SE PERFILA EL PUNTAPIÉ

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 15.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

El bochinche de Martorell inquieta por varios motivos. En primer lugar, se confirma la degradación de Cataluña, una región que empieza a no dar los mínimos exigibles en una democracia normal. Preocupa, en segundo lugar, el protagonismo que en el lance ha tenido el PSC. Es cierto que el militante comprometido en los incidentes ha sido separado del partido, con la urgencia que su desafuero merecía. Pero como bien editorializaba este diario, la sazón electoral no dejaba alternativas.

El episodio de Martorell complementa y culmina un proceso que tiene precedentes claros en el pacto del Tinell y en la campaña referendaria que identificó a los populares con los enemigos de Cataluña. En ambas ocasiones fue protagonista el PSC y en ambas el mensaje fue claro: la derecha nacional no tiene derecho a existir por encima de la raya que dibuja el Ebro. Para colmo de males, Zapatero volvió a meter la pata o a tener muy mala suerte. Al mismo tiempo que caían las piedras sobre Piqué, Acebes y compañía, el presidente apoyaba al candidato Montilla en Sabadell. ¿Le llegó o no la noticia del incidente de Martorell? El caso es que afirmó, llevado de la euforia que suele arrebatarle en los ambientes mitineros, que él, al contrario que otros líderes, se sentía muy cómodo en Cataluña. El comentario toca una fibra sensible en quienes no han perdido por completo la memoria. No me refiero a la histórica, sino a la de mero lector de prensa diaria. Hace año y pico, Zapatero se negó a condenar las manifestaciones que ante las sedes populares habían tenido lugar en el 13-M. Llueve sobre mojado, por expresarlo con suavidad. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?

Cabe manejar hipótesis varias. En mi opinión, la personalidad volátil del presidente ha jugado un papel no menor en el desaguisado. En el último entran, por supuesto, otros muchos ingredientes: el contexto en que se verificó la victoria electoral, los apoyos con que ha contado el PSOE en el Parlamento, la explotación poco responsable de los cabos sueltos dejados por el sumario del 11-M y también el desgobierno del propio PP, que no atina con la brújula de marear. Pero de todas las hipótesis, la más fascinante es la que intenta explicarse el desbarajuste enorme a partir de la estrategia que presuntamente eligieron los socialistas para ganar el centro. Recordemos cómo se quiso ganar el centro, si es que existió alguna vez -mi escepticismo va en aumento- semejante propósito.

La idea de los socialistas, al parecer, consistía en radicalizar a la derecha radicalizándose ellos primero. Lo siguiente era volver grupas y ocupar del todo el centro huérfano. Si la derecha se rompía mientras tanto en dos, miel sobre hojuelas. Nos hallamos en grado de decir que esta estrategia, ya haya sido real, ya meramente imaginada, no sólo no ha funcionado, sino que estaba condenada a no funcionar. ¿La causa? Las radicalizaciones, incluidas las tácticas, se retroalimentan de modo fatal. El que eleva la voz provoca una subida general del tono acústico, con lo cual se van habilitando espacios crecientes para los que más gritan y relegando a un segundo plano a los que chillan menos. Pasado un rato los partidos, envueltos en un movimiento que es simultáneamente ofensivo y defensivo, se compactan alrededor de sus núcleos duros y lo que ocurre entonces no es que el centro quede a disposición del que quiera recogerlo, sino que desaparece como opción objetiva.

Rajoy, uno de los hombres más genuinamente tranquilos que nos ha deparado la política española, ilustra el fenómeno a las mil maravillas. En este instante, el líder popular se debate entre la necesidad de no enajenarse a una derecha cada vez más enfadada y la esperanza de completar sus efectivos con alianzas que le proyecten extramuros de sus ochos millones de votos fijos. Rajoy, que es un hombre inteligente, habría sabido explotar sus virtudes idiosincrásicas en un clima de paz civil. Pero ahora es un político agobiado, con dificultades para encontrar un sitio bajo el sol.

A la vez, claro está, el PSOE se ha desorbitado y recorre sin rumbo los vastos espacios interestelares. ¿Cómo aspirar al centro izquierda cuando se ha denunciado en Estrasburgo la Transición, que es lo mismo que decir que las circunstancias en que se redactó la Carta Magna convierten a ésta en parcialmente ilegítima? ¿Cómo centrarse si no se está seguro de lo que se va a conceder a ETA? ¿Cómo seducir al votante no ideológico, si se está subvirtiendo el Estado sobre la marcha? Colocarse en un centro virtual por el procedimiento de clamar que la derecha es «extrema derecha» representa, o una astucia infantil, o una forma de delirio. El PSOE ha perdido el centro, lo ha perdido con contumacia. Lo del «abrazo de civilizaciones» era una frase bonita, envuelta en el celofán que se usa par los productos de exportación. De puertas adentro, se perfila el puntapié.