BÚSQUENME EN EL CENTRO

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 06.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Acaba de producirse otro rifirrafe entre Gallardón y la dirección del PP, ahora a propósito del matrimonio entre homosexuales. El caso ha trascendido ampliamente a la prensa y estimo por tanto innecesario resumirlo al lector. Sólo me interesa destacar un extremo: el riesgo probable de un conflicto no impidió que el alcalde apadrinara personalmente la unión entre dos varones que militan, además, en las filas populares. El hecho suscita varias preguntas. La primera, es de orden moral: ¿ha cometido Gallardón una tropelía imperdonable? La respuesta, a mi ver, es «no». Los partidos modernos no son sectas sino asociaciones orientadas a la conquista y gestión del poder a partir de un programa mínimo. Huelga por tanto solicitar de sus miembros una convergencia absoluta de opiniones. Gallardón no fue parte en la aprobación de la ley sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni dijo o hizo nada que estorbara en su momento la acción parlamentaria del PP. Entender que esto no es suficiente, y que el que se aparta de la línea oficialista es un díscolo o un impertinente, se me antoja, la verdad, desmesurado.

La segunda pregunta nos remite a los móviles: ¿por qué se ha desmarcado el alcalde de los que tienen vara alta en Génova? La respuesta reside en esa quisicosa delicada y huidiza llamada «centro». Gallardón ha apostado por situarse en la línea que separa a la derecha de la izquierda. Constituye un dato objetivo que, en determinadas circunstancias, esa ubicación fronteriza permite sumar, a los apoyos tradicionales o cautivos de un partido, los votos intersticiales que se decantan, ahora hacia un lado, ahora hacia el contrario. No se trata de una masa de sufragios enorme, pero sí significativa, y a veces decisiva. En las últimas elecciones madrileñas, autonómicas y municipales a un tiempo, el efecto Gallardón propició una ligera deflacción en favor del PP dentro del casco urbano de Madrid: allí mejoró el alcalde los resultados de Esperanza Aguirre. El margen modesto podría resultar crítico si el PSOE substituye a Trinidad Jiménez por Solana y presenta un candidato de perfil a su vez centrista. Esto es, atractivo para quienes no se sienten adscritos a unas siglas estables. Obviamente, el pluralismo interno beneficiaría en este caso al PP.

La tercera pregunta mira a horizontes más distantes. Es notorio que Gallardón no pretende sólo renovar como primer edil de la capital. Aspira también a defender los colores de su partido en unas futuras elecciones generales. Por ejemplo, las del 2012. ¿Aportaría el protagonismo de Gallardón las mismas ventajas marginales que se registraron a escala municipal en el 2003?

La cuestión es más problemática de lo que parece, y en absoluto resoluble sin profundizar antes en el concepto de «centro». El último, al revés que los conceptos de «derecha» o de «izquierda», no define directamente una posición ideológica. Sabemos, más o menos, lo que quiere decir «izquierda». Ser de izquierdas implica remitirse a una tradición signada por determinadas creencias y actitudes, o si se prefiere, determinada filosofía. La especie «derecha», aun siendo más difusa, también cuenta con una historia y un acervo doctrinal sobre el que reposar. Pero el centrismo no integra una ideología sino una táctica. No existe una ideología de centro, por lo mismo que no existe un punto del mapa que corresponda a los adverbios de lugar «arriba» o «abajo». «Arriba» y «abajo» son nociones que cumplen su función orientadora a condición de que se conozca primero con respecto a qué se está arriba o se está abajo.

Cabe hacer una lectura análoga en el terreno político. La política de centro necesita ser percibida como la rectificación o atenuación de un programa duro, esto es, de un sistema de ideas identificable por todos. Un centrista que oficie casi en exclusiva como centrista, un centrista, por así decirlo, emancipado de todas las rutinas y señas de identidad del ideario de que procede, corre el peligro de ser ineficaz, ineficaz por cuanto, desanclado de la estructura matriz, suscitará suspicacias o sembrará el desconcierto entre las clientelas estables del partido en cuyo nombre concurre a las urnas.

Aquí reside, provisionalmente, la debilidad de Gallardón. De Gallardón sabemos, sobre todo, en qué discrepa del PP. Pero está mucho menos claro qué es lo que piensa, lo que piensa en general. Es como un texto del que se hubieran divulgado, más que nada, las notas a pie de página. Esto es secundario en la política autonómica o municipal, en que el candidato se sienta, literalmente, sobre las siglas de un partido. Ahora bien, podría resultar costoso en unas generales, en donde es el candidato el que determina la línea partidaria. En unas generales, no basta con una serie de gestos reactivos, enderezados a abrir grietas por las que puedan entrar votos sueltos. Se precisa una estrategia más compleja, más envolvente, menos inspirada en interpelaciones locales.

No se sigue de aquí pronóstico alguno sobre el porvenir de Gallardón. Si éste logra superar con éxito el desafío de las municipales, contará con tiempo de sobra para redondear su figura pública en el escenario más capaz de la política nacional.