EL PRESTIGIO DEL PRESIDENTE

 

 Artículo de CAYETANO GONZALEZ  en “El Mundo” del 12.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)



Lo más grave que le puede pasar a un gobernante es que los ciudadanos vayan perdiéndole el respeto, ya no en el campo de las ideas, sino en el de la estima o valoración personal. Con ninguno de los anteriores presidentes del Gobierno -Suárez, Calvo Sotelo, González y Aznar- que ha tenido España desde la transición democrática había pasado lo que está sucediendo con Zapatero.

Con los anteriores presidentes se podía y, de hecho, se discrepaba; cometían errores; eran más o menos simpáticos; tenían mayor o menor capacidad de liderazgo. Todo eso era cierto, pero en el fondo se les respetaba, porque por encima de sus virtudes o defectos predominaba la vertiente institucional de ser el presidente del Gobierno de todos los españoles. Con Zapatero no sucede eso.El actual presidente ha explotado hasta el límite -en estos 18 meses que lleva en La Moncloa- el talante, la sonrisa y una supuesta actitud dialogante. Pero todo eso ha empezado a tocar fondo ante la magnitud y la cantidad de problemas que, en gran parte, él mismo ha creado y es incapaz de resolver.

Ya no es solamente que, como ponía en evidencia la encuesta de Sigma Dos publicada en este periódico el pasado lunes, el PP esté por delante del PSOE en intención de voto -lo cual, transcurrido sólo año y medio de legislatura, tiene su aquél-; o que la valoración del presidente haya caído 13 puntos en estos meses. Es algo más profundo. Es que la gente, empezando por los suyos, ha empezado a no tomarle en serio. Los adjetivos empleados por una buena parte de los comentaristas y líderes de opinión, pero también los que se escuchan en una charla de café para describir la actitud, la personalidad, la forma de ser y de enfrentarse a los problemas por parte de Zapatero son cada vez de más grueso calibre.

Desde luego ha dado motivos más que sobrados para llegar a esta situación. Porque a los factores objetivos que parecen obvios en la personalidad de Zapatero -un desconocido quehacer político como diputado de a pie durante 14 años, una escasa formación intelectual que no se sabe muy bien dónde hunde sus raíces, una radicalidad en algunos de sus planteamientos innecesaria, un espíritu revanchista con el pasado, una falta de ideas y de principios sobre cuestiones tan importantes como lo que es España- hay que añadir que al presidente le gusta, no se sabe si consciente o inconscientemente, echar en ocasiones más leña al fuego; por ejemplo, cuando saca de la chistera esas frases, entre lo cursi y lo hortera, de «mi Patria es la libertad». O cuando califica de «derrotada» a la que se acaba de convertir en canciller de un país tan importante como Alemania.

No lo tiene fácil Zapatero para dar la vuelta a esta situación que ya está instalada en la opinión pública. Se puede vivir durante un cierto tiempo de la imagen, del talante, de la sonrisa, pero al final los ciudadanos quieren gobernantes, y mucho más si se trata del presidente, que resuelvan los problemas y no los creen; que tomen decisiones, aunque éstas sean incómodas; que den la cara cuando vienen mal dadas; que sepan decir que no cuando hay que plantarse, por ejemplo, ante las actitudes egoístas e insolidarias de los nacionalistas.

Quieren a un presidente con prestigio, en lo personal y en lo político, que sea respetado y no tomado a chirigota. El actual va por muy mal camino. Porque, además, suele ir aparejado que cuando se llega a esa situación, no se escucha ni al cuello de su camisa.