EL 14 DE ABRIL Y LA TRANSICIÓN
Artículo de Francesc de Carreras en “La Vanguardia” del 13-4-06.
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El formateado es mío (L. B.-B.)
Mañana se cumplen 75 años del 14 de abril, para un demócrata quizás el día más
emocionante de la historia contemporánea de España. Efectivamente, esa fecha, a
la que no hace falta añadirle el año, es probablemente el mejor símbolo de los
valores de libertad política e igualdad social, de una España liberal y
democrática.
Los relatos de primera mano sobre lo que sucedió el 14 de abril nos han llegado
a través de innumerables escritos que han sabido transmitir el importante
significado de aquel momento histórico, la actitud responsable de sus
principales protagonistas, las formidables esperanzas que se generaron.
En efecto, la caída de aquella monarquía y la inesperada proclamación de una
república no fue casualidad de un día, sino el producto de un pasado inmediato:
por fin hacía eclosión la España deseada por los krausistas y regeneracionistas,
por la generación del 98 y Ortega, por republicanos y socialistas, por el
catalanismo político. La atrasada España parecía iniciar una nueva etapa que,
previsiblemente, debía conducir a la consolidación de un Estado democrático de
derecho.
Sin embargo, no fue así. A esa fecha que aglutinó tantas esperanzas le siguieron
otras dos de signo contrario, el 18 de julio (de 1936) y el 1 de abril (de
1939), días simbólicos de la dictadura franquista. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué
aquel optimismo histórico que suscitó el 14 de abril se vino tan pronto abajo?
¿A quién debe echársele la culpa de que todo saliera tan mal?
En los últimos tiempos se ha reabierto una interesante polémica sobre las
distintas respuestas que pueden darse a esas preguntas. Desde posiciones que
ofrecen una nueva versión modernizada de la tradicional justificación franquista
del golpe de Estado de 1936, suelen utilizarse dos argumentos principales. El
primero, propagado desde sectores representativos del nacionalismo monárquico
español, sostiene que la misma idea de República era contraria a la esencia
natural de España. Los republicanos, dicen desde esta posición, quisieron
reinventar España sin tener en cuenta que la monarquía es un elemento
fundacional de la nación española. El error, por tanto, estuvo ya en los mismos
inicios: sólo por ingenuidad e ignorancia pudieron depositarse esperanzas en las
ideas que dieron lugar al 14 de abril. El segundo argumento apunta a la
responsabilidad del republicanismo de izquierdas en el origen de la Guerra
Civil. En resumen, esta posición viene a sostener que el golpe de Estado del 18
de julio de 1936 se incubó, por lo menos, dos años antes, el 6 de octubre de
1934, con las insurrecciones de Asturias y Catalunya. La responsabilidad de
Franco y de los militares golpistas se traslada pues a los mineros asturianos y
a los dirigentes de la Generalitat catalana.
Ambos argumentos son, a mi parecer, de una gran inconsistencia. Más todavía si
los contemplamos desde la España de hoy. La Constitución actual - y la de las
siete restantes monarquías de la Unión Europea- demuestra que no hay
incompatibilidad entre monarquía y democracia a menos que el Rey se empeñe en
seguir ostentando derechos históricos no legitimados democráticamente, como era
el caso de Alfonso XIII. Por otro lado, si bien no cabe duda de que en octubre
de 1934 se vulneró gravemente la legalidad republicana, tanto en Asturias como
en Catalunya, ello no justifica en modo alguno el golpe de Estado franquista.
Tengamos en cuenta que ese mismo razonamiento, trasladado a la democracia
actual, nos llevaría a justificar el 23-F por los atentados terroristas de ETA.
Ahora bien, estos débiles argumentos no nos deben llevar a la fácil conclusión
de que en la República todo fueron aciertos. Es más, desde los mismos inicios,
desde las primeras elecciones a Cortes
constituyentes, los dirigentes republicanos cometieron numerosos errores que
explican el fracaso final. El golpe de Estado franquista no habría prosperado si
la República hubiera tenido un sólido apoyo en la sociedad española.
El principal error de la República fue,
probablemente, no tener una exacta comprensión de la única democracia posible en
una sociedad como la española de aquella época. El ámbito constitucional
republicano no fue concebido, desde los inicios, como un espacio en el que
pudieran gobernar derechas e izquierdas, sino como patrimonio exclusivo de los
republicanos, los únicos a los que se reconocía la posibilidad de efectuar las
transformaciones económicas, sociales y culturales necesarias para conformar una
sociedad en la que fuera posible el ejercicio de la democracia.
La gran contradicción de la Segunda República
consistió en la imposibilidad de realizar, al mismo tiempo, una revolución
política democrática y una reforma social profunda. Una situación muy distinta a
lo sucedido en los años de la transición política, en los cuales la reforma de
la sociedad había comenzado veinte años antes y, fundamentalmente, lo que
faltaba era la revolución política, la instauración de un Estado democrático que
permitiera seguir la transformación social.
El recuerdo del 14 de abril todavía emociona. En la reciente transición política
de después del franquismo no encontramos una fecha equivalente. Pero la actual
monarquía parlamentaria se estableció sobre bases sólidas, mientras que la
República, con más épica democrática pero menos inteligencia política, fue sólo
un breve paréntesis que desembocó en una guerra civil y una dictadura. Quizás
esto es lo que no tienen en cuenta las actuales críticas de izquierda a la
transición.
FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB