LO QUE NEGRÍN OLFATEABA

Artículo de Lorenzo Contreras en “La Estrella Digital” del 23 de abril de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Siempre, de manera inevitable, con el drama económico y social como elemento de referencia, se manifiesta con todas sus aristas ese invariable factor de fondo que es siempre Cataluña, gobierne quien gobierne en ella. El paso del pujolismo y de CiU a segundo plano, como quien toma asiento en la sala de espera, proporcionó el turno de poder a otro Ejecutivo nacionalista más rabioso todavía, y, para mayor agravio a la sensibilidad española, encarnado en su cúspide por ese nacionalista de importación llamado Montilla que es cordobés de Iznájar. Un personaje tenido por socialista que ha logrado patentizar lo que no hizo con tanta perfección Pasqual Maragall: establecer la frontera diferencial, intraspasable, con el PSOE, a cuyo Gobierno ha transmitido el tal Montilla el recado de que, si no se paga el correspondiente peaje, peligra la mayoría parlamentaria zapaterista en el Congreso de los Diputados. El esperpento surge cuando es otro andaluz, éste nacido en Ceuta, Manuel Chaves, jefe de un insaciable clan familiar, quien, tras su combustión política al frente de la Junta de Andalucía, lleva al president charnego, que le esperaba en el Palau de la Generalitat, la confirmación de que Cataluña va a percibir en mayo el talón financiero que demandaba, y que el propio emisario pacta redondear ex abundantia por encima de la propuesta de Solbes. Abrazo va, abrazo viene, y todo arreglado.

El temporal catalanizante que efectúa el barrido creciente de todo lo formulado en español y extiende a las illes baleáricas la ejecución sumarísima del idioma de Cervantes, pisoteando de paso en Ibiza las aspiraciones del niño disléxico que pretendía utilizar, nada menos, el castellano en sus exámenes para expresar mejor el supuesto caudal de conocimientos recibido en catalán, y sólo en catalán, es simplemente un nuevo síntoma de lo que hay, si bien en este caso de una manera fanática e intolerante.

Es harto probable que la dolorosa anécdota resbale sobre la encallecida piel del vicepresidente designado por Zapatero para labrar la armonía entre las comunidades autonómicas, si es que ha llegado a enterarse del episodio. De cualquier forma le iba a resultar música inaudible. Mientras tanto, con el castellano o español marginado y la financiación de Cataluña pactada en la sombra, el famoso Estatut cuestionado en bastantes de sus artículos disfruta de plena vigencia, aunque en teoría haya de pronunciarse sobre su validez completa un Tribunal Constitucional aquejado de la enfermedad del sueño.

En realidad padece la Constitución una dolencia antigua que albergaba ya en su articulado cuando los padres de la patria, allá por 1977-78, gestaron y consiguieron alumbrarla en un parto al que no pudo aplicarse, aunque lo mereciera, el supuesto del aborto por malformación de la criatura. Los celosos progenitores se encargaron de hacer viable lo inviable, un feto con diecisiete enfermedades, casi todas ellas muy graves aunque algunas más que otras, aparte de ciertas taras coadyuvantes que han determinado, con las primeras, esta hermosa democracia que disfrutamos. Una democracia discapacitada, eso sí. Pero en su caso, como se dice de las criaturas que malnacen pero merecen todo el cariño de sus padres y deudos, ahí está cumpliendo años, celebrados solemnemente cada 6 de diciembre.

Con dinero y sin dinero, la Constitución y su democracia aneja llevan a España en angarilla, sostenida por Estatutos algo más que discutibles. Lo que vaya a quedar de aquel parto difícil que tantas alabanzas recibiera será al cabo de algunos años un producto zozobrante, como ya se encargan algunas Autonomías y nacionalismos de ir garantizando. Todavía en plena Guerra Civil, Juan Negrín, presidente del Gobierno republicano, le dijo a un personaje de la época, según se publicó en la revista Indicee: "No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona [aquella Barcelona de Companys] un separatismo estúpido y pueblerino: estoy haciendo la guerra por España y para España... No hay más que una nación: ¡España!".

Pues que se lo digan a la Constitución vigente en las segundas partes de su alentador articulado preliminar que "garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones y la solidaridad entre todas ellas". Solidaridad. Y entre todas. Ya se ve. Negrín, que era de otro planeta ideológico, parece que olfateaba la chamusquina por encima de la propia matanza que presenciaba. Por entonces estaba vigente un Estatuto, el catalán, cuyo actual sucesor, con el concepto de Cataluña como nación, no habría cambiado, en buena lógica, el sentido de aquellas palabras.