LA IZQUIERDA CREYENTE
Artículo de Álvaro Delgado-Gal, Escritor y periodista, en “ABC” del 20.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... El derrumbe del sistema
comunista y el atasco de la socialdemocracia han destruido el ecosistema de la
izquierda creyente. Las cosas que se caen no siempre desaparecen. Continuará
habiendo izquierda, una izquierda cuyo contorno todavía no acertamos a
imaginar...
ES imposible recorrer el documento que ha preparado el Gobierno sobre la
igualdad entre los sexos sin confirmarse en la sospecha de que nuestro sistema
jurídico y moral está derivando hacia el caos, un caos agravado por las buenas
intenciones y una idea desmesurada de las capacidades salvíficas que asisten al
Estado. El lío viene de lejos, y no se restringe en absoluto a las políticas de
género o al trato paritario de hombres y mujeres. Empecemos, por empezar en
algún sitio, con la Carta Magna. Ésta proclama, en el artículo 14, la igualdad
de todos los españoles ante la ley. En el artículo 9.2, sin embargo, se nos
habla de igualdad efectiva: «Corresponde a los poderes públicos promover las
condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo... sean reales y
efectivas». Nos enfrentamos a dos nociones distintas de igualdad. La primera
exige que la ley se aplique uniformemente, en tanto que la segunda entraña algo
más. A saber, que ciertos ciudadanos no se vean inhabilitados por carencias
manifiestas e insuperables -pobreza, falta de instrucción, salud insuficiente-
para disfrutar de las mismas oportunidades que otros ciudadanos.
El Estado liberal puso el acento en la primera noción. Y el socialismo, en la
segunda. ¿Son ambas conciliables? Lo son. Pero no lo son necesariamente. Serán
conciliables, si y sólo la supresión de la pobreza, la instrucción obligatoria o
la sanidad gratuita se conciben como una premisa tácita de la igualdad formal.
La idea de fondo es que la aplicación igual de la ley se reducirá a una burla
mientras el sustrato humano sobre el que se opera acuse desigualdades excesivas
e independientes de la voluntad y los méritos de los interesados. Esta idea se
ha incrustado irreversiblemente en el régimen doctrinal de las sociedades
contemporáneas. Nadie, o casi nadie, discute el derecho del Estado a recaudar
impuestos, y a sufragar con ellos la provisión de bienes fundamentales.
Cabe, no obstante, invertir el orden de los factores y perseguir la igualdad
efectiva corrigiendo tal o cual desigualdad mediante una aplicación asimétrica
de la ley. En este caso, no se habrá conciliado la igualdad efectiva con la
igualdad frente a la ley, sino que se habrá asegurado la primera a costa de la
segunda. Puede llegarse a esta coyuntura por varios caminos. El más transitado
consiste en enunciar por anticipado una determinada fórmula de igualdad, y luego
valerse de la ley para que la fórmula cobre vigencia. Lo que ocurre entonces es
que la ley cesa en su función de marco regulador, y se convierte en un
instrumento al servicio de objetivos concretos, enunciados con frecuencia en
términos de cuotas, porcentajes y distribuciones estadísticas.
El anteproyecto de ley orgánica de Igualdad entre Mujeres y Hombres está mucho
más cerca, en el espíritu y en la letra, del segundo planteamiento que del
primero. Se diría que el Gobierno se ha sentado frente a un tablero de mandos
virtual, y que se ha dedicado a apretar botones, y a mover palancas, con el
propósito de que cada cosa ocupe el sitio, el hueco, que se le ha asignado en un
croquis general de la sociedad. Los autores del documento descienden, por
ejemplo, a precisiones azorantes sobre lo que ha de interpretarse como
«composición equilibrada» -en los cuadros de las empresas, en la toma de
decisiones, en lo que se tercie-: «A los efectos de esta Ley, se entenderá por
representación o composición equilibrada aquella situación que garantice la
presencia de mujeres y hombres de forma que, en el conjunto a que se refiera,
las personas de cada sexo ni superen el sesenta por ciento ni sean menos del
cuarenta por ciento» (disposición adicional primera). Y como no se quiere dejar
un solo cabo suelto, se enumeran, con prolijidad obsesionante, escenarios, casos
y supuestos.
El resultado es que el anteproyecto contempla la friolera de setenta y dos
artículos, diecinueve disposiciones adicionales (sin incluir las todavía
pendientes), diez disposiciones transitorias, una disposición derogatoria y seis
disposiciones finales. En esta ambición omnicomprensiva, el anteproyecto
recuerda poderosamente al estatuto catalán. Lo recuerda igualmente en el afán
fiscalizador, un afán con ribetes carcelarios. La Administración se convierte en
un Argos que es todo ojos, y todo celo para escarmentar al díscolo. Verbigracia:
en la disposición adicional vigésima primera, se modifica el artículo 200 de la
ley de Sociedades Anónimas a fin de que éstas, al término de cada ejercicio,
añadan en su memoria la distribución por sexos del personal de la sociedad,
desglosado en un «número suficiente» de categorías y niveles. En el paquete
están comprendidos, por cierto, los consejos de administración. En el artículo
69, se dice literalmente: «Las sociedades... procurarán incluir en su Consejo de
administración un número de mujeres que permita alcanzar una composición
equilibrada entre mujeres y hombres en un plazo de cuatro años a partir de la
entrada en vigor de esta Ley». Y se agrega: «Incorporando, al menos, un diez por
ciento anual de mujeres».
Las prisas justicieras son incompatibles con el Derecho. Inauditamente, el
anteproyecto bendice, en el artículo 12, la inversión de la carga de la prueba.
Allí donde existan indicios de que se ha producido discriminación por razón de
sexo, ha de ser demostrada la inocencia del acusado, no su culpabilidad. El
artículo pulveriza cautelas y garantías procesales básicas, y es inconcebible
que pudiera seguir en pie si fuese recurrido al Tribunal Constitucional.
Todo esto es extraordinario, y no se explica sólo por los equívocos a que ha
dado lugar el debate venerable entre los campeones de la igualdad material y los
partidarios de la igualdad formal. Nos hallamos en presencia de un fenómeno
raro, nuevo. ¿Cuál, exactamente?
En mi opinión, la izquierda está experimentando los efectos de una gigantesca
resaca. Aunque nadie parezca recordarlo ahora, el socialismo ha cultivado, hasta
hace no mucho, el materialismo histórico. Éste sostiene que el curso de la
historia se rige por leyes referidas a los modos y relaciones de producción. La
creencia contribuyó a que la izquierda concentrara sus denuedos en la pugna
económico/social. Simultáneamente, el materialismo histórico, en el contexto
filosófico marxista, intenta avenir esa pugna con expectativas milenaristas de
índole religiosa. La interrelación de ambas fuerzas generó un ecosistema moral
peculiarísimo. El creyente podía verter sus energías en la persecución de fines
sociales tangibles, al tiempo que desplazaba sus expectativas milenaristas al
momento fatal, aunque no por fuerza inmediato, en que las contradicciones del
capitalismo terminasen por alumbrar la sociedad sin clases y la armonía
universal.
El derrumbe del sistema comunista y el atasco de la socialdemocracia han
destruido el ecosistema de la izquierda creyente. Las cosas que se caen no
siempre desaparecen. Continuará habiendo izquierda, una izquierda cuyo contorno
todavía no acertamos a imaginar. Pero lo que se ha verificado, de momento, es un
reflejo defensivo, un salto atávico hacia atrás. Los materialistas históricos,
al desmaterializarse -valga el retruécano-, han rebotado en los hábitos y formas
mentales que Marx descalificó como «utópicos». Cito a los dos grandes
patriarcas: «Estos autores (por los socialistas utópicos) pretenden suplantar la
acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas
que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que
ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por
una organización de la sociedad inventada a su antojo». La semblanza parece
pintiparada para Zapatero y su equipo, aunque esté extraída de El manifiesto del
Partido Comunista. Por desgracia, Zapatero y su equipo ejercen la fantasía con
el BOE en la mano. En lo último no había pensado Marx. Y muchos de nosotros,
tampoco.