CRISIS Y ESTADO DE ÁNIMO

Artículo de Juan Manuel De Prada en “ABC” del 02 de marzo de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Entre el batiburrillo de paparruchas con que los politiquillos apedrean nuestro castigado entendimiento, de vez en cuando dejan escapar frases que, si bien han sido formuladas con la intención escapista y confundidora que los caracteriza, admiten una interpretación paradójica que explique exactamente lo contrario de lo que ellos pretendían hacernos creer. Con su habitual vocación sofística, el presidente Zapatero dijo en un programa televisivo: «La crisis es un estado de ánimo». Con lo que pretendía hacernos creer que los signos de derrumbe que por doquier nos hostigan -el paro galopante que devora hombres como un Moloch redivivo, la quiebra efectiva de los bancos maquillada mediante argucias que ya sólo se creen quienes desean ser engañados, etcétera- no son sino percepciones averiadas de un «estado de ánimo» propenso al pesimismo; y que basta con que nos abracemos al optimismo insensato de la idolatría zapateril para que todas estas calamidades se desvanezcan como por arte de ensalmo. Es rasgo distintivo de las idolatrías fundarse sobre «estados de ánimo» ilusorios; y también apelar a «estados de ánimo» ilusorios cuando la realidad se torna cetrina, para mantener en pie el embeleco.

¿Y sobre qué se ha mantenido en pie el embeleco de la idolatría zapateril? Pues, como todas las idolatrías que en el mundo han sido, sobre la promesa de un paraíso terrenal. Las idolatrías extirpan en el hombre la «vocación hacia lo alto», que es tanto como privarlo de fe en el futuro; y el hombre sin fe, desgajado de su futuro, necesita acallar de algún modo la amputación que la idolatría le ha infligido, necesita anestesiar el dolor de seguir viviendo mediante lenitivos de efecto inmediato. El lenitivo que la idolatría ha repartido a granel durante estos años, para anestesiar ese dolor incesante, se llamaba dinero: con dinero la idolatría ha mantenido a los hombres dóciles y adormecidos, voluptuosamente entregados a deleites que favorecían su ensimismamiento; con dinero la idolatría ha instaurado un paraíso terrenal de consumismo y hedonismo a granel, un reino de delicias universales donde cualquier capricho o apetencia era inmediatamente atendido, inmediatamente renovado, inmediatamente convertido en adicción. Ahora el dinero se desvanece súbitamente, como ocurre tarde o temprano en las idolatrías (que, básicamente, consisten en adorar un dios que no existe); y, con él, aquel lenitivo o anestesia que mantenía en pie el embeleco. Mientras se sostuvo la idolatría del dinero, los hombres hallaron el consuelo que en otras épocas buscaban en lo alto en el trasiego de la tarjeta de crédito; sólo que este consuelo era un sucedáneo que sólo creaba «estados de ánimo» ilusorios, exaltaciones y entusiasmos que ahora se revelan fantasmagóricos.

«La crisis desborda el diván», rotulaba ayer este periódico. ¿Dónde queda ahora ese «disfrute de la vida» al que nos exhortaban los señores ateos en sus campañas publicitarias de autobús? Pues en lo que quedan todos los paraísos de las sociedades idolátricas: en un carpe diem que arranca los capullos de las rosas mientras dura un «estado de ánimo» optimista; pero, cuando los capullos de las rosas se amustian, sobrevienen la depresión y la ansiedad, que son las boqueadas y estertores de los hombres que han apartado los ojos de aquella rosa inmortal que vio Dante. La crisis es, en efecto, un estado de ánimo; y los «estados de ánimo» son la condena de los hombres amputados que se fiaron de la idolatría y le entregaron su alma. «Estados de ánimo» de los que, por supuesto, los hombres no se liberarán tumbándose en un diván, sino recuperando la vocación hacia lo alto que la idolatría les amputó.