EL GOLPE DE ESTADO PERMANENTE
Artículo de Luis del Pino en “Libertad Digital” del 18-8-09
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
La
expresión "golpe de estado permanente" fue utilizada por Francois Mitterrand en 1964 como título de un libro, para
describir la forma de gobernar del general Charles de Gaulle. La verdad es que
no se me ocurre un término mejor para describir la situación en España desde el
11 de marzo de 2004.
Recientemente, el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, ha efectuado unas
declaraciones en las que venía a abogar porque el Tribunal Constitucional
convalide el ilegal estatuto de Cataluña, argumentando que lleva aplicándose
más de dos años sin que ello haya causado ningún problema. Por lo que se ve, al
ministro de Justicia español no le parece que sea un problema el que se lleve
dos años violentando los derechos individuales de los catalanes, y de todos los
ciudadanos españoles, en materia lingüística o de educación. Como tampoco le
parece un problema que se vacíe de contenido la Constitución española, al
reconocer el carácter de nación para Cataluña o al consagrar las relaciones
bilaterales entre Cataluña y España. Vamos, que al ministro de Justicia le
parece de perlas el que con una norma de rango inferior se enmiende la
Constitución por la vía de los hechos consumados.
Si las tomamos aisladamente, las declaraciones de Caamaño resultan
sencillamente incomprensibles, por cuanto el ministro de Justicia está
conscientemente incumpliendo una de las obligaciones de su cargo, que es velar
porque las leyes, y en particular la principal de todas, la Constitución, se
respeten y se cumplan. Pero si ponemos las palabras de Caamaño en el contexto
de otras declaraciones y sucesos recientes, se entiende perfectamente que nos
encontramos ante una ofensiva coordinada para resucitar la Hoja de Ruta que la
presión popular obligó a aparcar en la anterior legislatura. Ya anunciamos en
este blog que esa hoja de ruta se retomaba a la vuelta del verano de 2009 y
mucho me temo que hemos acertado de pleno.
Casi todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas apunta directamente a lo
mismo. Por un lado, asistimos a una resurrección de la presión terrorista, con
dos nuevos asesinatos incluidos, para que no olvidemos que el problema
territorial sigue ahí. ¿Cómo podría alguien vendernos, de otro modo, la
destrucción constitucional, si no es ofreciéndonos a cambio el "fin"
del terrorismo, mediante algún proceso "negociado" de abandono de las
armas? ¿Y cómo podrían vendernos el abandono de las armas de un grupo
terrorista, si éste no se hiciera patente mediante la sangre y el terror?
"Poner muertos encima de la mesa de negociación", se llama esa jugada
tantas veces repetida.
En paralelo, asistimos a una sucesión de declaraciones destinadas a vender
entre la opinión pública la idea de que la Constitución lo admite todo,
incluido ese estatuto catalán que la pervierte. Así, a las declaraciones del
ministro Caamaño hemos de sumar las del presidente de la Audiencia Nacional, Angel Juanes, que afirmaba hace pocos días que
la sentencia del Constitucional sobre el estatuto de Cataluña conllevará una
"nueva interpretación de la Constitución". O sea, modificación
constitucional al canto, pero sin preguntarnos a los españoles en un referéndum,
como sería obligado, qué nos parece la jugada.
Y en
una perfecta estrategia de pinza, esas declaraciones se complementan con un
aumento de la presión desde los grupos independentistas, encabezados por ERC,
para tratar de que en la calle se visualice un movimiento social en favor del
Estatuto. La única jugada que les falta por poner en marcha, para terminar de
agotar la panoplia de herramientas tradicionales, es alguna campaña contra la
Monarquía, destinada a ver si así los españoles renunciamos más fácilmente a la
Nación, con tal de salvar la Corona. Ya les hemos visto utilizar esa técnica pavloviana de manipulación otras veces.
España está inmersa, desde el 11 de marzo de 2004, en un proceso ilegal e
ilegítimo de destrucción de la Constitución del 78, esa constitución aprobada
por una abrumadora mayoría de los ciudadanos. En Cataluña, sin ir más lejos, el
91% de los votantes (el 55% del censo electoral) dijo sí a la Constitución. Y
ahora se pretende sustituir esa Constitución por la vía interpretativa,
utilizando para ello un Estatuto que sólo contó con el respaldo de uno de cada
tres catalanes. Es decir, se nos hurta a todos los españoles la posibilidad de
manifestar nuestra opinión sobre esa derogación de facto de la Constitución y
encima se hace eso utilizando un estatuto que tiene menos respaldo entre los
catalanes que la propia Constitución.
Resulta evidente que a lo que estamos asistiendo es a una quiebra absoluta del
régimen de legalidad, lo que hace imperativo que nos preparemos para nuevas
movilizaciones. Porque desgraciadamente, cuando el Poder está dispuesto a
saltarse la Ley a la torera, cuando a lo que nos enfrentamos es a un golpe de
estado permanente, destinado a sustituir la democracia real por una apariencia
de democracia, lo único que queda es la resistencia democrática y cívica. Sólo
la presión de la calle podrá doblarle la mano a quienes no atienden a
argumentos, ni están dispuesto a moverse dentro del marco de legalidad, ni
respetan las reglas del juego democrático.
De
nosotros, de los ciudadanos, depende el paralizar de nuevo esa Hoja de Ruta que
nos quieren imponer.