LÍNEA DIVISORIA

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 04.06.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La experiencia parlamentaria del martes/miércoles será percibida en el futuro como una frontera. Quiero decir, como una línea crítica, a cuyo lados se extienden etapas claramente distinguibles. A una mano tenemos el periodo de normalidad democrática en sentido lato -muy lato, por desgracia-. A la otra, el desorden venidero e inocultable. Tres hechos destacaron en la doble jornada.

En primer lugar, la confirmación de que el Gobierno negociará con ETA el futuro político del País Vasco, y por extensión, del resto del Estado. El martes, Patxi López había anunciado que el PSE se sentaría a hablar con HB, parte de un entramado terrorista según sentencia del Supremo. El guirigay periodístico sobre quién había ganado a los puntos en el cara a cara entre Rajoy y Zapatero distrajo durante unas horas a la opinión. Pero el miércoles la iniciativa fue autorizada por el propio presidente durante un intercambio en el Congreso con el portavoz del PNV. La versión oficial es que se trata de abrir una mesa en que se mirará a los ojos a los batasunos con el propósito de intimidarles moralmente. Pero esto, naturalmente, es una broma, como lo son las reformulaciones posteriores de Zapatero. HB está siendo relegalizada por la vía de los hechos, lo que equivale a decir que la ley está siendo deslegalizada por la vía de los hechos. Esto, en fin, no tiene vuelta atrás.

Punto segundo: el presidente hurtó el debate político, deslizando de tapadillo y sobre la marcha, en los amenes del partido, el gran asunto latente, lo único que realmente ponía emoción en la cita parlamentaria. El caso reviste una gravedad gigantesca, y refleja insuficiencias de base en nuestra estructura democrática. No es posible encontrar paralelos en los países a los que nos gustaría parecernos.

Tres: Rajoy se quedó colgado de la brocha. La idea de fijar brevemente, en el preámbulo de su discurso, la posición del PP, y aparcar luego el asunto, fue correcta formalmente. Se esperaba para dentro de unas semanas, en sede parlamentaria, una comunicación solemne sobre el comienzo de las conversaciones. Era el momento de entrar en harina. La finta inaudita de Zapatero ha dejado sin argumentos a los campeones de las buenas maneras. La base sociológica del PP está que trina. Admite que Rajoy es un caballero, pero no está segura de que los caballeros sirvan para la lucha libre. A partir de ahora, se reduce el margen de acción del jefe popular. Sus votantes le mirarán con lupa, y Rajoy se sentirá, también, bajo vigilancia perpetua. Un pinchazo de Zapatero le daría oxígeno. En caso contrario, tendrá problemas de ventilación.

Ahora, el debate en sí. Al contrario que la mayoría de los analistas, estimo que fue interesante, lo que no significa que no fuera técnicamente pobrísimo. La réplica del presidente al discurso de Rajoy -más de una hora, contra 35 minutos de exposición popular- constituye la peor intervención parlamentaria de que guardo memoria. Zapatero estuvo errático, desmadejado, evitó las cuestiones relevantes, y desgranó mensajes por lo común increíbles. Pero también se fue de la lengua. O si se prefiere, su bajo estado de forma impidió que se expresara con la cautela debida. En cierto instante afirmó que el Congreso era un foro diseñado... para conciliar los intereses territoriales. El mismo se dio cuenta de que había dicho algo raro. Lo puso de manifiesto una vacilación, un temblor en la voz. En efecto, estaba describiendo al Senado alemán, no al Parlamento. La distinción es fundamental. Un Estado federal, como el alemán, desplaza a una Cámara Territorial los asuntos territoriales, y ventila los generales en el Parlamento. Cuando los dos planos se confunden, ya no estamos en una federación. Estamos en una confederación.

Que el futuro de la España prevista por Zapatero es confederal quedó confirmado por dos afirmaciones posteriores. Habló de relaciones «bilaterales» entre las CCAA y el Estado, y aplaudió que fueran los estatutos los que determinaran el régimen de financiación. Lo que se nos prepara es una confederación no declarada en que las diversas partes, dotadas de algo muy próximo a la soberanía, se conducirían como si hubiese una hacienda común que reparte los fondos de todos. Es un disparate. Pero a eso vamos. Se equivocan por tanto quienes dicen, a propósito de la negociación con ETA, que Zapatero no ha aprendido nada de anteriores gobiernos. Sí que ha aprendido. Ha aprendido que tiene cosas que dar. Lo que vaya a ocurrir pasado mañana, es ya, claro, harina de otro costal.

¿Y Rajoy? Rajoy es, oratoriamente, un enigma. Es brillante, pero no cuaja. Es más: aunque el otro día no metió el rejón en ningún momento -pasaron horas hasta que sacó a relucir el caso Bono-, da la sensación de ser demasiado vehemente, incluso bronco. ¿La clave? La clave reside -y en eso lleva razón Zapatero- en que no tiene propuestas alternativas. Sus arremetidas asumen, en consecuencia, un carácter exclusivamente negativo, y por tanto, hostil. Rajoy no sabe qué hacer, y su partido, con algunas excepciones -por ejemplo, Vidal-Quadras- tampoco sabe lo que hacer. De estos pasmos suelen brotar las grandes radicalizaciones.