Artículo de Tomás Cuesta en “ABC”
del 09 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
España necesita
un gobernante con cerebro (o con «celebro», yendo a rebufo de Cervantes) en
lugar de un experto en concelebrar gansadas que desconoce, incluso, que los
gansos son ánsares. (¿Un «ánsar»? ¿Igual que Aznar? ¡Lagarto, lagarto!).
Necesita un Gobierno que quiera gobernar y no le siga, le siga la corriente a
los que han cortocircuitado el porvenir en aras de un hoy falaz y de un ayer falsario.
Vamos, que lo que necesita España, además de un Gobierno, es un Estado. De otro
modo, no hay caso. El que tome el relevo tendrá que seguir a régimen aunque
pretenda ser más listo que el fantasma del hambre. Con suerte, quizá logre
salvar los muebles, pero la carcoma se zampará la casa. Diecisiete estadillos
comen mucho, sobre todo si el diminutivo ofende, tal cual ocurre en ciertos
casos. Añádanse a la suma dos ministerios sindicales que tragan de lo lindo -y
de lo repugnante- y el sinfín de voraces tragaldabas de libérrima disposición
para lo que haga falta. Y que no farte de na, por descontado. Tarjetas dignas de crédito cuando las
del común son verosímiles, y gracias. Coches «con conductor», que es un término
medio entre el «chofer» vulgar y el aristócrata «mecánico». Puestos de asesoría
a mayor gloria de la casta por el módico coste de ciento cincuenta mil del ala.
Y sin que haya que haber pasado por el BOE -un paso pesado- para pasar por
caja. ¿El BOE? Menuda patochada. Después de dar boleta a la Administración
central -o sea, centralista; o sea, reaccionaria- el Boletín, austeridad
obliga, podría amortizarse.
Rodríguez
Zapatero, con certera ignorancia, ha puesto de relieve que lo de la Transición
es un espíritu iletrado, que el libreto es un evanescente lalalá
para salir del paso. En su idea de España -áteme usted ese idealismo por el
rabo- lo mismo encaja un Estatuto inconstitucional, una traición podrida («faisandée») o una de veguerías para el Priorato, los Altos
Pirineos o la planicie amontillada. De travestir los desafueros ya se ocupa
Caamaño que es un especialista en componendas y, por no desentonar con su
apellido, siempre encuentra un apaño que avale lo inaudito y justifique lo
injustificable. Desde que en España se persiga el español y no exista siquiera
la libertad bajo palabra hasta la última ocurrencia que tenga el señorito: «A
mandar señorito, pa eso estamos».
Dejar
atrás la crisis sin meter en cintura a los sultanes autonómicos que pastan en
el erario con una impunidad insultante es un objetivo inalcanzable. Y el que lo
niegue incurre en el oportunismo ingenuo o en la patraña interesada. Las taifas
incrementan sus recursos gracias a que el presunto árbitro no vacila en
quedarse con el culo al aire. Zapatero, entre tanto, se tienta los bolsillos y,
al percibir las telarañas, acude a la deuda pública y al imaginario publicado.
Ora toca la foto con banqueros, ora con los que ordeñan el destajo, ora con un
primo de América, ora con un ex de Gran Hermano. Ora rezando a Dios, ora al
diablo. Lo que convenga a condición de que camufle el panorama de un país
exhausto en el que los privilegiados sestean a sus anchas y los náufragos
sufren una vigilia interminable. Hasta que la resignación se agote o hasta que
el cuerpo aguante.
Lo que
necesita España es un Estado. Y mejor pronto que tarde.