UNA NACIÓN DE CIUDADANOS (MARIANO, DESPUÉS DEL TROMBO QUE NUNCA EXISTIÓ)

 

 Artículo de Raul Del Pozo en “El Mundo” del 04.12.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

  

«Somos una Nación», gritó Mariano Rajoy después de estar 10 horas con los bemoles en la carraca. Salió a los medios cuando le aconsejaron los doctores. Le detectaron el día señalado la hemoglobina baja y sospecharon que un trombo podía estar dando vueltas por las arterias. Todo ocurrió porque le descubrieron un hematoma negrísimo en las espaldas. Luego no hubo nada, la hemoglobina se puso a punto de nieve, otra vez, y le dieron puerta.Mariano Rajoy alzó la bandera en el Kilómetro Cero, aunque es bien sabido que tiene miedo a la calle. Le han dudado al toro.Esta era no una manifestación de víctimas, ni de grajos, sino del PP en vena y temían al cirio o al pitote.

«No hay más que una Nación, una Nación de personas». La derecha-derecha estaba matando guarros o de compras por Nueva York; la que ayer llenó la Puerta del Sol no eran los juanitos perdigones, ni la derecha de los criados húngaros, sino la derecha provinciana, modesta y militante que oyó, bajo los globos, las banderas naranjas y las enseñas de España, a Mariano Rajoy decir con palabras de Lincoln que nuestra Constitución es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Aparecieron por Montera, Preciados, Arenal y Mayor hasta 100.000 ciudadanos sin empaque sacristanero; gente llana, humilde, sin resabios fachas. Venían a poner en hora el reloj de España desde las provincias que, como recordó Ortega, significan las vencidas, las sometidas. Mariano Rajoy les subió la autoestima y el orgullo recordándoles: «Por estar censados en una comunidad no dejamos de ser todos ciudadanos, todos españoles, y todos iguales; seguimos siendo españoles e iguales en Galicia, en Cataluña, en las Islas Canarias».

El tejido mediático del tripartito esperaba puñetazos, poder decir en sus medios que Madrid sigue siendo una ciudad con bigotillo tomada por la Brunete mediática, con un Kilómetro Cero en forma de aguilucho, la ciudad del mal, el ombligo de las duquesas, el corralón africano, cada corazón una bomba, cada mano un puño de hierro. «Los de TV3 habían enviado muchos equipos, para hacer directos de los incidentes, pero se han llevado un chasco; no han aparecido fachas por ninguna esquina», me comenta en la carpa una periodista de Génova. Mientras, oíamos por los altavoces las palabras de Rajoy que sonaban a libertad: «Nosotros no escarbamos en el pasado ni para dividir a los españoles ni para desenterrar ejecutorias de privilegios».

«Un exitazo», me dice Belén Bajo, persona de confianza del líder, mientras tomábamos unos pinchos de bacalao en una taberna de Preciados. A pesar de que Mariano Rajoy se crece en el Parlamento y se achica en los mítines, salió bien el novenario. En las vísperas de la concentración dudaron, no sabían si hacer una marcha sobre Madrid o un cóctel de condesas. «A pesar de la puta fecha, del acueducto, de las indecisiones, la concentración ha sido un éxito», me dice uno de los dirigentes de la derecha. «Dales caña, Mariano»; y Mariano contestaba «caña por la paz». Y siguió con su discurso demasiado cartesiano y liberal para ser español.«En 1978 los españoles expresamos la firme determinación de clausurar casi dos siglos de constituciones partidistas, de persecución del adversario y de guerras civiles».

Chais negratas, putas afros por las calles entre Gran Vía y Sol. La derecha veterana, la del sonotone, con algunas macizas de Nuevas Generaciones, miraban al cielo para ver los helicópteros de Zapatero que daban la barrila en la claridad. Estaban alrededor de aquel rey feo, ilustrado y gato que, a duras penas, sujetaba el caballo entre tanta gente. Escucharon con devoción a Mariano hacer el discurso de la Ilustración que acabó con estas palabras: «¡Viva la Constitución!», «¡viva la libertad!», «¡viva la Nación española!».

La derecha 2005, alrededor de la estatua de Carlos III, con un Aznar de chalina ceniza, no era la derecha teológica, ni millanastrenera de misal y cortijo, sino una multitud respetuosa, entre barrenderos subsaharianos, japos con planos del metro, en la Puerta del Sol, sepultura de todas las mentiras. Señoras oxigenadas, nada de señoritas anoréxicas ni Julio Iglesias ni Norma Duval ni poetas de fortuna.

Yo los vi a todos desde Lhardy; tomé un caldo con Pedro Trapote, Hermann Tersch y La Fornarina, que se bajó de la foto color café, para unirse al ruido y al sol; es que no se puede ver lo que pasa en Madrid, desde que Azorín dejó de ser anarquista, sin mirarlo en el espejo de Lhardy. Los grandes acontecimientos, los tiros en librerías, las manifestaciones, la proclamación de la República se reflejaron en las tazas de los caldos de Lhardy.

Ni Opus, ni abrigos de marta, ni zapatos de Manolo Blahnik, ni puros del nueve, sino la derecha constitucional y rajoniana.«¡Presidente, presidente, presidente!». Banderas españolas sin aguilucho. «Se han jodido, que no había niñatos de botas de hierro».Globos, banderas de toro, no barretinas de burro. «España unida, jamás será vencida». Un gigantesco retrato de Raúl, el ariete blanco anunciando algo. «La Cope somos todos». «Los ricos están con el tontiloco». «Nosotros defendemos los derechos individuales.Porque los integrantes de nuestra Nación no son las tierras ni la Historia». Mariano Rajoy es un as en el Parlamento; pero tiene que airearse y decir, como ayer: «Hay que proclamar a viva voz, y yo lo hago, que eso no es lo que acordamos en el 78, que el futuro común no se construye con radicalismo, intolerancia y mal talante».

El reloj de Sol no era el de la voz grave y reposada, propia de un anciano de La Busca, sino el que marca las horas de los grandes cambios.