APRENDICES DE BRUJO
Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL en “ABC” del 26.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Las cosas, de momento, han
salido mal en el País Vasco para el Gobierno y los que no son nacionalistas. El
sentido común aconseja atenerse a dos máximas genéricas: persistir en
estrategias demostradamente eficaces y no conceder al enemigo o al rival más
facilidades de las necesarias. Aquí se han incumplido ambos preceptos. Se ha
dado matarile al Pacto Antiterrorista y la política que lo inspiraba, y se han
iniciado despliegues hacia ETA de modo prematuro y hasta cierto punto gratuito.
¿Por qué se ha hecho esto? Se han juntado las circunstancias adversas, un
maquiavelismo rudimentario, y la oscuridad de ideas.
Vayamos por partes. Zapatero se encuentra intrínsecamente mal equipado para
oponerse al desafío nacionalista. Pocos meses antes de su victoria inesperada,
se produjo la entrevista secreta de Carod con ETA. El encuentro suscitó una
disyuntiva dramática: o se cortaba por lo sano la deriva rupturista iniciada por
el tripartito, forzando la mano al PSC con la amenaza de presentar listas
socialistas separadas en Cataluña, o se transigía. Después de algunos titubeos,
se escogió lo segundo. De resultas, Zapatero llegó al poder apoyado en fuerzas
conniventes con muchos postulados del nacionalismo vasco. En esas condiciones,
era muy complicado hacer frente a la ofensiva del norte. Verbigracia, al Plan
Ibarreche. Y se buscaron soluciones alternativas en el maquiavelismo.
La idea, en esencia, consistió en amortiguar el repelón del lendakari
envolviendo al PNV en una estrategia que recogía parcialmente las
reivindicaciones nacionalistas. A esto se le llamó «plan Guevara», y después
«plan López». Con el plan López se persiguieron dos objetivos simultáneamente:
comer electorado al partido de Sabino Arana y ofrecer una plataforma de
aterrizaje a ETA, en fase de liquidación técnica. Un PSE fortalecido a costa del
PNV podría, sobre el papel, controlar la revisión del Estatuto de Guernika.
Mientras se neutralizaba al lendakari por el procedimiento indirecto de respetar
la mayoría minoritaria de que iba a gozar en el Parlamento de Vitoria, o lo que
es lo mismo, de brindarle una colaboración pasiva y siempre provisional, se
abrían vías de diálogo con la banda, a la que se reincorporaría a la vida civil
permitiendo que interviniera en la construcción de la Euskadi futura. Todo esto
explica que el Gobierno no hiciera nada, absolutamente nada, para instar la
ilegalización del PCTV.
Las elecciones de abril enturbiaron este diseño. No se arrancó ni un solo voto a
los nacionalistas. E Ibarreche quedó, sí, debilitado, aunque en beneficio de los
más radicales. En teoría, nos formulamos objetivos, y luego ordenamos nuestras
acciones a la consecución de esos objetivos. En la práctica, procedemos a la
inversa: dignificamos como objetivos las posibilidades menguantes que sobreviven
a decisiones anteriores y con frecuencia erróneas. El Gobierno porfió en
confiar, con poco realismo, en la creación de un arco voltaico que pasara por
encima del PNV y le comunicara con el mundo de ETA, e intentó acelerar este
entendimiento incoando un proceso teatral de paz. No se comprende de otro modo
que comprometiera al Parlamento en una voluntad de negociación que ha sido
imprudentísimo escenificar movilizando a los representantes de la soberanía
popular. Al final, se ha impuesto la comunión nacionalista, con el agravante de
que ETA determina al PNV, y está en situación además de elegir maneras y
tiempos. Es casi seguro que declarará una tregua cuando lo estime conveniente. Y
es previsible que el Gobierno, haciendo de tripas corazón, se vea obligado a
recibirla como la confirmación de que su política ha sido un éxito.
El desgaste ha sido gigantesco para el Estado. Ha saltado por los aires la
alianza entre los dos grandes partidos, garantía última de la unidad nacional. Y
han ocurrido otras calamidades. En primer lugar, va a resultar arduo, o más que
arduo, moderar las reclamaciones catalanas. En efecto, sería contradictorio
resistir en Cataluña cuando ya se ha cedido muchísimo en el País Vasco. La
formación de un gobierno de coalición con los nacionalistas del Bloque en
Galicia, añadiría leña al fuego. Al tiempo, se está desmoronando la estructura
pública, en varias acepciones. Alarman profundamente las últimas sentencias de
la Audiencia Nacional, una de las cuales segrega a Jarrai de ETA y deshomologa
la «kale borroka» como actividad terrorista. El fallo entra en colisión directa
con la jurisprudencia sentada por el Supremo y el Constitucional y hace saltar
por los aires la política antiterrorista que había arrinconado y dejado sin aire
a la banda. La interpretación más popular, y seguramente correcta, es que no es
posible alistar a los jueces en la tarea peligrosa de combatir el terrorismo a
la vez que se dan muestras permanentes de querer conciliarse con él. Las
inercias creadas, y la anemia galopante del Estado, nos proyectan hacia un
horizonte de incertidumbre absoluta.