Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 22 de mayo de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web
Gana
terreno la idea de que estamos llegando a un fin de ciclo. El debate penoso
sobre el Estado de la Nación, y la pitada del miércoles 13 en Mestalla, han
acentuado ese sentimiento. Las rectificaciones a que se vio obligado el PSOE
durante las votaciones del 19, y el juego de alianzas cruzadas, agravan, y
simultáneamente añaden un tono de comicidad, al desbarajuste fabuloso que vive
el país. Me centraré antes de nada en el pugilato parlamentario del 12 de mayo.
El mensaje estrella del presidente, a saber, el endurecimiento de las
condiciones para obtener una desgravación por la compra de un piso, ocupó mucho
a tertulianos y columnistas a lo largo de la semana pasada. To
no effect, que dirían los anglos: el asunto ha
quedado, como otros muchos, en «veremos» y «según». Vayamos a lo que no es
anécdota: se hizo muy difícil evitar la impresión de que Zapatero no ha
entendido todavía que existe una crisis de proporciones inusitadas. Esto, en
cierto modo, no es sorprendente. Si no me engaña la memoria, Zapatero se avino
a pronunciar por primera vez la palabra nefanda a finales de septiembre o
comienzos de octubre del 2008, en un plató de televisión. Esto significa que
fue el último español en advertir el fenómeno, quitando a los que no leen los
periódicos, carecen de responsabilidades, y viven del aire. No es raro por
tanto que no haya terminado de caerse del guindo, del que continúa suspendido
por un pie, o quizá una pierna. La composición de lugar que en este momento se
hace el presidente parece apoyarse en tres supuestos. Los tres son erróneos.
Uno:
Zapatero identifica la crisis con un accidente exógeno, ocurrido en los Estados
Unidos. Cuando el accidente cese, y llegue la recuperación internacional -de
aquí a unos meses o un año-, España se recuperará también. Dos: soportamos
treinta puntos menos de deuda pública que la media de los países situados en la
zona euro. El Gobierno podrá permitirse por consiguiente déficits generosos
durante el tiempo que considere oportuno. Tres: la crisis se combatirá
cambiando, entre otras cosas, el modelo productivo. Zapatero no dijo
exactamente esto. Pero habló sin tregua, en una exposición monopolizada por
cómo superar la crisis, de revolucionar la productividad española. O hablaba
por hablar, o ha establecido una relación causa/efecto entre esa revolución, y
el vencimiento de nuestros agobios presentes. Ello permite inferir que, según
el presidente, el modelo podría reconstruirse en un plazo muy corto.
Es
claro que estas premisas no forman un todo coherente. Si lo que más urge en
orden a combatir la crisis, es cambiar el modelo productivo, es rigurosamente
inconcebible que la crisis tenga por origen un accidente exógeno y pasajero. Lo
que ocurrirá, es que el accidente ha desencadenado un proceso cuya virulencia
no es ajena a determinadas minusvalías estructurales y endógenas. Como, por
desgracia, es el caso. Dado que Zapatero está lejos de ser un lerdo, hay que
concluir que no ha dedicado dos minutos a estudiar en serio el problema.
Resulta también alarmante que el presidente parezca pensar que el nuevo modelo
productivo, o como le gusta decir a él, un modelo sostenible, pueda suscitarse
de la nada creando un fondo ad hoc. La mudanza la verán, si se dan los pasos
que hay que dar, los españoles de la siguiente generación. Hasta que cuaje el
invento, habremos de conformarnos con hacer un uso más eficiente y racional de
lo que ya tenemos. La tercera premisa no mejora a las otras dos. No es lo mismo
una deuda pública como la francesa cuando, en vez de Francia, se es España; no
es lo mismo llegar a tal o cual nivel de deuda pública a lo largo de muchos
años, que de un repelón en los pocos que nos separan de las elecciones; y no es
lo mismo la deuda pública en una sazón de bonanza, que en una coyuntura como la
actual, en que estamos expuestos a recalificaciones a la baja o a que no quiera
comprar nadie los papeles que subaste el Banco de España. Pero todo esto, en el
fondo, le trae al fresco a Zapatero. Zapatero está pensando en otra cosa.
¿Cuál?
La
política, en la muy precisa acepción que el concepto usufructúa para el
presidente. Basta aplicar la clave política, para que las piezas se recoloquen
y lo que era un caos, adquiera congruencia y sentido. Deuda significa gasto a
discreción, mientras el cuerpo aguante. La idea es tener a los españoles
apaciguados, hasta que la situación se restablezca por sí sola y se puedan
convocar las elecciones con garantías. El ingreso de Campa, un economista
ortodoxo, en el ministerio de Elena Salgado, es enteramente irrelevante. El
presidente ni quiere, ni puede a estas alturas, desmentir su compromiso con la
defensa a ultranza de un orden de cosas que era llevadero cuando el país
crecía, pero que lo será mucho menos a medida que vaya menguando -repárese en
su alocución del domingo 17 en Albacete-. Los actores, force
de frappe de la antigua clase universal marxista en
esta era postmoderna, le cuestan al Gobierno unos cuantos, no muchos, millones
de euros. Los sindicatos, empatados ya con los actores -¿dónde se ha visto que,
mientras sube el desempleo como la espuma, los representantes de los
trabajadores arremetan contra la oposición?-, van a costar muchísimo más, en
especie y, sobre todo, por su resistencia feroz a todo intento serio de
regenerar la economía. Por concluir: la creación de fondos para una economía
sostenible, se traducirá en dinero con que generar clientelas, pagar
adhesiones, y mandar.
Era
la coyuntura propicia para que Rajoy se luciera. El líder de la oposición, sin
embargo, se limitó a señalar con el índice un librito azul, donde estaba dicho
todo lo que hay que decir. Los españoles que desearan conocer la doctrina del
PP se vieron remitidos a la autoridad de un texto que el jefe popular no se
consideró en la obligación de desvelar. Es obvio que el PP ha articulado su
estrategia en dos tramos. Primero, no soltar prenda, no vaya a espantarse un
solo voto potencial. Segundo, esperar a que la violencia de la crisis haga
inevitables medidas impopulares pero necesarias: reforma del mercado laboral,
moderación de los salarios, etc... Cuando el PP gane,
si gana, lo ineludible de las medidas le eximirá de la responsabilidad de
haberlas aplicado. Me atrevo a insinuar que, de un partido con iniciativa, uno
espera ligeramente más.
En la
noche del 13, a debate vencido, en los preámbulos de la final de Copa, el himno
nacional fue multitudinariamente pitado en Mestalla por los hinchas del F.C.Barcelona y del Athletic de
Bilbao. Al día siguiente, un tertuliano afectado de ecolalia comentó que la
culpa la teníamos todos, porque España, la España una, no había aprendido aún a
ser plural. Esto suena un tanto raro después de un Estatut
confederal que ha destrozado la Constitución, de que el castellano se persiga
de oficio en Cataluña, y de que, cosa respetabilísima por otro lado, el
presidente, mitad leonés y mitad vallisoletano, se declare entusiasta del
Barça. Indaga uno nuevos arbitrios, registra el interior de la chistera, y la
encuentra absolutamente limpia. Ni un conejo, ni siquiera un gazapo. De ahí la
sensación de cansancio, de infinitas recombinaciones que nos mantienen surtos
en el mismo punto, mientras el paisaje se transforma y las dificultades se
agravan. Los potenciales de una democracia son inmensos. No los estamos
aprovechando como Dios manda.