ROSA DÍEZ

 

 

 Artículo de Juan Manuel De Prada en “ABC” del 01.09.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

ES menuda y juncal, con algo de búcaro que parece a punto de quebrarse, pero está poseída de una pasión civil incandescente. Nada humano le es ajeno; conversar con ella es como asomarse a un paisaje de incesante amenidad. Irradia ese alborozo que sólo ilumina a los espíritus libres, un alborozo templado en las fraguas del coraje que se alimenta de unas convicciones firmes y discurre por su vida como un río desbordado, codicioso de futuro, rompiendo diques, sublevándose siempre contra los cauces establecidos. La enaltece una vocación insomne de servicio a los demás; y esa vocación de índole humanista le impide traicionarse a sí misma, le impide guarecerse cómodamente detrás de unas siglas que han dejado de defender aquello en lo que cree. Rosa Díez cree en cosas muy sencillas: cree en una libertad sin cortapisas ni contrapartidas, cree en la posibilidad de una regeneración democrática, cree en una nación de ciudadanos iguales en derechos y obligaciones, solidarios frente a quienes pretenden obtener privilegios mediante el chantaje.

Se especula si la nueva formación que Rosa Díez encabece restará votos a las facciones políticas en liza. Desde la izquierda se intenta caracterizar a Rosa Díez, que es más roja que las amapolas, como una especie de submarino de la derecha; es un propósito, amén de mezquino, grotesco, que no resiste un análisis mínimamente serio y que sólo satisfará a la militancia más sectaria. Desde la derecha, que tantas veces ha aplaudido las actitudes paladinas de Rosa Díez, se contempla con recelo su decisión y se trata de presentarla como una escisión de la izquierda. A medida que pasen los meses y se aproximen las elecciones generales, unos y otros recrudecerán sus ataques y apelarán al execrable «voto útil», que como se sabe es sólo útil para quien lo demanda. Pero Rosa Díez no viene a robar votos a nadie; viene a proporcionar una alternativa a quienes se sienten defraudados o lesionados en sus convicciones, también a quienes la política al uso provoca hastío o rechazo y, desde luego, a quienes creen que existen asuntos imperiosos, ineludibles, que están por encima de la bandería política y que exigen soluciones unívocas, no sometidas a la componenda con los nacionalistas. A la postre, el éxito electoral de la formación de Rosa Díez sería el fracaso del nacionalismo: por primera vez en nuestra democracia, los grandes partidos políticos tendrían que pactar con una formación que defiende intereses nacionales comunes, antes que con quienes se aferran a privilegios particulares. ¿Por qué algo que resultaría tan beneficioso para los españoles es contemplado con tanto recelo o inquina por los partidos establecidos?

En el fondo de tanto recelo e inquina subyace el miedo. Los partidos establecidos representan un modo de hacer política acechado por la decrepitud: son maquinarias organizadas para la conquista del poder, sometidas a disciplinas ciegas, que fundan su fuerza sobre una visión anquilosada y patrimonialista de la voluntad ciudadana. Y, naturalmente, tienen miedo de que esa voluntad ciudadana se rebele y se sienta atraída por un proyecto nuevo, en el que no importe tanto el apriorismo ideológico como la defensa de principios que aúnen a personas de ideologías diversas, principios en cuya consecución esas personas estén dispuestas a arrimar el hombro y darse la mano. Y es que, sobre todo entre las generaciones últimas, hay muchos españoles a quienes la división tradicional entre derechas e izquierdas les suena a cuento chino, a monserga heredada que no sirve para explicar la realidad y mucho menos para dar respuesta a los retos que la realidad ofrece. Por eso los partidos establecidos tienen miedo: saben que representan una forma de hacer política vetusta, condenada a la extinción, sobre cuyos escombros se erigirá una forma nueva. Y Rosa Díez, poseída por una pasión civil incandescente, anuncia esa novedad codiciosa de futuro. Prepárate, querida amiga, para el vapuleo al que te van a someter tirios y troyanos; y no olvides que cada golpe que te propinen, cada vituperio que te escupan, es el estertor de una bestia decrépita y agonizante.