EL TESTAMENTO DE CISNEROS

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 26.08.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Poco antes de morir, Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución, habló sobre su criatura en una entrevista que «Papeles de Ermua» publica póstumamente. Cisneros alegó la necesidad de reformar la Carta Magna en profundidad, e incluyó, entre las ideas que deberían someterse a debate, un cambio de la ley lectoral. El cambio estaría destinado, naturalmente, a combatir la acción corrosiva de los nacionalistas. La recomendación de Cisneros enuncia el procedimiento más corto, y también menos traumático, para intentar una rehabilitación del Estado. No significa esto que la tarea fuera a ser sencilla. Nos enfrentamos, en primer lugar, a una cuestión de porcentajes, o si se prefiere, de zonas vitales dañadas. El proceso de desmarques estatutarios está en curso, el poder judicial lleva camino de fragmentarse, y en muchos casos la pérdida de competencias del Estado Central ha rebasado el perímetro de seguridad. El asunto estribaría no sólo en contener la deriva, sino en invertirla parcialmente. Concedamos de barato que con el acuerdo entre los dos grandes partidos pudiera alcanzarse esta proeza. Tendría que cumplirse todavía la premisa en que el futurible se sustenta. Es decir, tendría que verificarse el acuerdo entre populares y socialistas, y verificarse, además, cuanto antes. No sólo porque el trabajo será tanto mayor cuanto más adelantada la descomposición, sino por un motivo venenosamente circular: los partidos están adheridos a la estructura lesionada, y ellos mismo empiezan a fracturarse.

Hemos podido comprobarlo a lo largo de este mes de agosto, fecundo en episodios de excentricidad partidaria. Cada episodio se ha originado en causas distintas. Pero esto es secundario. El dato está en la vulnerabilidad del enfermo, sobre el que se ceban agentes patógenos que no habrían provocado daño alguno en un organismo mejor armado. Veamos algunos de los síncopes y accidentes que últimamente han hecho saltar las alarmas en Ferraz y Génova.

En Cataluña, el colapso masivo de las infraestructuras ha convertido en grietas las fisuras abiertas por la gestión imprudentísima del Estatut. Zapatero salió del atasco cortocircuitando a Maragall y desahuciando al tripartito. El actual gobierno regional, edificado sobre las ruinas del anterior, no le debe absolutamente nada a La Moncloa, con la que mantiene una relación equívoca. La necesidad de proteger a la ministra Álvarez, identificada en Cataluña con los desafueros presuntos de Madrid, ha puesto a prueba la paciencia de los socialistas catalanes y reavivado una herida que todavía no había terminado de cicatrizar. El PSC se ha imantado con corrientes que exigen la constitución de un grupo parlamentario propio. Un tropiezo del partido matriz en las próximas elecciones podría traer grandes novedades. La situación es igualmente delicada en Navarra, donde el cambio de dirección impuesto desde Ferraz ha dejado al PSN al pie de los caballos y con enormes ganas de armar la gorda a la primera oportunidad que se presente.

Soplan también vientos de fronda en la derecha. Sanz, el jefe de UPN, se ha permitido hacer en voz alta una elucubración estrafalaria: ha hablado de apañar un grupo parlamentario en el Congreso, ahora con la marca de Navarra. Ello exigiría cinco escaños, es decir, tres más de los que puede aportar su partido. ¿Cómo cuadrar el círculo? O tomando prestados tres diputados populares elegidos en otras circunscripciones, o juntando garbanzos con el PSN y los nacionalistas de Nafarroa Bai. Lo primero sería ridículo, y lo segundo, muy grave. Equivaldría a trasladar al Congreso la estructura regional que algunos auspician para el Senado. Esto es, supondría mudar el equivalente al «Bundestag» alemán en una suerte de cámara de representación regional o «Bundesrat». Pero un «Bundesrat», sin «Bundestag» que lo equilibre, significaría el fin de la nación, en la acepción política e institucional de la palabra. Lo más probable es que Sanz haya emitido su genialidad en un momento de distracción, nerviosismo u obnubilación temporal. El hecho, con todo, es que la genialidad se le ha ocurrido, y que las ocurrencias, en el mejor de los casos, son actos fallidos. Cosas que revelan una trama interior, un sistema de tentaciones reprimidas aunque, no por ello, carentes de realidad.

Sorprenden, igualmente, las razones que ha esgrimido Ruiz-Gallardón para promover su inclusión en las listas que prepara el PP para las legislativas. El alcalde ha sostenido que Madrid necesita representación en el Congreso. El alcalde tiene todo el derecho del mundo a postularse. Es más, es saludable que lo haga, puesto que nada fatiga más que un partido automatizado y sin alternativas dentro. Pero no vale cualquier argumento. Imaginen que el propuesto por el alcalde se generalizara: en el parlamento habrían de estar presentes todas las ciudades grandes. Y por supuesto, todas las autonomías. Y echando a volar la fantasía, otros intereses con base territorial. Esto es un delirio, facilitado por la laxitud ambiente. Vuelvo a la recomendación póstuma de Gabriel Cisneros. Se trata de un arbitrio conservador, en el sentido de que propugna una transformación desde el interior del sistema, y con los recursos que éste proporciona. Podría ser que no hubiera ocasión de aplicarlo. Sucederían entonces otras cosas, más emocionantes, y probablemente más desagradables.