EL ENEMIGO INTERIOR

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 20.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Se han acabado los incendios en Galicia, pero no la bronca política. El PP exige dimisiones, buscando simetrías con el Prestige. El Gobierno se palpa los bolsillos, hace como que mira a su alrededor, y no encuentra nada de nada: ni simetrías, ni dimisionarios ni, tan siquiera, las mismas hectáreas quemadas que la oposición. Todo esto es escandaloso, y también ridículo. Conviene, en medio del guirigay penoso, poner algunos puntos en claro. El primero de ellos, es que no es necesario que hayan concurrido causas excepcionales para que el destrozo haya sido excepcional. A lo mejor, lo excepcional ha sido la respuesta de la Administración. En esa dirección apuntaba un comentario de Quintana, el representante del Bloque en la Xunta. Quintana observó que el origen del desastre residía en la política forestal del PP. Suponiendo que estuviera en lo cierto, sucede que esa desastrosa política no ha impedido a los servicios antiincendios evitar en el pasado reciente las devastaciones de que hemos sido testigos este mes de agosto. Quintana ha olvidado un principio lógico básico: el del «caeteris paribus», o igualdad de factores. Si a igualdad de factores -todo lo censurables que se quiera-, una Administración contiene el fuego, y otra no lo hace, es que la segunda Administración es menos eficaz.. No creo que Quintana fuera consciente de las resultas de su argumento. Pero no sería malo que cobrara constancia de ellas, por la cuenta que le trae a él y nos trae a todos.

El segundo punto reviste un carácter eminentemente prudencial. Es comprensible que el PP pida dimisiones, como lo era que, en las antiguas trincas de oposición a cátedra, cada candidato pusiera como chupa de dómine a los candidatos rivales. Ahora bien, lo importante no es quién termine volviendo prematuramente a casa. Lo importante es saber lo que ha ocurrido durante los días de desconcierto y furiosa descoordinación que siguieron a la aparición del fuego. Tenemos vislumbres, sospechas, datos parciales. Pero no disponemos todavía de un cuadro consolidado. Sería de agradecer que no sólo las autoridades, sino las fuerzas civiles en conjunto, hicieran un esfuerzo por iniciar una investigación inteligente. Y que ese conato estuviera presidido por un lema insoslayable: «Prohibida la lírica». Estoy pensando, claro, en Suso del Toro y quienes han revertido con entusiasmo en teorías conspirativas que repiten, en formato pequeño, la del protocolo de los sabios de Sión. Las teorías conspirativas no son, en rigor, teorías. Sólo efusiones sectarias. El ser necias o gratuitas no quita para que resulten profundamente atentatorias a la convivencia civilizada. Los que identifican a la derecha con Belcebú, habrán hecho, después de las quemas, acopio de nuevos motivos para afirmarse en posiciones de bajísima aleación democrática.

El tercer punto es el más desazonador. Pase que Suso del Toro, un bardo metido a pensador, haya confundido el tocino con la velocidad. Los ruiseñores no son águilas, y cuando se elevan varios cientos de metros por encima del suelo, lo ven todo en borrón y del mismo color. Lo impresionante ha sido que la ministra Narbona, obligada a la cautela en virtud de su cargo, incurriera en la misma ligereza. Y que Rubalcaba deslizara insinuaciones y maldades que quizá hayan euforizado a la galería, pero que no se compadecen con unos estándares mínimos de decoro público. Detrás de estas maldades, o de estas insinuaciones, está, desde luego, el deseo de arrojar balones fuera. Pero éste es lado, digamos, más venial del asunto. Preocupa más constatar que el PSOE ha insistido por enésima vez en un tic muy peligroso: el de buscar al enemigo interior.

Existe una distancia abismal entre ponerle las peras al cuarto al rival político, y acusarle de maldades clandestinas y, según se va desarrollando esta legislatura, congénitas. En el primer caso, se combate con argumentos, esto es, se atacan las razones o posiciones del otro. En el segundo, se descalifica al otro porque es el otro. Fue aterrador que Zapatero se negara a condenar de modo explícito las manifestaciones del 13-M frente a las sedes populares. Fue aterrador que se cerrase un pacto, el pacto del Tinell, que no sólo excluía determinada políticas, sino que excluía a un partido, a un partido en tanto que tal. Fue aterrador que la campaña referendaria catalana identificase al PP con los enemigos de Cataluña. Y ha sido aterrador, ahora mismo, que se jugara a atribuir los incendios, sin base material, a acciones de elementos conectados con la Administración Fraga.

Este tic, esta propensión, esta tendencia, demandan una explicación. ¿Cuál? A nadie se le oculta que el actual equipo dirigente socialista, al revés del que ganó las elecciones en el 82, se ha hecho con el poder sin una idea organizada de lo que debía hacer con él. El desenlace no ha sido sólo una sucesión de iniciativas en esencia gestuales, sino la substitución del gobierno por una concepción agonal de la política. Ocluidos los horizontes de acción en que se vierten las energías de un gobierno normal, se ha elevado la aniquilación del contrario a rutina administrativa. Mal consejo, y peor camino.