PREPARÁNDOSE PARA LO PEOR

 

 Artículo de Álvaro Delgado Gal en “ABC” del 03.12.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Se ha interpretado el vídeo del PSOE como señal inequívoca de que las negociaciones con ETA han hecho agua, y de que Ferraz está ensayando perfiles para trasladar la responsabilidad del naufragio a la oposición. Ignoro si las cosas van tan mal como se dice. Sea como fuere, parece que el Gobierno ha decidido diversificar su estrategia. En los momentos de optimismo, ésta se basaba en una apuesta infrangible, heroica, lírica, por la paz. Ahora, lo mismo, pero no al cien por cien. En un porcentaje complementario y quizá creciente, el asunto estriba en preparar una respuesta a la pregunta de por qué a la paloma se le ha caído del pico la ramita de olivo. La explicación previsible, es que el PP ha querido sacar renta electoral al descarrilamiento del proceso. Precisando más aún: la idea es que los populares han estorbado que el Gobierno planteara con sosiego el tipo de política que ellos pusieron en práctica después de la tregua de Estella.

Hay verdades que son sólo un octavo de la verdad, y que equivalen en realidad a falsedades integrales. Es cierto, sí, que el PP habría estado dispuesto, en tiempos de Aznar, a conceder medidas de gracia a los terroristas. Es cierto, igualmente, que el apoyo a la AVT introduce un equívoco. Las víctimas, con todo derecho, se oponen a que sean exonerados los etarras que han sembrado la muerte y el horror. La contigüidad con las víctimas sugiere que la dirección popular comparte este punto de vista. El caso, sin embargo, es que no lo comparte. Ningún político profesional puede sostener que la liquidación de ETA, sin contrapartidas políticas, no justificaría un aligeramiento importante de las penas, siempre que se viera acompañado de satisfacciones simbólicas, y no sólo simbólicas, a las víctimas. Existe, en fin, un exceso, una sobreactuación, en la posición adoptada por la derecha. Pero esto es, no nos engañemos, secundario.

Lo principal es que Zapatero, en primer lugar, ha marginado de propósito al PP. Y en segundo lugar, no ha dejado claro, no ha dejado claro en absoluto, que no habría contrapartidas políticas. Es más: el proyecto de la mesa de partidos, ha alimentado la sensación de que se pretendía abrir un proceso constituyente en el País Vasco. La reacción obstruccionista de la derecha no ha sido sólo políticamente inevitable, sino, además, objetivamente saludable. Lo óptimo, habría sido que el PP matizase su posición dejando negro sobre blanco que no todo lo que está haciendo el Gobierno es malo. Pero esto sería pedir lo excusado en un trance en que la lucha denodada entre los dos partidos, una lucha que el PSOE ha hecho todo lo posible por extremar, ha simplificado atrozmente la vida pública. No parece razonable, en una palabra, exigir que el contrario gaste modales exquisitos, cuando lo primero que uno hace es sentarse a la mesa con los dos pies puestos sobre ella.

Queda la cuestión de si el Gobierno, consideraciones morales a un lado, conseguirá argumentar de modo convincente que el PP tiene la culpa del naufragio negociador, en el supuesto, naturalmente, de que el último acabe por consumarse. ¿En qué podría consistir el mensaje, depurado de cargas retóricas? Ya lo he dicho hace un momento. Se sostendría que la oposición, bien agitando la calle, bien atizando los desmarques judiciales, ha estrechado catastróficamente el margen de maniobra del Ejecutivo. Ha frustrado, por así decirlo, una oportunidad de la que, en otro contexto, podría haberse extraído un provecho decisivo.

Este argumento virtual está afectado de una debilidad básica: y es que la evidencia de que ETA ha pretendido siempre un precio político, un precio, además, enorme, es absolutamente abrumadora. Inmediatamente después del alto el fuego, aún fue posible hacerse ilusiones pensando que los terroristas estaban elevando el listón con el propósito de centrar un poco más adelante la negociación en asuntos sensatos: las condiciones penales de los reclusos, y todo eso. Al poco, esta interpretación empezó a ser poco realista. Ahora, es increíble.

¿Cómo ha podido incurrirse en un malentendido semejante? La explicación más sencilla, apunta a una mezcla explosiva de conjeturas alocadas y oportunismo político. Se han fundido, en una instantánea letal, la idea de que se podía conseguir el desistimiento de la banda, y la tentación de recoger los pecios y montar con ellos un consorcio político "ex post". Este proyecto era incompatible, por supuesto, con una colaboración abierta con el PP, de manera que la última no sólo no se buscó, sino que deliberadamente se evitó. No se supieron calcular las dificultades de impulsar el proceso en solitario. Y se han subestimado las inercias legales. ETA ha confiado, probablemente, en una estrategia de hechos consumados. No sería sorprendente que en el diálogo en la penumbra con representantes oficiosos o semioficiales del Gobierno, la banda haya concebido esperanzas que no habrían parecido asumibles a personas más impuestas sobre los rudimentos de un Estado de Derecho.

Una cosa es segura: si todo sale mal, ETA no culpará al PP. Culpará al Gobierno. Y le hará cuanto daño pueda.