UN PAÍS CONTAGIADO POR LA APATÍA

Artículo de Pedro G. Cuartango en “El Mundo” del 07 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web


No sé si me estoy volviendo paranoico, pero tengo la sensación de que la sociedad española está siendo víctima de un contagio mucho peor que el de la gripe A: el de la indiferencia, la pasividad, la aceptación fatal de lo que sucede a nuestro alrededor.

Las encuestas no pueden medir este fenómeno que se expresa en pequeños signos de la vida cotidiana, pero que está profundamente interiorizado en las conciencias.

Los españoles -que éramos un pueblo rebelde, indisciplinado e individualista- nos hemos convertido en un colectivo sumiso, políticamente correcto y con miedo a defender nuestras opiniones en público cuando difieren de las dominantes.

Estos signos corresponden, en parte, a la sociedad de masas a la que hacía referencia Ortega y Gasset, que pensaba que el hombre perdía sus principales valores en una civilización tecnificada y consumista.

Pero creo que, además de ese espíritu del tiempo, hay en la sociedad española una peligrosa tendencia a la abulia, a la aceptación pasiva de las injusticias y los abusos del poder. Nos estamos volviendo cada vez más egoístas, sea por la crisis económica, por el bienestar material del que todavía disfrutamos o por la telebasura que nos acecha.

Descendiendo al terreno de lo concreto, he visto en la calle hace pocos días cómo la gente pasaba de un anciano desorientado, que pedía ayuda lastimosamente mientras los viandantes miraban para otro lado. Es la misma actitud de quien asiste pasivamente a un atropello en su trabajo o de quien no se atreve a intervenir cuando unos gamberros molestan a una inmigrante en un vagón de metro.

Si somos incapaces de reaccionar ante lo que acontece a nuestro lado, no cabe sorprenderse de la indiferencia con la que observamos la corrupción, la manipulación y los abusos de los gobernantes.

Los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, ni siquiera se molestan ya en guardar las formas y contemporizan con escándalos que provocarían sonrojo al más consumado de los sinvergüenzas. ¿A qué esperan Camps, Costa y Rambla para dimitir?

Hemos llegado a interiorizar que en política vale todo: ahí está la desastrosa gestión de Zapatero, que va camino de los cuatro millones de parados tras prometer pleno empleo. O el despilfarro de los dirigentes autonómicos que gastan cantidades astronómicas en arreglar sus despachos o en estudios que para nada sirven. O peor todavía, la degradación de nuestro sistema educativo.

Nadie es responsable de nada, pero lo peor es que tampoco parece importarle a la gran mayoría de ciudadanos que ha optado por refugiarse en lo privado tras abdicar de la política.

España es un país en decadencia, como lo era en 1898, pero ahora simulamos que todo va bien porque nadie quiere ser acusado de catastrofista o de carca. Casi todo tiene remedio, pero hay que empezar por despertar esas conciencias adormecidas para salir de la confortable apatía que nos empuja hacia la autodestrucción.