LA CONSUMACIÓN DE UN GOLPE DE ESTADO (I-II-y III): EN NOMBRE DEL REY

Artículos de Luis del Pino del 30 de Junio, y 1 y 3 de julio de 2010  en “Libertad Digital

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El Tribunal Constitucional ha hecho público por fin el acuerdo sobre el Estatuto de Cataluña, en el que se convalida, de facto, el nuevo texto de la cruz a la fecha. La Constitución acaba así de ser reformada por voluntad de una de las comunidades autónomas, sin consulta al resto de los españoles.

Teniendo en cuenta que el acuerdo alcanzado es prácticamente idéntico a la ponencia que en su día redactara Elisa Pérez Vera, cabe deducir que ese acuerdo estaba listo desde hace mucho tiempo, y que tan sólo se esperaba a que la evolución de los acontecimientos permitiera hacerlo público.

Ya entraremos en el análisis de cuáles pueden ser esos acontecimientos que han dictado que ahora sí que se podía hacer público el acuerdo, pero quiero fijarme en primer lugar en el carácter de modificación constitucional que el Estatuto supone.

Ya se han escrito al respecto sesudos análisis, y por parte de personas que pueden presumir, al contrario que yo, de tener profundos conocimientos sobre Derecho Constitucional, así que me limitaré a fijarme en un aspecto que no es, en absoluto, el más grave del nuevo texto estatutario, pero que me parece que tiene un gran contenido simbólico.

La Constitución Española establece, en su artículo 149.1.32, que "el Estado tiene competencia exclusiva para la autorización para la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum". Y el artículo 62.c afirma, textualmente, que "corresponde al Rey convocar a referéndum en los casos previstos en la Constitución".

Es decir, el mecanismo previsto en la Constitución para la celebración de cualquier tipo de consulta popular es el siguiente: alguien propone un referéndum, el Estado lo autoriza y el Rey lo convoca.

Pues bien, el nuevo Estatuto catalán prevé una serie de mecanismos de reforma estatutaria, con dos procedimientos distintos, explicitados en los artículos 222 y 223. Según el procedimiento del artículo 222 (que se aplica a las reformas que afecten a los dos primeros títulos del Estatuto), la Generalidad de Cataluña podría convocar un referéndum sin contar con la autorización previa del Estado, a diferencia del procedimiento del artículo 223 (aplicable a todas las otras reformas del Estatuto), para el que sí se contempla la autorización gubernamental. El Tribunal Constitucional acaba, por tanto, de dar por buena, sin la más mínima objeción o "interpretación conforme", la delegación a la Generalidad de Cataluña de una competencia exclusiva del Estado. Lo cual, siendo grave, podría solucionarse invocando el artículo 150.2 de la Constitución, que permite delegar dichas competencias estatales.

Lo que no tiene arreglo posible es lo que sucede con la figura del Rey. Ni el artículo 222, ni el 223 del Estatuto contemplan la convocatoria de los referenda por parte del Rey, sino que es la Generalidad de Cataluña la que convoca directamente cualquier referéndum de reforma estatutaria.

¿Y qué ha hecho el Tribunal Constitucional ante dos artículos que acaban con una facultad regia como es la convocatoria de referenda, textualmente recogida en la Constitución?  Podían haber anulado esos dos artículos, claramente inconstitucionales. Podían, alternativamente, haberlos modificado, para incluir esa previsión constitucional de convocatoria por parte del Rey. Podían, en fin, haber especificado que esos artículos debían interpretarse en el sentido de que la convocatoria le corresponderá, en cualquier caso, al Rey.

Pero, en lugar de ello, el Tribunal Constitucional se ha limitado a decir que esos artículos deben interpretarse en el sentido de que la convocatoria que la Generalidad de Cataluña realice "se ha de entender realizada en nombre del Rey".

¡En nombre del Rey! Es decir, que a partir de ahora, la facultad regia de convocatoria de referenda acaba de ser delegada, para el territorio catalán, en la Generalidad de Cataluña, que podrá convocar a referéndum por sí misma. Y esa delegación de una facultad indelegable del Rey - y, por tanto, esa reforma constitucional que afecta a las funciones del Monarca fijadas en el Título II - se ha realizado por la vía de una reforma estatutaria, sin consulta al pueblo español que aprobó en su día la Constitución.

Ya saben: de ahora en adelante, la Generalidad de Cataluña tendrá derecho a actuar "en nombre del Rey" y a asumir parte de sus funciones, al menos en esa materia.

 

LA CONSUMACIÓN DE UN GOLPE DE ESTADO (II): PUEBLOS DE PRIMERA Y DE SEGUNDA

1 de Julio de 2010 - 12:57:18 - Luis del Pino

Si algo bueno tienen los nacionalistas es que se les entiende todo. De Pujol o de Maragall se podrá decir cualquier cosa, menos que no hayan sido claros en sus manifestaciones acerca de las intenciones reales de los nacionalistas y la prevista evolución del "problema territorial" español. Recientemente, Pujol recordaba una obviedad, que él aplica, por supuesto, a Cataluña: "Un gobierno debe tener proyecto de país y, si no lo tiene, es un mal gobierno". Esa actitud impregna, desde la Transición, la política de los sucesivos gobiernos catalanes, independientemente del partido al que pertenezcan. Impregna, de hecho, las actuaciones de todos y cada uno de los miembros de esa oligarquía política, mediática, financiera y empresarial que detenta el poder en Cataluña.

Pasqual Maragall, debido a sus circunstancias, ha sido quizá el más verborreico, dejándonos perlas como la de que el nuevo Estatuto catalán resolvía el problema territorial para otros veinticinco años (pero no más, por supuesto) o como aquello de que las selecciones deportivas "del resto de España" deberían buscarse un nombre nuevo. Pasqual Maragall, por cierto, ya nos vaticinó cuál sería la resolución de Tribunal Constitucional en su carta de despedida, publicada en La Vanguardia el 30 de mayo de 2007: "El Estatut lo tocarán, pero poco". Clarividente pronóstico, aunque en realidad no resulta extraño: el final del proceso estaba previsto desde que se puso en marcha.

Pero las declaraciones que me interesa comentar son otras. Esta semana hemos tenido otro ejemplo de meridiana claridad nacionalista, con las palabras del republicano Ernest Benach, presidente del Parlamento de Cataluña. Después de conocida la sentencia del Estatuto, ha descrito el problema de fondo de una forma, a mi juicio, imposible de mejorar.

El Estatuto, ha declarado Benach, "era un pacto entre los representantes del pueblo de Cataluña en el Parlament y los de los pueblos de España a través las Cortes", un pacto que había sido "refrendado por los ciudadanos".

No se puede expresar mejor la esencia del problema. Efectivamente, el Estatuto es un pacto alcanzado por la clase política catalana y la clase política española. Con una importante asimetría: el resultado de ese pacto fue sometido a ratificación por parte "de los ciudadanos"... de Cataluña. Pero nadie ha consultado en ningún momento a los ciudadanos españoles, para conocer su opinión al respecto. Hay pueblos de primera, a los que se consulta o cuyo refrendo se busca, y pueblos de segunda, cuya opinión es irrelevante o incluso indeseada.

El resultado ha sido, por supuesto, la puesta en marcha de un auténtico "proceso constituyente " de la Nación catalana, sometido a consulta popular, al mismo tiempo que se "deconstruía" esa otra Nación llamada España, sin que la clase política española se haya dignado a preguntarnos a los españoles si estábamos de acuerdo o no con esa deconstrucción. Una secesión encubierta, decidida y autorizada por nuestros representantes políticos al margen de los procedimientos legales y de espaldas a esos ciudadanos a los que se supone que representan.

Poco importa si la participación de los catalanes en ese "proceso constituyente" fue mínima (sólo 1 de cada 3 electores censados dieron su aprobación al nuevo Estatuto), como también importa poco que el Partido Popular recogiera en su día 5 millones de firmas en contra del nuevo Estatuto, una muestra de rechazo difícilmente superable y que apunta a que jamás se habría autorizado esa reforma constitucional encubierta si se la hubiera sometido a referéndum en toda España.

Lo importante, al final, es que el marco legal resultante de la culminación de ese proceso de reforma estatutaria acaba con la Constitución del 78 por acuerdo interno de la clase política, sin que se hayan respetado los procedimientos de reforma marcados en la propia Constitución. La clase política española ha usurpado así, de forma directa, esa soberanía nacional que, según el artículo 2 de nuestra Carta Magna, "reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado."

El proceso que ha terminado desembocando en el reciente pronunciamiento del Tribunal Constitucional representa así, se mire como se mire, un auténtico autogolpe de estado, destinado a preservar los delicados equilibrios de poder en que se asienta la política española desde hace 30 años. Un golpe de estado palaciego, ejecutado desde el poder, pero golpe de estado a la postre. Porque no se puede definir de otra manera una serie de actuaciones tendentes a subvertir la legalidad constitucional mediante el recurso a la política de los hechos consumados.

 

LA CONSUMACIÓN DE UN GOLPE DE ESTADO (III): LA DOCTRINA HUMPTY DUMPTY

3 de Julio de 2010 - 18:34:29 - Luis del Pino

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 3 de julio de 2010

En una escena de "A través del espejo", la continuación de "Alicia en el País de las Maravillas", Humpty Dumpty, uno de los personajes, le dice a la protagonista:

- Cuando yo uso una palabra, ésta significa lo que a mí me dé la gana..., ni más ni menos.

- La cuestión - le respondió Alicia-- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

- No, no - replicó Humpty Dumpty -. Lo importante es saber quién manda.

Esta semana, el Tribunal Constitucional ha terminado por parir, después de cuatro años de gestación, la esperada sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Y el resultado ha satisfecho las previsiones más pesimistas: la Constitución del 78 ha dejado de existir, gracias a una sentencia aberrante que deja prácticamente intacta la letra del Estatuto, aunque, eso sí, pretende salvar la cara diciéndonos que ciertos preceptos deben interpretarse de forma completamente opuesta a su redacción literal.

Después de la sentencia del Constitucional, en el Preámbulo del Estatuto seguirá figurando, por ejemplo, que Cataluña es una Nación, pero el Alto Tribunal sentencia que donde dice Nación no debemos entender Nación, sino nacionalidad. O sea que, a partir de ahora, los españoles no sólo tenemos la obligación de conocer las leyes, para poder cumplirlas, sino que además vamos a tener que estudiarnos las notas terminológicas a pie de página, para poder saber cuál es el significado real de cada término de uso común.

Si donde dice Nación no debería decir Nación, lo lógico hubiera sido anular o enmendar el Preámbulo del Estatuto. Pero en lugar de ello, se nos dice que las palabras significan otra cosa.

Es decir, que María Emilia Casas, la presidenta del Tribunal, ha entendido perfectamente la filosofía de Humpty Dumpty: lo importante no es lo que signifiquen las palabras, sino saber quién es el que manda. Y quien manda aquí, claro está, son los nacionalistas. El Preámbulo del Estatuto no podía tocarse, y por supuesto no se ha tocado.

Lo más gracioso es observar las respuestas de los distintos partidos políticos, que están escenificando al alimón un teatrillo que pretende convencernos de que esa sentencia constituye una derrota del nacionalismo, cuando representa justo lo contrario. El Partido Socialista nos dice que la sentencia demuestra la constitucionalidad del Estatuto; el Partido Popular nos cuenta que esa sentencia aberrante es una victoria y los partidos nacionalistas hacen como que están muy enfadados y amenazan con todo tipo de presiones.

Pero lo cierto es que, a partir de ahora, los nacionalistas catalanes podrán esgrimir el texto del Estatuto en cualquier foro internacional, para reclamar trato de Nación en el ámbito que sea. Y vaya usted a explicar en ese foro internacional que, en realidad, donde dice Nación hay que interpretar otra cosa. Las carcajadas pueden ser monumentales.

No sólo han herido de muerte a la Constitución y han dejado vacía de contenido a la Nación española. Es que encima nos toman por lelos y pretenden convencernos de que han hecho lo contrario.

La ventaja que tienen las palabras de doble uso es que el que manda decide en cada momento cuál de los significados le interesa. Los nacionalistas podrán, por ejemplo, invocar el carácter nacional de Cataluña a la hora de intentar conseguir selecciones deportivas propias. Pero para continuar robándonos a los españoles, no tendrán reparo en seguir aparentando que son una mera nacionalidad o una simple comunidad autónoma.

Y así, pasito a pasito, el nacionalismo catalán seguirá ocupando espacios simbólicos y expulsando al Estado central de Cataluña, mientras usa la presión política para seguir reclamando inversiones, para seguir trasladando sedes de empresas u organismos a Barcelona y para continuar alimentando su régimen cleptocrático con el dinero robado al resto de España.

Y todo ello mientras se siguen conculcando los derechos individuales de los muchos catalanes que no comulgan con las ideas nacionalistas.

Pero la culpa no la tienen, como ya de dicho en muchas ocasiones, los nacionalistas catalanes. La culpa la tienen quienes desde Madrid, desde los partidos nacionales, han permitido y alentado ese proceso.

La culpa la tienen ese Partido Socialista y ese Partido Popular que, gozando de la representación del 90% de los españoles, han secuestrado la voluntad de sus electores y han gobernado de forma sistemática para el otro 10%, ese 10% para el que no existe la Nación española.

A mi, lo que me pide el cuerpo, después de la sentencia del Estatuto, es instar a toda nuestra clase política a que se vaya directamente al guano, qué quieren que les diga.

Aunque me parece que mi petición no iba a servir de nada. Porque la palabra guano significa, por supuesto, lo que ellos quieran que signifique.

Porque para algo son ellos los que mandan.