EL TÚNEL DEL TIEMPO

 

 Artículo de Pablo CASTELLANO en “La Razón” del 03.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Ala deshonestidad política le suele acompañar la villanía. Con el olvido o eliminación de la ética política, que antepone al interés general el

egoísta, surge con toda su fuerza el instinto de saqueo de los bienes públicos. Que además se trata de justificar por aquello de que el líder y su tropa no se sienten ni bien pagados ni bien considerados y deben autocompensarse de su penosa situación, de su abnegado sacrificio.

Es inevitable que tal forma de comportarse despierte la crítica,el rechazo y hasta la rebeldía. El siguiente eslabón de la cadena es la tentación represiva: hay que silenciar al crítico, tildar de contrarevolucionario o antipatriota al discrepante, y hasta de ser posible condenarle al silencio,

temporal en el mejor de los casos, o al definitivo. Subyace tras esta forma de ejercer el poder,y de querer conservarlo a toda costa, creyendo firmemente que quien nos lo disputa es un enemigo advenedizo, la convicción de que ese poder, que se dijo recibir en administración, se

ha convertido en propiedad, y el que a él aspire no pasa de ser un asaltante contra el que todo vale. Es la historia,entre otras experiencias, del franquismo y del stalinismo.

A punto de nuevo con el caudillismo felipista, en el que lo que menos importaba es que se dejara de lado el socialismo, que ni era obligatorio ni suponía superioridad ética alguna; dejó de importar también la honradez, en un país más que habituado al saqueo, a tomar el Estado como botín y premio, pero lo malo es que culminó, lógicamente, con la degradación de la democracia. No es ajena a esta tentación la parcialidad de la Fiscalía

General del Estado, del Defensor del Pueblo, la partidización de las más altas instituciones hasta llegar a conseguir la anhelada impunidad de toda clase de tropelías, de los abusos de la tropa en su asalto al poder. Hay que acabar con la crispante y disolvente crítica, hasta con la opinión libre, que es elemento esencial de la democracia. Hoy hay que ver más con disgusto, con pena , que con indignación, cómo resucita la vieja ley de orden público y su jurisdicción especial y que esa barbaridad de «la divulgación de noticias inciertas, peligrosas, alarmantes, tendenciosas», (lógicamente a la luz del poder) vuelve a adquirir el rango de delito político para los que necesitan tapar sus ignominias.

La desconfianza en la independencia del poder judicial aconseja institucionalizar instrumentos de represión política, para cortar los excesos de la

libertad de crítica. Les hace falta poder eliminar periódicos, cerrar emisoras,proscribir periodistas, anatematizar como «enemigos del régimen», como no adictos, a todos los que equivocados o no protesten o critiquen.