VELOCIDAD MEDIA

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 07.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

El 24 de abril del mes pasado, la revista «Newsweek» dedicó su portada y un artículo de interior al presidente Zapatero. El artículo, escrito a dos manos, estaba confeccionado según el modelo que gobierna casi toda la literatura periodística norteamericana -e inglesa- sobre asuntos españoles. Los autores se agarran a dos o tres lugares comunes, los adoban con otros tantos datos cogidos aquí y allá, y despachan un documento ágil pero simplorrón. Añado, para que no se me tilde de parcial, que no fue mejor el reportaje consagrado por «Time» al último Aznar.

La tesis de «Newsweek» es que Zapatero, un izquierdista que ha llegado al poder con muy poca experiencia a sus espaldas, ha sabido sorprender a propios y extraños combinando el progresismo social con una estrategia económica que conserva y prolonga la eficacia demostrada por su antecesor en el cargo.

Dos rasgos destacaban en la crónica. En primer lugar, se enumeraban iniciativas sociales de poco o nulo impacto sobre el gasto público. En segundo lugar se nombraba, como numen económico de Zapatero, a Miguel Sebastián. A Solbes se le mencionaba más tarde y de refilón. Es evidente que los periodistas han voceado, acaso sin pretenderlo, una versión de las cosas muy en sintonía con consignas puestas en circulación por la guardia de corps del presidente. Abonan la conjetura unas declaraciones casi simultáneas en las cuales sostenía el portavoz Moraleda que el secreto de Zapatero reside en el carácter «ambidiestro» de su política. El presidente «gobierna la economía con la mano derecha» y «hace política social con la izquierda».

Zapatero fue también explícito en una entrevista del mes de abril. Afirmó que lo inteligente no es agobiar al personal con impuestos sino valerse de los superávits presupuestarios para impulsar las reformas sociales. Por descontado, existen técnicas de gobierno que han conseguido conciliar el socialismo con medidas económicas de corte liberal. Es el caso de las naciones escandinavas, infinitamente más flexibles en materia de despido que España, Italia o Francia. Pero estas evocaciones no sirven en absoluto para comprender lo que está pasando en nuestro país.

La política económica de este Gobierno, no especialmente inventiva hasta la fecha, apunta hacia el aumento del gasto. El último Presupuesto, en efecto, ha sido expansivo. Y las leyes en ciernes aumentan la derrama pública o flexibilizan el empleo en dosis homeopáticas. La ley laboral recién consensuada se reduce, en el fondo, a subvencionar con los excedentes de la S.S. la conversión de empleo temporal en indefinido, de aquí al 2007. Una medida esencialmente electoralista, y con poca chicha dentro. La ley de asistencia, caso de que fuera aprobada, importaría, a partir del 2015, un 3% del PIB. ¿Qué tiene que ver todo esto con el nuevo truco del almendruco, consistente en dejar que el mercado avance a velas desplegadas y genere beneficios que se aplicarán luego al experimento progresista? Más bien poco. Lo que se avizora es deuda en el medio/largo plazo. O sea, lo que ya tienen Alemania y Francia, y otros países en dificultades.

La euforia oficial es preocupante, por cuanto refleja una pertinaz resistencia a aceptar la realidad. España, España en bloque, ha construido una representación de sí misma poco acorde con los hechos objetivos. El tirón innegable experimentado durante los últimos años obedece a causas cuya operación en el tiempo es limitada, o ya empieza a menguar. Los fondos estructurales y de cohesión han sido un factor importante -el 1.5% del PIB-, aunque condenado a evaporarse de aquí a no mucho. Y ha sido otro factor la inmigración sin precedentes históricos -nos hemos colocado, en breve espacio, en un 11% de población inmigrante-. El alud de mano de obra foránea ha contenido los salarios y ha enriquecido los fondos de la S.S.

Ahora bien, ni España puede permitirse un crecimiento lineal de la inmigración, ni ésta saldrá gratis. La concentración familiar, y el pago de las jubilaciones futuras, pasarán factura, a través de vías varias, a una Hacienda que ahora se siente holgada y colma de recursos. Entre tanto, nuestra productividad ha retrocedido, las tendencias inflacionistas persisten, y crece el déficit comercial. En muchos aspectos, España es un país hiperdesarrollado que no ha llegado a desarrollarse seriamente. El Aznar que nos quería meter en el G-8, había olvidado este detalle.

Y lo ha olvidado Moraleda, y por supuesto, lo ha olvidado Zapatero. Con la diferencia de que el último se halla mucho menos encima de los números que Aznar. En cierto modo, Zapatero recuerda a un ciclista que, embalado cuesta abajo, calcula lo que tardará en llegar a destino confundiendo su velocidad media con la que registra la bicicleta poco antes de que la rueda toque el badén. Los superávits son percibidos, no como el resultado contingente de circunstancias irrepetibles, sino como las riquezas que rebosan de un mágico cuerno de la abundancia. ¿Qué haría el presidente si tuviese que elegir entre contener la deuda y darle al pedal de la «política social» a que se ha referido Moraleda? La pregunta, ¡ay!, es impertinente. Sólo los cenizos estropean la belleza de las tres «bes»: bueno, bonito, y barato.