MERLUZO A LA ROMANA

Artículo de Tomás Cuesta  en “ABC” del 12 de junio de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Felices los que aún creen en los milagros. Ser el hazmerreír de Europa es una pena. Ser el hazmellorar es trágico

 

Lo que sorprende no es que el Gobierno oculte los reproches que Su Santidad el Papa pudiera hacerle a José Luis Rodríguez Zapatero, sino que el presidente no disimule su sorpresa ante la tropa de españoles que circula por el Vaticano. O sea, que mucho ruso en Rusia, como decía el inolvidable Eugenio (¿saben aquel que diu?) atrincherado entre el pitillo y el cubata. El promotor de la Alianza de Civilizaciones ignora que en España el catolicismo es una condición sociopolítica además de un credo, un paternóster y una salve.

Por eso Américo Castro aseguraba que la filiación religiosa es lo que define «la figura nacional y gentilicia de todo un pueblo» y de ahí, también, que Jiménez Lozano afirme sin ambages que ser español y ser católico es casi una redundancia: «El Estado que se construye al final de la Reconquista, no nace de unos simples presupuestos históricos, o económicos ,o de cualquier otro tipo de decisiones intramundanas, sino de imperativos espirituales».

Bien es verdad que el señor José Luis Rodríguez Zapatero no ha frecuentado mucho a don Américo Castro y es más que probable que a Jiménez Lozano le identifique («vade retro») con Jiménez Losantos. En cualquier caso, se necesita ser merluzo —ya puestos, a la romana— para encontrar atípico que en la Silla de Pedro lo hispano siga sentando cátedra. Total, que mucho castellano en la ciudad del Vaticano. Y mucho ruso en Rusia. El chiste interminable.

Tenía razón Il Cavalieri cuando, de pronto, volvió grupas y le dejó colgado al filo del abismo mediático. Anteayer, Zapatero estaba lleno de gracia y Berlusconi —«Santo Subito!»— le canonizó en el acto. Fuese por azar o por necesidad, el jueves pasado parecía Jueves Santo. Maitines catedralicios y vísperas congresuales. De la merluza mañanera al bacalao de media tarde. De la Casa de Dios a Casa Labra. De la Curia al Congreso. De la coña al escaño. De las Cartas de Pablo a las Cortes de Pablo; de Pablo Iglesias, claro.

Este hombre es un santo, un digno sucesor del fundador del PSOE en el sancta santorum de la doctrina laica. Lástima que los mercados sin escrúpulos y los especuladores sin alma mancillen sus empeños beatos, la naturaleza incorrupta de sus promesas y el temple sosegado con que soporta el martirio demoscópico y escala unas encuestas cada vez más empinadas.

Cuanto más aprieta la crisis tanto más necesario es confiar en que la fe puede mover montañas. De ahí que la estrategia de Rodríguez Zapatero pase por negar la «depre» y regresar al optimismo antropológico, australopiteco, antropomórfico o lo que mejor le cuadre. La santurronería no encaja con los trastornos de ansiedad ni con la melancolía a ultranza. Sólo la felicidad jajá nos puede sacar del trance. Felices, pues, los que aún creen en los milagros. Ser el hazmerreír de Europa es una pena. Ser el hazmellorar es trágico.