MODELOS DE ESPAÑA
Artículo de Álvaro Delgado-Gal, Escritor y periodista, en “ABC” del 17.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... La multiplicación de los
frentes problemáticos no sólo pondría en cuestión el «statu quo» que hemos
empezado a dejar atrás, sino el que creíamos que iba a sucederle...
¿Hacia adónde vamos los españoles? Antes de responder, o de no responder, a esta
pregunta, me gustaría pegar un instante la hebra sobre lo que se entiende por
«modelo analítico» en las ciencias naturales o sociales. Los modelos analíticos
son representaciones simplificadas de la realidad. La representación, acuñada
con frecuencia en el simbolismo matemático, escoge ciertos rasgos significativos
de la cosa que se quiere estudiar y los manipula conforme a las reglas y
condiciones que definen al modelo. En las ciencias elaboradas, los modelos
deparan predicciones harto precisas. En las menos elaboradas, no predicen nada,
pero tienen al menos la virtud de instilar orden en nuestras ideas. Les pondré
un ejemplo pueril. Ajustándome a un modelo elemental, yo podría adelantarle a
usted que dentro de diez años pesará tres kilos si a partir de ahora da en el
mal acuerdo de rebajar su dieta en una proporción de siete a uno. El valor
predictivo del pronóstico es nulo. A medio camino, usted se habrá muerto de lo
que sea, o habrá perdido la razón, o habrá sido confinado en una casa de
indigentes porque la debilidad le ha obligado a desplazarse siempre en taxi y es
usted pobre y no puede permitirse más que bonos de metro. Usted, en fin, no va a
terminar pesando tres kilos pelados. Sin embargo, el modelo habrá servido para
persuadirle de que su plan de adelgazamiento no es viable a largo plazo.
Pasemos, del hombre increíblemente delgado, al frangente político actual.
Durante los dos últimos años, han ocurrido grandes novedades en nuestro país. La
mayor, y más desgraciada, es que una de sus mitades ha llegado al convencimiento
de que la otra pretende construir contra ella una mayoría perpetua. Por
supuesto, una mitad estricta no puede ser dejada en minoría por la mitad
complementaria. Pero si las mitades no son mitades en rigor, y la cantidad
necesaria para completar el todo resulta que son los nacionalistas, el temor de
la mitad amenazada adquiere un perfil familiar: el PP ha consultado las cartas
astrales, y sacado la conclusión de que es improbable que toque bola porque lo
normal es que sea menos que el PSOE más el resto.
En mi opinión, el PP no se ha vuelto paranoico. Quizá exagere, y probablemente
se equivoque en la ponderación de las causas y la enumeración de los factores.
Pero los tiros van por donde van, que no es el mejor sitio por donde deberían ir
en una democracia enquiciada. No es exigible, no obstante, compartir las
suspicacias del PP para obtener fruto del modelo analítico que dentro de un
momento les expondré. Lo único importante es suponer que la derecha piensa lo
que yo sospecho que piensa, y hacerse a continuación una pregunta sencilla: ¿qué
puede hacer un partido nacional con bases de poder territorial, a fin de
neutralizar la minoría vitalicia a que, según él, desean condenarle?
Remitiéndonos a España, aquí y ahora: ¿qué va a hacer el PP?
Lo razonable es que considere tres alternativas. La primera consiste en mantener
sus designios y su discurso nacional, y enfilar las próximas elecciones
generales en la esperanza de conseguir una mayoría absoluta. La segunda
alternativa pasa por emular la estrategia de su enemigo y aliarse a los
nacionalistas en el Congreso. Por último, los populares podrían desplazar la
política nacional a un segundo plano y dedicarse a explotar la desorganización
creciente del Estado con objeto de adquirir consistencia en las regiones. Esto,
dicho en plata, significa que el PP no querría ser menos en Madrid o Valencia o
Baleares que CiU en Cataluña o el PNV en el País Vasco. La hegemonía en
comunidades ricas y progresivamente emancipadas del control central resarciría
al PP de su ostracismo monclovita.
Es obvio que, en puridad, la primera alternativa excluye a las otros dos, aunque
éstas no se excluyen en absoluto entre sí. Un PP que hubiese apostado por el
diseño confederal podría conspirar con los nacionalistas para usufructuar en
beneficio propio, o mejor, en beneficio de sus áreas regionales, los poderes
residuales del Estado. Asistiríamos a una aceleración súbita del proceso de
descomposición territorial, en provecho de las comunidades populares y perjuicio
de los espacios subsidiados en los que el PSOE pesca sus votos. Saldrían
perdiendo los intereses generales, de suyo va. Ahora bien, si el PSOE prosigue
en su clave presente, los intereses generales saldrían perdiendo igualmente. Y
los cuadros populares obtendrían ganancias netas de su desmarque durante un
trecho temporal breve en términos históricos, aunque tentador si se adopta la
perspectiva de un profesional de la política.
Conviene enriquecer el modelo introduciendo en él variables temporales. Si no
hay convocatoria anticipada a las urnas, tendrán que transcurrir dos años hasta
que se celebren elecciones generales. El dato es importante, porque antes de esa
cita han de evacuarse las autonómicas madrileñas. Un PP que se hubiese decantado
firmemente por la opción número uno se hallaría en la necesidad de evitar que
Esperanza Aguirre afrontase su reelección pidiendo para Madrid lo que se va a
entregar a Cataluña. ¿Se impondrán desde Génova consignas inequívocamente
nacionales?
No lo sé. Sólo sé que la decisión no será fácil para el partido de Rajoy. Si
Esperanza Aguirre se inhibe, Simancas apretará sin contemplaciones la tecla de
la autoctonía capitalina. Conceder esa baza al rival no es asunto baladí, y sólo
tendría sentido en la hipótesis de que se hubiera otorgado prioridad máxima al
proyecto del restaurar el Estado con criterios de Estado. Supongan por un
instante que el PP gana por mayoría simple, y que haciendo, como en otros tiempo
hizo, de tripas corazón, busca el apoyo de CiU, o de un conglomerado
nacionalista cualquiera. ¿Cómo pedir un sacrificio enorme al barón más señalado,
cuando existen reservas mentales sobre los límites a que se podría llegar en
caso de apuro? ¿O cuando ya se ha distendido la trama, sin provocación alguna,
en el cuadrante valenciano? A la inversa: ¿cómo comprometerse irreversiblemente
con la causa nacional, si ese compromiso podría traducirse en un alejamiento
indefinido del poder, o lo que es peor, si se ignora, por motivos obvios, en qué
sentido y medida cabría invertir el curso de la corriente una vez recuperado el
bastón de mando -o de no mando- en La Moncloa?
Los partidos son criaturas híbridas: máquinas para abrirse paso hasta el
Presupuesto, y representantes también, en el escenario público, de una forma
aproximada de ver las cosas, o, como se dice teatralmente, de una ideología. Lo
más probable es que el PP se debata bajo el fuego cruzado de incitaciones
distintas. Que se afane en averiguar el modo más directo y expeditivo de salir
de la oposición , y tema a la par un desgarro moral interno, un desgarro que
podría expresarse en una pérdida de sufragios. Colijo que la resultante de este
juego de vectores será una apelación nominal a los valores nacionales,
debilitada por la urgencia de no quedar atrás en la disputa, palmo a palmo, de
los trofeos locales. Un pasaporte eficaz hacia el caos.
¿Hemos dicho la última palabra? No. Imaginen que Zapatero sufre una avería en el
País Vasco; o se pacta finalmente en Cataluña un Estatuto menos maquillado de lo
que conviene al Gobierno; o se precipita la crisis económica; o todo a la vez.
La multiplicación de los frentes problemáticos no sólo pondría en cuestión el
statu quo que hemos empezado a dejar atrás, sino el que creíamos que iba a
sucederle. Nuestro modelo analítico se habría reducido de repente a una
antigualla. Sus anticipaciones, contempladas a trasmano, se nos antojarían una
desorbitación del pasado inmediato, no un pronóstico certero de la realidad
inédita y sorprendente que al cabo hemos terminado experimentando. A la postre,
el único futuro inapelable es el que traen, ya inventariado, los libros de
historia.