EL BIRLIBIRLOQUE DE RUBAL KAHN

Comparado con Zapatero, parece un príncipe florentino; y para sus adversarios, siempre guarda un puñal envenenado

 Artículo de Juan Manuel de Prada  en “ABC” del 11 de julio de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

A Rubalcaba sus detractores siempre lo pintan como un tipo que sabe desenvolverse en los lodazales y letrinas de la política, perito en trapisondas y cambalaches. Si acaso, le reconocen la inteligencia sórdida del truhán, del conspirador turbulento, del perro de presa avezado en marrullerías, urdidor en la sombra de maniobras canallescas. Una etopeya tan simplona quizá sirva como arma propagandística; pero lo cierto es que Rubalcaba es un político extraordinariamente dotado. Basta ver cómo se desenvuelve en la tribuna del Congreso o en las comparencias ante los periodistas para descubrir en él recursos que la mayoría de sus colegas no huelen ni de lejos: es sagaz, sarcástico, muy aceradamente insidioso y corrosivo, encantador cuando quiere serlo, viperino cuando las circunstancias lo exigen, de una rapidez mental temible y fustigadora. En los debates sobre el estado de la Nación, cuando participaba como portavoz parlamentario de los socialistas, tuvo intervenciones antológicas; y en sus rifirrafes con la oposición ha mantenido una prestancia correosa para defender lo indefendible. Comparado con Zapatero y con toda la recua de adláteres del zapaterismo de recuelo, parece un príncipe florentino; y, para sus adversarios, siempre guarda un puñal envenenado entre los pliegues de la ropa.

En una época en que la mayoría de los políticos son ganapanes sin oficio ni beneficio que tienen que tunearse el currículum para disfrazar su falta de méritos, Rubalcaba luce una ejecutoria académica notable. Tiene experiencia y dotes organizativas y negociadoras probadas; tan probadas que ha llegado a organizar o negociar lo que el escrúpulo moral repudia. Ignoro si posee el carisma suficiente para embaucar a los votantes, pues hasta la fecha ha exhibido siempre una veta irónica y desdeñosa propia del hombre soberbio; pero quienes lo conocen destacan su capacidad camaleónica para adaptarse al papel que le toca representar, y no dudan que sabrá ser populachero cuando la ocasión lo demande. En líneas generales, me parece el candidato óptimo para un socialismo en fase de derribo: el único capaz de detener la sangría de votos declarada en las elecciones municipales; el único capaz de evitar el desmantelamiento de su partido, después de un nuevo descalabro electoral; y también el único capaz de evitar in extremis ese descalabro, logrando unos resultados apañados que impidan la mayoría absoluta de la derecha y hasta le permitan el asalto a La Moncloa, arañando pactos y enjuagues con los partidos minoritarios. Lo tiene muy difícil; pero es el único que puede lograrlo. Sus conmilitones lo saben; y también sus adversarios.

Para lograr esa proeza, Rubalcaba tendría que lograr, sin embargo, una sugestión colectiva de magnitudes descabelladas. Tendría que infundir entre los votantes una suerte de suspensión de las facultades intelectivas, provocando en ellos un rapto de amnesia que les hiciese olvidar que quien hoy se presenta como candidato fue hasta ayer mismo vicepresidente plenipotenciario, que quien hoy se ofrece como solución a las calamidades que nos afligen fue quien hasta ayer las promovió. En términos estrictamente racionales, tal birlibirloque resulta imposible; pero Rubalcaba parece dispuesto a afrontarlo, tal vez porque sabe que la racionalidad ha muerto, sepultada entre consignas. Si lograra completar este birlibirloque inverosímil, habría que llamarlo Rubal Khan; y empezar a temblar.