PENSEMOS

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 08.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Antes de nada, unas gotas de metodología. Es opinión muy extendida que no deben aplicarse en política las explicaciones conspirativas. Creo que se trata de una máxima excelente. Ello no significa, por cierto, que las conspiraciones no existan. Las conspiraciones existen, y no sólo existen sino que son muy frecuentes. ¿Qué hay de malo entonces en dar cuenta de esto o lo de más allá invocando una conspiración? La respuesta nos remite al procedimiento, no a los hechos. Se puede explicar cualquier cosa, absolutamente cualquiera, postulando una conspiración. Salvo que nos conste, negro sobre blanco, el hecho conspirativo, la explicación será por tanto inane. Cabe argumentar lo mismo contra quienes justifican una actuación política alegando que el político dispone de datos o conocimientos ignotos para el gran público. Está al alcance de cualquier hombre de café, de cualquier entusiasta desaforado, celebrar las decisiones de un presidente del Gobierno atribuyéndole la información, precisamente la información, que nos impulsaría a imitarle si por ventura estuviéramos en su lugar. El que opera así sustituye las especulaciones conspirativas de signo negativo, por su equivalente de signo positivo. Es decir, especula irresponsablemente. Ello aclarado, hablemos de ETA.

Salvo que ocurra un accidente, se abrirá en breve la mesa política en que los partidos, con la excepción del PP, se sentarán junto a HB para discutir el futuro del País Vasco. ETA no ha renunciado, ni existe indicio alguno de que vaya a hacerlo, al principio de autodeterminación y a la incorporación de Navarra. Tampoco ha depuesto las armas. El Gobierno continúa asegurando que mantendrá vigente la Ley de Partidos. Lo último obligaría a HB, en principio, a condenar formalmente la violencia. Pero tampoco existe indicio alguno de que HB, que sigue subordinada a ETA, quiera condenar la violencia.

Por las trazas, se está en vías de negociar una fórmula salomónica, una fórmula que permita a HB acudir a la mesa sin denunciar explícitamente los asesinatos, y que ofrezca al mismo tiempo coartadas al PSE para sostener que se han producido inflexiones decisivas en el discurso del abertzalismo homicida. No era esto lo que exigía la resolución parlamentaria de 2005. Pero desde entonces acá ha llovido harto, y han entrado en cuarto menguante las firmezas pretéritas. Resumiendo: se va a montar un proceso constituyente fuera de la Constitución, no sólo con la tolerancia, sino con la participación activa del Gobierno.

La sensación de que esto entraña la derrota de la legalidad y por lo tanto del Estado, se ve agravada por el hecho de que el Gobierno ha consentido en internacionalizar el contencioso y sustraerlo, de modo incipiente al menos, a la jurisdicción de la soberanía nacional. Pregunta número uno: ¿qué sale ganando ETA? Contestación: todo. Para ETA, la Carta Magna es la expresión del despotismo español, y la soberanía nacional, ídem de ídem. Para ETA es magnífico que la Constitución se cuestione desde fuera de la Constitución, y que se incoen arbitrajes internacionales que merman o desactivan el poder del Parlamento. El déficit de legitimidad que ambas cosas pudieran ocasionar al Estado, es un problema para el Estado, no, evidentemente, para ETA. Es el momento de hacerse la pregunta número dos: ¿qué sale ganando el Estado?

Quienes piensan que los gobernantes saben más que nosotros, tienen la respuesta a mano: algo hay, algo que nosotros ignoramos, que acredita lo que se está a punto de hacer. Hemos quedado, no obstante, en que este argumento no era serio. Necesitamos más argumentos. Se me ocurre, en esencia, el siguiente: el Gobierno confía en que el peloteo negociador genere propuestas que, siendo inconstitucionales en espíritu, resulten también confusas, lo bastante para que puedan ser leídas por las distintas partes según se le antoje a cada una. Estaríamos en lo del Estatuto catalán. Es notorio que en Cataluña no existe una ETA, y es notorio que no se tiene la menor idea de cómo podría evitarse que el País Vasco, semiindependiente ya, se manumitiera todavía más sin hacerse independiente del todo. Pero estos detalles se fían a la suerte y al inescrutable futuro, un futuro que es intrínsecamente ininteresante para el presidente del Gobierno.

Lo que acabo de exponer suena a imprudencia descomunal. Es enorme la tentación de resignar el juicio y admitir que no conocemos en el fondo la posición de las fichas sobre el tablero. Pero nos hemos prohibido, recuérdenlo, reposar en la sabiduría superior de los políticos. La buena metodología nos fuerza a confiar en lo que meramente se ve. Y lo que se ve produce asombro. Ésta es la conclusión a la que se llega mirando las cosas a la cara, y no por la nuca.

Una última observación: Blair ha recomendado a Zapatero calma. Blair está pensando en el caso británico, en que administraciones de distintos colores mantuvieron un pulso único con los terroristas. Pues bien, calma es lo que Zapatero no puede tener. ¿Por qué? Porque ha roto el consenso con la oposición. ETA negocia con una persona cuya política carecerá de continuación si otro partido ocupa La Moncloa. ETA lo sabe, y apretará el acelerador. El desenlace puede ser rápido.