A TODA VELA

 

 Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL  en  “ABC” del 12/05/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

El debate de ayer en el Congreso no fue brillante. Pero fue grave. Grave porque queda confirmado que el presidente carece de criterios sobre cómo abordar los grandes asuntos nacionales. Grave porque se le ha dado matarile, casi oficialmente, al Pacto Antiterrorista. Y grave porque, pacto aparte, no se adivina la más mínima señal de avenimiento entre los dos partidos.

Rajoy, cuyo talento como parlamentario no es discutible, estuvo más bronco de lo habitual, y cometió un error de bulto: afirmar que el Gobierno está traicionando la memoria de los muertos en el País Vasco. Zapatero sacó todo el partido que pudo del traspié de su rival y consiguió quizá que muchos telespectadores llegaran a la conclusión de que es un hombre más amable, más hospitalario, más próximo, que el jefe popular.

La retórica de Zapatero es increíblemente tosca, lo que no significa que no pueda ser eficaz. Su rasgo dominante, el desprecio absoluto de la lógica.

En cierto momento, reprochó a Rajoy su espíritu destructivo y crítico y le desafió a encontrar alternativas a la política del Gobierno. ¿Devolverían los populares la estatua de Franco a su sitio? ¿Enviarían de nuevo las tropas a Irak? Las dos preguntas son completamente absurdas.

Imaginen que yo derramo la leche a la hora de la merienda y que, tras mirar a los que he dejado en estado lastimoso, exclamo: «¿Qué quieren? ¿Que devuelva la leche a la jarra?». Ciertos actos, ¡ay!, son irreversibles, y por lo mismo, no admiten alternativas.

El que no admitan alternativas, sin embargo, no demuestra que sean certeros. Cabría incluso sostener que han sido tanto menos certeros, cuanto más desasistidos de un remedio alternativo. Al telespectador poco atento se le escapan estos matices, esenciales en un discurso civilizado. ¿Se le escapan igualmente a Zapatero? Sinceramente, no lo sé.

Vayamos al fondo político. Hubo dos cuestiones clave que el presidente se negó a aclarar. La cláusula «se negó» está justificada, puesto que Rajoy le emplazó a que se pronunciara sobre ellas de modo solemne y reiterativo. En primer lugar, Zapatero no quiso decir que España es una nación. El caso es sorprendente, pero ahí está.

En segundo lugar, Zapatero rehusó ofrecer precisiones sobre su modelo o idea de reforma estatutaria y de financiación autonómica. En relación a las reformas, volvió a declarar que aceptaría lo que se cocinara en cada CCAA, con una condición y una esperanza. La condición, que la reforma entre en la Constitución. La esperanza, que cuente con el mayor consenso posible. Consenso, se entiende, en el Parlamento autónomo de turno.

En lo tocante a la financiación, se fue por los cerros de Úbeda, y aseveró textualmente que lo único característico de los sistemas de financiación en un Estado descentralizado, es que están sujetos a un cambio permanente. Ni Maragall lo habría expresado con más claridad.

En una palabra: vamos a toda velocidad, y sin raíles a la vista. Y la derecha empieza a enfadarse.