ZP, COMO REDUCCIÓN AL ABSURDO
Artículo de Enrique de Diego en “El Semanal Digital” del 26.11.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
26 de noviembre de 2005. De continuo, se me ha reconvenido a no subestimar a
Zapatero, mediante remedo de la moral de éxito hegeliana: si ha ganado unas
elecciones por algo será (además de por una masacre y una grosera manipulación).
Ahora que las encuestas muestran una caída libre de la popularidad del personaje
y corren chistes de crueldad excesiva, me parece preciso indicar que ZP no es la
causa de nuestros males, sino su efecto (todo lo ridículo y patético que se
quiera).
Zapatero puede ser considerado excrecencia del sistema o su reducción al
absurdo. Lo planteo en mi libro ZP en el país de las maravillas –literatura de
combate, envuelta en el celofán del humor- revestido de humor- y mi conclusión
va más por la segunda hipótesis. Es decir, lo grave es que un político
profesional insustancial ha llegado a la secretaría general del PSOE, a la
presidencia del Gobierno y ha contado siempre -hasta ahora- con un amplio
respaldo popular.
Eso implica que buena parte de la sociedad española carece del mínimo de
espíritu crítico y, por ende, de ilustración. Y también que el sistema como tal
tiene fallas internas suficientes para ser incapaz de depurar tales niveles de
descrédito como los que ahora ocupan La Moncloa. Eso me induce a pensar que ni
tan siquiera la alternancia es suficiente. No basta con que en las próximas
elecciones Mariano Rajoy sustituya a Zapatero, y mucho menos que haya de hacerlo
a través de pactos con Convergencia y PNV, como, a los postres, tienen por
costumbre decirnos a los periodistas los políticos del PP. Es preciso que la
sociedad civil se dote de un programa máximo que indeclinablemente pasa por una
reforma profunda de la ley electoral y del modelo de partidos, incluyendo su
financiación, que sobrepasa, de manera sistemática y reincidente, el ámbito de
lo mafioso.
Todo ello exige la liberalización de la enseñanza, pues tanto el mercantilismo
de los medios de comunicación como la estatalización educativa se están
mostrando como dos auténticos cánceres sociales, que embarrancarían -de seguir
su inercia- a la sociedad abierta en el plazo de una generación.
Tiempos estos en los que la confusión ha de ser combatida con dosis
suplementarias de claridad y sin ceder en las convicciones al ambiente de
cinismo que lo impregna todo. Seguramente, en el futuro, estaremos agradecidos a
Zapatero en un sentido bien curioso: por haber sido el elemento de contrastación
de males muy profundos, que afectan a todo el mitificado proceso de la
transición. En esta nueva exigencia ética de la crítica sin concesiones, de la
recuperación de la decencia tenemos los liberales especial responsabilidad.