni el elitismo ni la demagogia son
buenos consejeros. Aznar ya lo pagó con la espectacular derrota de su partido.
¿Lo pagará también, por otras razones, Zapatero?
Llegados a este punto, es relativamente sencillo ponerse de acuerdo sobre un
balance de algunas de las políticas concretas llevadas a cabo por los
socialistas. Creo que es un acierto que un gobierno de izquierdas, en una
sociedad europea y desarrollada como la nuestra, dedique sus esfuerzos a
procurar una mayor igualdad de las personas pertenecientes a grupos sociales
hasta ahora desfavorecidos, como es el caso de la tercera edad, las mujeres o
los homosexuales. Se trata del cuarto pilar -además de la enseñanza, la sanidad
y la Seguridad Social- del Estado de bienestar; entra de lleno en la ideología
propia de un gobierno socialista, y lo que se ha hecho hasta ahora y lo que se
proyecta para los dos próximos años hay que incluirlo en el haber del balance
global.
En economía, la evaluación debe ser menos positiva, tirando a insuficiente.
Solbes da todavía una justificada sensación de seguridad, no se han cometido
errores de bulto -a excepción del manifiesto partidismo del Gobierno en la opa
de Gas Natural a Endesa-, pero tampoco se han empezado a abordar los problemas
de fondo de la economía española. No vale decir que crecemos por encima de la
media europea -en realidad, gracias al euro y a la inmigración, factores no
imputables al Gobierno-, cuando la inflación es un claro índice de nuestra
pérdida de competitividad exterior. La insuficiencia en política económica
deriva de la pasividad del Gobierno, incluso en políticas que le son
complementarias como las infraestructuras, la investigación y la tecnología. En
el claroscuro, ahí predominan las sombras.
Pero las insuficiencias son patentes en el innecesario embrollo de la política
territorial. No me refiero ahora al cambio de política respecto a ETA, que no es
política autonómica, sino antiterrorista. Me refiero al proceso estatutario en
Catalunya y a las consecuencias que tendrá en otras comunidades autónomas. Se
trata de un asunto demasiado serio como para considerarlo una consecuencia
inherente a la necesidad del Gobierno de encontrar apoyos parlamentarios para
poder seguir gobernando. Ni del programa socialista, ni del discurso de
investidura de Zapatero se deducía un modelo de reforma estatutaria como la
catalana, que, además, ya está siendo copiada -como era de esperar- por otras
comunidades autónomas. Las comunidades autónomas son una parte esencial de la
organización del Estado y si bien el problema no es que España se rompe, como
dice el PP, el problema puede ser que España deje de funcionar bien y ello nos
cueste muy caro -sobre todo económicamente- a todos los ciudadanos, por supuesto
también a los catalanes.
Este problema, además, lleva a sospechar que aquí se esconde una cuestión más de
fondo: el intento de Zapatero de aislar al PP para establecer un pacto duradero
con los partidos nacionalistas, haciendo así de la necesidad virtud. Desde el
punto de vista de la táctica inmediata para resolver cuestiones no estructurales
es algo plenamente aceptable, pero como estrategia en cuestiones de Estado es
sumamente peligroso.
El profesor Jiménez de Parga, en un artículo de obligada lectura publicado
anteayer en ABC, se fundaba nada menos que en el concepto de democracia
parlamentaria de Hans Kelsen para proclamar algo que no debería olvidarse: "Las
democracias pluralistas sólo funcionan correctamente cuando los grandes partidos
están de acuerdo en la forma de abordar y solucionar los problemas esenciales".
Aliarse con los pequeños partidos por razones de estabilidad parlamentaria está
perfectamente justificado. Pero echarse sólo en brazos de partidos nacionalistas
para hacer una reforma territorial es una temeridad injustificable.
F. DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB