LOS HECHOS Y LOS VALORES

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 08.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Los Estados Unidos siguen atrayendo más inmigrantes que cualquier otro país del mundo. ¿Sorprendente? En absoluto. Los Estados Unidos son enormes, prósperos, y han estado abiertos desde siempre al ingreso de población foránea. Lo que a nadie se le hubiese ocurrido pensar, es que España fuera a ocupar un día el segundo peldaño en la jerarquía migratoria. Pues bien, en ésas nos encontramos actualmente. Estamos hablando, ¡atención!, de números brutos, consideración no baladí si se tiene en cuenta que la población española es siete veces inferior a la americana. Entre bromas y veras, y en poquísimo tiempo, nos hemos colocado en un 11% de población inmigrante. Raras veces había experimentado una sociedad una revolución comparable en su composición demográfica. De aquí se desprenden dos preguntas obvias. La primera reviste carácter diagnóstico: ¿cómo están encajando los españoles la situación inédita? La segunda se refiere al futuro: ¿cómo es probable que vayan a reaccionar en el medio plazo?

Las prospecciones realizadas periódicamente por el CIS revelan lo que podría haber anticipado el sentido común. A saber, que la preocupación de los españoles ante el fenómeno migratorio aumenta en paralelo al número de inmigrantes. La inmigración era percibida como el problema más importante de España por un 14.7% de los encuestados en el 2003. Ese índice subió al 16.1% en el 2004, y se ha situado en el 40% en el 2005. Se observa también una progresión rápidamente ascendente, cuando se hace la pregunta de si hay ya demasiados inmigrantes. En el 2003, el 47.8% contestó que sí. En el 2004, abundó en ese dictamen el 53.3%. En el 2005, contestó afirmativamente el 59.6%.

Sería interesante, yendo a un análisis más fino, desglosar las respuestas según regiones, distritos municipales, o nivel de renta. Para un empresario agrícola, o una familia de clase media, la inmigración comporta ventajas netas. El empresario encuentra quien le trabaje por un precio compatible con la obtención de beneficios, y la familia consigue servicio doméstico relativamente asequible. No se halla en la misma situación una señora de treinta años que vive en Fuenlabrada y redondea los ingresos de su marido desplazándose hasta Madrid y trabajando allí de asistenta. En su caso la inmigración representa, más bien, un coste neto. ¿Por qué? Porque la oferta masiva de mano de obra equivalente ha contenido los salarios, y también porque las deseconomías anejas a una inmigración de grandes proporciones -servicios sanitarios saturados, escuelas menos gobernables, índices de delincuencia mayores- afectan más a los modestos, que a los pudientes. De aquí a no mucho, sabremos si cristalizan en España movimientos populistas análogos a las que, en el resto de Europa, han puesto en el mapa a partidos xenófobos o de extrema derecha. De momento, la ideología reactiva de Lepen y sus compadres está aún por articular. Por ejemplo: en el barómetro de noviembre del 2005, un 53% de los encuestados se mostraba favorable a que los inmigrantes votasen en las elecciones generales. Esto suena... un poco raro. No es verosímil que una población claramente alarmada por el progreso de la inmigración, se muestre dispuesta, simultáneamente, a conceder a los inmigrantes derechos plenos de ciudadanía. Pero no hay detrás ningún misterio. Resulta evidente que el español medio intenta adscribirse a los valores teóricos de una democracia acogedora, cosmopolita, y ciega a las diferencias culturales. Y que experimenta, a la vez, tensiones incompatibles con ese ideal. Espatarrado entre ambos extremos, el encuestado rinde homenaje a la corrección política, aunque no a sus consecuencias palmarias.

La tensión... irá en aumento. El crecimiento económico español se ha basado, de manera determinante, en una fuerte expansión de los servicios y la construcción. En ambos casos, ha sido determinante el empleo de mano de obra inmigrante y barata. El proceso está entrando, por desgracia, en rendimientos decrecientes. Se anuncia una crisis económica de datación difícil, aunque, probablemente, no remota. Las primeras víctimas de la crisis serán los inmigrantes, por razones obvias. El empleo doméstico (dos millones largos de puestos de trabajo, en su inmensa mayoría de origen foráneo) se halla directamente relacionado con la disponibilidad de gasto de las familias, y la construcción es, junto a la deuda externa, uno de los eslabones débiles de la coyuntura económica. No es lo mismo una población inmigrante incrustada en la máquina productiva, que una inmigración castigada por el paro y condenada a sobrevivir en los márgenes del Estado Benefactor. Será ése el momento en que los españoles descubramos si realmente somos como querríamos ser.