EL CONSTITUCIONAL SE LAVA LAS MANOS
Artículo de Tomás Cuesta en “ABC”
del 30 de marzo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Sólo a
través del catalejo de la buena fe o del monóculo de un optimismo irresponsable
-antropológico, se decía antaño- se puede vislumbrar que la sentencia del
Constitucional acerca del «Estatut» de marras y
marrajos estará en consonancia con las expectativas de racionalidad (y hasta de
«seny», lo Cortés no quita lo Pizarro) depositadas en
los magistrados. En un mundo ideal, es decir, sensato, que una parte del todo
se declarase solvente, competente, autosuficiente y autogestionaria en asuntos
que afectan al común de los paganos, se tomaría, no ya como una insensatez «charlamentaria» y un disparate refrendado, sino como una
aberración jurídica que en cuatro días se despacha. Aquí, sin embargo, llevamos
cuatro años para, a la postre, concluir que sí y que no y que todo lo
contrario.
Conforme
adelantaba ayer este diario, parece ser que el Alto Tribunal habría terminado
de digerir el sapo durante el ecuador del mes entrante. De momento, doña María
Emilia Casas y su plural compaña (progresistas, conservadores, híbridos, «peperos» y mariachis) ya han pedido que les arrimen la
jofaina puesto que, a fin de cuentas, peor es ser Herodes que Pilatos. Lo cual,
que, si Dios no lo remedia, la Carta Magna terminará crucificada entre un
ladrón malísimo y un atracador infame. Si el «Estatut»
es un bodrio de hoz y coz, la sentencia, por lo entrevisto, no le irá a la
zaga. Oraciones impías (adversativas, condicionales, antinómicas,
anti-lo-que-haga-falta) y piadosas ñapas (flecos
pendientes, pendoneos flácidos, grietas, goteras,
desconchados) que constituyen el último servicio que rinden a la Patria (a la
patria, en minúsculas, tampoco hay que engallarse) sus señorías y sus señoríos,
Dios les guarde, antes de disfrutar de la excedencia o caducar sin prisas y sin
pausas al igual que un yogur en la nevera de un solterón recalcitrante.
Como
este es un país de desagradecidos, la prueba del nueve es y será el arrebato victimista y gritón de los nacionalistas catalanes cuando
les lean en diagonal el enjuague. En privado y en Madrid reconocerán que no les
quedaba más remedio que poner el grito en el cielo y se irán a comer callos a
Jockey tan contentos y tan desahogados dándoles palmaditas en la espalda a los
«socis» del PSOE o los colegas populares. En
Cataluña, se rasgarán las vestiduras y convertirán el «Estatut»
en una olla a presión, en un corral de cuernos (un «correbous»,
no confundamos), un desquiciado laberinto sin salida y sin entrañas. ¡Que
empiece el espectáculo! Tenemos por delante unas elecciones autonómicas que,
por dinamiteras, pasarán a los anales. Con tipos de la calaña de Laporta
pescando en río revuelto e incluso -¿por qué no?- llevándose el gato al agua.
La juerga padre, vamos. O sea, que de no ser por ellos, de no mediar la
magistral ejecutoria de los señores magistrados, nos moriríamos de tedio y
puede que de asco. ¡Marcha, venga marcha, que está el país parado!
Al cabo
¿qué esperábamos? El previsible cierre en falso de la charlotada estatutaria es
el producto lógico de la demagogia dura y el discurso blando, de la anemia de
ideas y del oportunismo a calzón bajado. El fruto de la pasividad medrosa y de
los aspavientos atorrantes. El eco de un silencio abrumador en el que nunca se
responde a nada. Ni al terrorismo, ni a la crisis, ni a los filibusteros, ni a
los ciudadanos.