¡ES EL RESENTIMIENTO, ESTÚPIDO!

Artículo de Tomás Cuesta en “ABC” del 23 de mayo de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

SI algo hay que reconocerle a la izquierda actual -esa que vivaquea entre las ruinas de la izquierda clásica- es que ha conseguido elevar el insulto a la categoría de una de las Bellas Artes. Enarbolando el estandarte de la legitimidad moral que nadie, en España al menos, se arriesga a arrebatarle, sepulta al enemigo bajo un alud de estiércol, de ofensas y de infamia. Los tópicos más burdos, los convencionalismos más venales, las etiquetas más deshilachadas, cobran vida de nuevo en los laboratorios de los alquimistas de la imagen. Los amnistiados de oficio -aquellos que, con la excusa de pretender cambiar el mundo, se han absuelto a sí mismos de sus experimentos criminales- lanzan el alegato de rigor sobre los perpetuos acusados. Chupacirios, xenófobos, oscurantistas, nazis... O sea, lo de siempre, con la pulcritud de siempre y con la eficacia acostumbrada. Ninguna novedad por ese lado.

Lo preocupante, ¡ay!, es que en el otro bando tampoco se registran novedades. En vez de zambullirse en la batalla ideológica y desmontar la bomba fétida que le echan en cara, la derecha prefiere afearle a su oponente que haya vuelto a meter los dedos en la sopa, amén de distraer los cubiertos de plata. No se da cuenta -o simula no dársela- de que el estrepitoso vídeo con que los socialistas han abierto plaza no sólo intenta salpimentar una campaña en la que algunos se juegan la poltrona europeísta y algunos el pretexto para seguir apoltronados. No es un mero ardid con que difuminar la crisis y escurrir el bulto de la burbuja de parados. El objetivo último es colocar en las pantallas un retrato robot del Eterno Culpable que, lejos de caducar en junio, va a ser la comidilla de los próximos años.

Nietzsche afirmaba que el verdadero motor de la política es el resentimiento, no las argumentaciones razonables. Peter Sloterdijk retoma la premisa de su ilustre antepasado y se la aplica a esa especie de nebulosa radical en la que el pensamiento «progresista» se encuentra apalancado. La mitología del perdedor -advierte- continúa operando igual que antaño. Ni ha desaparecido, ni ha perdido pujanza. El dogma que sostiene el ideario de la modernidad mimética, borreguil y seráfica exige condenar al vencedor y beatificar al derrotado, víctima inocente de un sistema inhumano. Y si los vencedores no son tales, con que lo semejen basta. Es decir, que -en nuestro particular caso y bajando de las musas al teatro- los responsables de que cinco millones de personas se hallen sin trabajo no son Zapatero y sus secuaces, sino los egoístas que aún no están en la calle. Que serán de derechas, claro.

La derecha, no obstante, insiste en proclamar sus virtudes gestoras y en rehusar cualquier enfrentamiento en el terreno de los valores esenciales. De ahí que el que un Gobierno que ha establecido cupos de caza y captura de inmigrantes, te cuelgue el sambenito de racista, al parecer, carezca de importancia. O que ser motejado de verdugo de las libertades por los que ahorman los cerebros y moldean las almas, sea un asunto baladí, una baladronada. El día menos pensado, don Mariano Rajoy aparecerá ataviado con manguitos y visera de contable. Cifras contra los cafres: las estadísticas cantan, los balances no engañan. Mientras tanto, los cafres, a los que los números se la traen al pairo, se pondrán a dar clases de filosofía parda: «¡Es el resentimiento, estúpido!». Total, de Zaratustra a Zapatero apenas hay un paso.