LA CATALUNYA DEL MAÑANA
El nacionalismo se
estanca, el españolismo crece y la izquierda se deshace en el escenario que ha
surgido tras la salida de Pujol y Maragall
Artículo
de Carles Castro en “La
Vanguardia” del 19 de diciembre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El
espejo del tiempo refleja con feroz precisión la magnitud de las tragedias
electorales que se suceden cada cuatro años en las sociedades democráticas. En
el caso catalán, las elecciones del pasado 28 de noviembre desnudaron algunos de esos dramas,
aunque no con la exactitud que brinda una visión retrospectiva de lo ocurrido
en los últimos 15 años. Y es que una observación comparativa de los sucesivos
comicios autonómicos
revela el origen y el destino de los votos perdidos o ganados el 28-N y perfila
tres conclusiones: la contracción del nacionalismo (oculta tras la apoteósica
victoria de CiU),
el avance del españolismo (hasta lograr una cuota de voto jamás acariciada en 30 años
de autonomía) y la descomposición de la izquierda (hundida por la crisis
económica en un nihilismo electoral que ha conducido a sus seguidores a la
mutación ideológica, la dispersión grupuscular o el
voto en blanco).
Los
saldos de pérdidas y ganancias que se desprenden de comparar las últimas cinco
elecciones autonómicas catalanas ratifican ese diagnóstico. Así, por ejemplo,
si la comparación se realiza entre el resultado del 28-N y el que se produjo 15
años atrás –el 19-N de 1995–, las cifras reflejan la contracción del espacio
nacionalista (de CiU a Laporta), que tras el relevo de Pujol ha perdido casi
70.000 votos, posiblemente en beneficio del centroderecha españolista. Y de ahí
la expansión del españolismo, a través de sus dos marcas: PP y Ciutadans, que han rebasado con creces el techo absoluto de
Vidal-Quadras en el 95.
En
cuanto a la desintegración de la izquierda, socialistas y poscomunistas han
perdido desde 1995 más de 300.000 electores. De ellos, un tercio se ha
refugiado inequívocamente en la abstención (que ha crecido en casi 100.000
efectivos desde entonces), mientras que la trayectoria de los 200.000 restantes
es un misterio. Algunos de ellos se han intercambiado con electores surgidos de
la abstención o han fallecido y han sido sustituidos por votantes con una
orientación distinta. Y eso explicaría el crecimiento del voto blanco o nulo,
la irrupción de múltiples micropartidos o incluso la
salida a escena de la Plataforma contra los inmigrantes (PxC).
Sin embargo, es evidente también que muchos de los mismos que votaron en el
pasado a la izquierda alimentan hoy las alforjas del voto de protesta, incluso
en su versión xenófoba.
La
magnitud de los cambios se aprecia aun más si la comparación se realiza entre
los comicios de 1999 –los únicos en los que han coincidido Maragall, al frente
del PSC, y Pujol como candidato de CiU– y los del pasado día 28 de noviembre.
En ese contraste, el hundimiento de la izquierda alcanza proporciones
apocalípticas, con una pérdida superior al medio millón de votos, que encajan con
las ganancias conjuntas, el 28-N, del españolismo (PP y C's),
del ultraseparatismo (Laporta y Carretero) y del voto
de protesta (incluido el de la PxC). Y con
independencia de que una parte importante de los avances de esos grupos no
proceda de la incorporación directa de votantes de la izquierda, sino de su
sustitución por nuevos electores, la conclusión es la misma: tras la salida de
Pujol y Maragall, el mapa electoral catalán se ha radicalizado en varias
direcciones (separatismo o españolismo) y se desplaza levemente hacia la
derecha, mientras la izquierda se deshace.
Estas
hipótesis se ven de nuevo confirmadas si la comparación se realiza entre los
comicios del 2003, cuando CiU pierde el poder, y los del 2010, cuando lo
recupera. Ciertamente, la federación nacionalista ha ganado casi 200.000 votos
en este periodo de siete años, pero esos sufragios suponen sólo la mitad de los
que ha perdido ERC. Globalmente, el espacio conjunto que definen CiU y Esquerra
ha cedido 150.000 electores, una cifra muy similar a la que congregan los
partidos de Laporta y Carretero. Al mismo tiempo, el espacio españolista (PP y C's) reúne hoy casi cien mil sufragios más que en el 2003.
Y crece en 200.000 efectivos el espacio de protesta que componen los votos
blancos o nulos, los microgrupos (de la Cori al
partido Pirata) o la PxC. Y de nuevo hay unas
pérdidas que –directa o indirectamente– explican esos avances: el casi medio
millón de electores que ha cedido la izquierda catalana tras siete años de
poder autonómico. Y similar impresión ofrece el contraste entre el desenlace
del 2006 y el del 2010.
Llegados
a este punto, la experiencia revela que la purga de oposición y la travesía del
desierto suelen curar las dolencias que condujeron a las derrotas. Y a eso se
enfrenta la izquierda catalana. Pero los desiertos también están llenos de
esqueletos. Y el horizonte que dibuja el mapa electoral catalán de la última
década sólo vislumbra tres constantes: la permanencia –pese al estancamiento–
del espacio nacionalista a través de sus diversas formulaciones, aunque con un
polo hegemónico: CiU; el inédito avance del españolismo tras la reforma del Estatut, y el continuo retroceso de una izquierda
desnaturalizada por sus medidas anticrisis y que sólo
acumula cadáveres que, eso sí, resucitan como efímeros zombis en las elecciones
generales.