¿UNA SEGUNDA FASE DE LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA?
Artículo de SANTIAGO CARRILLO en “El País” del 30/11/2004
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista
político.
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío (L. B.-B.)
Con un breve comentario al final: DE LASTRES Y TOPICOS CARPETOVETONICOS:
LA IZQUIERDA VARADA (L. B.-B., 30-11-04, 08:00)
Siempre ha habido diferencias, cuando no ambigüedad, entre los
españoles a la hora de datar el momento en que terminó la transición. Se habló
de la fecha en que se aprobó la Constitución; otros preferían el año de la
llegada de los socialistas al Gobierno, cuando tuvo lugar la alternancia en el
poder. Y también hubo quien se refirió a la victoria electoral del PP como la
"segunda transición", y efectivamente, corrimos el riesgo de conocer
un nuevo periodo autoritario, con un Parlamento descafeinado. Por mi parte,
siempre he vacilado a la hora de fijar una fecha concreta, pensando no sólo en
las condiciones en que se desarrolló la transición en España, sino
especialmente porque a escala mundial estábamos viviendo lo que el Club de Roma
llamó la "gran transición" y ésta no podía dejar de tener
consecuencias en el desenvolvimiento de nuestras instituciones. Se iniciaba una
globalización que iba a afectarnos muy directamente, y así está sucediendo.
Muchos de los problemas a los que nos enfrentamos actualmente tienen que ver
con los caracteres nuevos que en esta fase del desarrollo mundial cobran
algunos de nuestros problemas históricos.
Hay quienes se obstinan en cerrar los ojos a esta realidad, arguyendo
que en 1978 quedó cerrado el periodo transitorio con una Constitución que
consideran intocable. Lo pintoresco no es que existan españoles, entre los que
elaboraron esa Constitución, que piensen así, sincera y honestamente, sino que
los más fervorosos partidarios de la intangibilidad de su texto sean los que
entonces la reprobaron duramente porque "ponía en peligro la unidad de
España". Al día de hoy, yo estimo que la Constitución de 1978 es buena
porque restableció los principios de la democracia y evitó, con su declaración
de derechos, la infección neoliberal que comenzaba a sufrir la ideología dominante en Occidente.
Uno de los problemas más difíciles de abordar y resolver entonces
fue el de la estructura política territorial del Estado. Se enfrentaban, a
veces con obligada cautela, dos concepciones distintas del Estado, la federal y
la centralista. Ninguna llegó a imponerse claramente. Pero en la fórmula, no
decididamente determinada, del Estado de las autonomías se introdujeron ya
algunos conceptos que señalaban una dirección precisa: los de nacionalidades y
regiones, que encerraban un cambio histórico en la concepción del Estado y el reconocimiento de
niveles distintos en el grado de autonomía. Verdad es que la célebre LOAPA, promovida por el Gobierno
de Calvo Sotelo bajo el impacto del 23-F, expresión de una voluntad que se
concretó en aquella frase de "café para todos", quiso ser un paso atrás, favorecedor
de las tendencias centralistas.
Pasados un buen número de años se ha podido comprobar que la
descentralización política ha sido un factor positivo en el desarrollo de los
diversos territorios, al ponerse en juego la iniciativa de cada uno de los
Gobiernos autónomos. En los territorios con un problema nacional se ha fortalecido la idea
de un Estado común: España. Incluso en el proyecto llamado soberanista de Ibarretxe, por muy
discutible que sea, se reconoce la existencia de dicho Estado. Los dirigentes
nacionalistas admiten que si hoy se propusiera la separación, la mayoría del
pueblo vasco la rechazaría. Y el proyecto que hoy encabeza el socialista
Maragall reivindica un mayor papel para Cataluña en el Estado español. Por su
lado, en Galicia, una personalidad como Fraga, que en su tiempo votó contra el
título 8° de la Constitución, tras su experiencia al frente de la Xunta, ha
evolucionado en sus posiciones autonomistas, que difieren notablemente de las
mantenidas oficialmente por su partido bajo la dirección de Aznar. Cierto que
subsisten diferencias importantes sobre la manera de resolver las contradicciones
que bajo las coincidencias muy generalizadas de mantener el Estado español han
surgido también. Y que del método y el talante con que se aborden depende que
las diferencias se agiganten o se reduzcan a términos aceptables. La derecha tradicional
española, animada por concepciones nacionalistas a su modo, es decir, el que
inspiró a Franco y a las fuerzas que en 1936 provocaron la sublevación, el
nacionalismo de "Santiago y cierra España", hace campaña a través de
diversos medios de opinión tocando a rebato por la unidad de la Patria. Pero la verdad es que
nunca estuvimos más cerca que hoy, tras la experiencia de las autonomías, de
lograr una unidad voluntaria y consciente de lo que es España. La experiencia
histórica nos enseña que cuando se quiso resolver las diferencias nacionales
por la fuerza y la opresión política y cultural nos encontramos con que las
diferencias resurgían con mayor fuerza y virulencia cuando se abría en España
un periodo de libertad. La violencia y la represión no resolvieron nunca el
problema de la unidad, sino que lo agravaron y acentuaron, haciendo de él, en
gran parte, la causa de que durante largos años nuestro Estado viviera bajo
regímenes dictatoriales que le mantuvieron al margen de las corrientes europeas
y mundiales de progreso, provocando un retraso que hoy estamos a punto de
superar.
En una época en que las estructuras políticas y económicas
tienden a mundializarse, en que las fronteras comienzan a dejar de separar a
unos pueblos de otros, en que los Estados ceden porciones muy grandes de su
soberanía a instituciones supranacionales -tendencia que lleva camino de
acentuarse-, el interés de los pueblos que componen nuestro Estado es mantener
su unión para no perder peso en la nueva correlación de fuerzas que se va
afirmando. Eso nos plantea la necesidad de superar los nacionalismos que nos
dividen. Y el primero a superar es el nacionalismo españolista porque él es el
primero que justifica y agudiza los nacionalismos periféricos. Metafóricamente
hablando, desde Madrid tenemos que dar el ejemplo, tenemos que desplegar la
mayor comprensión hacia las particularidades de los demás, mostrar una actitud
de transigencia y de racionalidad hacia los otros.
Algunos se inquietan cuando se habla de un federalismo asimétrico
como solución a los problemas nacionales, pensando que eso significa aceptar
una desigualdad. Sin embargo, el concepto de igualdad que es indispensable
mantener no se centra en que todas las comunidades tengan formalmente las
mismas competencias. La igualdad real consiste en que todos los ciudadanos que
poblamos España tengamos asegurados el mismo nivel de educación, de sanidad,
las mismas pensiones de diverso tipo, el mismo subsidio de paro; en resumen:
los mismos derechos sociales. Y eso se resuelve con una indispensable
solidaridad entre todas las comunidades. Maragall ha sido muy claro en
recientes declaraciones reconociendo que las comunidades más ricas tienen que
ayudar a las menos ricas económicamente, como ya sucede hoy. Ahí está el tipo
de igualdad entre los ciudadanos que hay que mantener a toda costa.
Hablar desde el centro convenientemente, como he dicho, significa
también otras cosas. Hoy en España un político puede decir las mayores barbaridades, si
no es catalán o vasco, y siempre conseguirá que órganos de opinión las
transmitan y hasta las alaben. Pero si es vasco o catalán ya puede decir las
cosas más juiciosas, que siempre habrá quien les dé la vuelta y las rechace con
desconfianza. Es el caso de algunas declaraciones recientes de Maragall. Esa
actitud es un obstáculo al entendimiento y habría que superarla.
Aun sabiendo que mi opinión choca con posiciones asumidas muy
firmemente, no puedo disimular la extrañeza que me producen no ya la crítica al
plan lbarretxe, que me parece legítima, sino la negativa rotunda a
discutirle en el Parlamento vasco. Se trata de un plan presentado por un
Gobierno elegido democráticamente, que está en su derecho presentándolo por las
vías legales, aunque el plan fuese equivocado. ¿Por qué negarse a
discutirlo y a oponerle los argumentos de quienes están convencidos de tener la
razón? ¿No sería ése el mejor camino para corregirle e intentar un consenso
razonable? Pues no. Se le opone a un Gobierno que actúa democráticamente la
negativa a discutir siquiera con el riesgo de que esa cerrazón genere otra en
los nacionalistas vascos, que podrían ganar unas elecciones en su territorio
con ese plan como bandera. ¿Acaso eso facilitaría el encuentro de una solución
de consenso sobre el problema vasco? Y hay que entender que en Euskadi no hay
solución posible sin un consenso de los nacionalistas. La fuerza ejercida desde
el centro ya no resuelve los problemas de esa índole como se intentó en otros
periodos de la Historia.
En realidad, deberíamos reconocer que los problemas que hoy
surgen relativos a la estructura territorial del Estado estaban ya latentes en
los términos en que fue redactada la Constitución y su título 8°. Entonces era
imposible, dado el peso que conservaban determinadas estructuras del
franquismo, resolverlos pacíficamente. Hoy la situación ha cambiado, y los
residuos ideológicos de aquel tiempo han perdido peso entre la ciudadanía, a no
ser que el jacobinismo de parte de la izquierda tomase el relevo del
centralismo de la derecha tradicional. Hoy es posible una reestructuración de las
autonomías de tipo federal, que asegure la permanencia y la unidad del Estado español, en un
mundo en que la internacionalización avanza inexorablemente.
En esta legislatura, marchar por ese camino es el desafío más
importante que tiene el Gobierno de Rodríguez Zapatero, junto con la necesidad
de ahondar en una política social y laica. Ése es el reto para avanzar
decisivamente en la modernización de España: que Cataluña, Euskadi,
Galicia y comunidades de tanto peso como Andalucía jueguen un papel, que en el
pasado les fue negado, en la política del Estado español.
Ésta va a ser también una piedra de toque para la derecha
española, concretamente para el PP. Más de una vez he escrito que la democracia
española tenía una asignatura pendiente: la presencia de un partido conservador que
asumiera resueltamente la defensa del sistema democrático, que no repitiera los
tópicos de la derecha tradicional carpetovetónica que fueron un lastre
histórico para el desarrollo del país. La capacidad o la incapacidad del PP
para asumir ese nuevo papel es un factor importantísimo en estas
circunstancias.
Si cruzamos esta nueva fase con éxito, España habrá recuperado el
terreno perdido cuando hace siglos fue incapaz de realizar la revolución
democrática que colocó a otros países europeos en la vanguardia del desarrollo
mundial.
BREVE COMENTARIO: DE LASTRES Y TOPICOS CARPETOVETONICOS: LA
IZQUIERDA VARADA (L. B.-B., 30-11-04, 08:00)
A principios de la transición los españoles aceptamos cambiar de
modelo de Estado: del centralismo al autogobierno, configurando un Estado
descentralizado en el que las desigualdades competenciales entre unas
comunidades y otras serían provisionales. El "café para todos" no fue
resultado del golpe del 23F ni de la LOAPA, sino del principio de igualdad
diseñado previamente en la Constitución, en los artículos 148, 149, 150, 151 y
Disposiciones transitorias 1 a 5.
El debate, en aquel momento, era si la autonomía para las regiones
sería positiva o no. Hoy, casi treinta años después, estamos debatiendo si
aceptar o no el derecho de autodeterminación y la posible independencia de
alguna región. ¿Es que nos hemos hecho todos nacionalistas? ¿O es que la
izquierda lleva treinta años varada en la pauta de buscar el consenso con los
nacionalistas, a costa de renunciar a los propios principios para conseguir que
los nacionalistas no cambien los suyos?¿O será que la izquierda no tiene
patria y sólo tiene "Estado"?
Lo que parece indudable es que con tanto "diálogo",
"consenso" y demás mandangas, los nacionalistas no han variado sus
posiciones desde el siglo XIX, y la mayoría de los españoles vemos hoy en
peligro la unidad de nuestro país, construida a lo largo de siglos de Historia.
Vemos en peligro de destrucción la única España viable, la España liberal e
integradora, la España plural que incluye a todas sus nacionaliades y regiones
en estructuras igualitarias y participativas. La alternativa a esta España
viable es un proceso de balcanización largo y trágico que nos transforme de
nuevo en el enfermo de Europa y ponga a Euskadi y Cataluña en la cola de los
demandantes de ingreso en la UE.
El lastre no es la derecha tradicional y carpetovetónica, del
"Santiago y cierra España" y la represión. El lastre son los
nacionalismos particularistas y balcanizadores, propios de minorías
irredentistas, minoritarias en las propias nacionalidades, a los que el
sectarismo y la incoherencia de una izquierda débil, sin patria y sin
principios, les permite desvertebrar el país.
La izquierda a la que Carrillo representa, varada en el síndrome de
la transición o la revolución pendiente, lleva treinta años durmiendo,
embridada en los tópicos carpetovetónicos de la búsqueda de consenso con la
derecha reaccionaria y el populismo independentista de Euskadi y Cataluña. En
lugar de construir una alternativa ideológica y teórica al independentismo,
basada en la integración, la pluralidad, la coherencia y la solidaridad, sigue
delirando a la deriva, en la ensoñación de conseguir la compatibilidad de la
modernidad y la Ilustración con el particularismo, la irracionalidad y la
reacción.
La transición se habrá acabado cuando se dé alguno de estos dos
escenarios:
a) Cuando el nacionalismo reaccionario, independentista e
insolidario pierda la hegemonía, frente a una izquierda que haya sido capaz de
despertar y evolucionar de una vez, identificando correctamente al adversario
---o a un enemigo de España, al que hay que vencer en términos democráticos---.
¿Faltan diez años?
b) Cuando el nacionalismo reaccionario, independentista e
insolidario pierda la hegemonía frente a una derecha democrática, liberal y
moderna, último bastión del progreso de España después de la crisis, división,
y descomposición de una izquierda residual , abotargada y sectaria. ¿Faltan
cincuenta años?
Permítanme ilustrarles sobre la demencialidad senil de los
nacionalismos periféricos por medio de unas estadísticas recientes sobre el
sentimiento de identidad en Cataluña y Euskadi:
SENTIMIENTO DE IDENTIDAD EN CATALUÑA,
2002
IDENTIFICACION
NACIONAL EN EUSKADI, 2000