LA DIGNIDAD Y EL PODER
Artículo de ROSA DÍEZ, Diputada socialista al Parlamento Europeo en “ABC” del 6-5-05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Desde la perspectiva europea es difícil entender de forma racional las cosas que
ocurren en Euskadi. Y no me extraña, porque somos un país único en el mundo.
«Somos diferentes», suelen decir machaconamente los nacionalistas, coincidiendo
así, en el fondo y en la forma, con aquel otro eslogan franquista «España es
diferente». Realmente los vascos no somos diferentes del resto de ciudadanos de
nuestro entorno, como no lo éramos los españoles de la etapa franquista. Pero
las sociedades en las que vivimos o vivíamos, las instituciones que nos
gobiernan, sí que son diferentes.
En el País Vasco se dan tantas paradojas que todas ellas juntas constituyen
nuestro verdadero hecho diferencial. No es nuestro paisaje, ni la laboriosidad
de nuestra gente, ni el desarrollo de nuestra tecnología o la modernidad de
nuestras ciudades lo que nos distingue de los demás. Tampoco el hecho de tener
un idioma propio, pues es habitual en España y en el resto de Europa la
convivencia, en mayor o menor armonía, de dos o varios idiomas en una región o
comunidad. Nosotros podemos presentar, sin miedo a coincidir con nadie, otros
muchos hechos que sí que nos sitúan como una realidad única e incomparable.
Citaré algunos ejemplos.
1. Somos el único país del mundo en el que conviven, de forma cotidiana y a lo
largo del tiempo, democracia y terrorismo. Hay ejemplos de democracias que han
sufrido ataques terroristas y también países que viven o han vivido
enfrentamientos internos entre terrorismos de distinto signo. Pero no conozco ni
un solo ejemplo en el que una organización terrorista «de la tierra», que nació
en las postrimerías de la Dictadura, se haya perpetuado durante casi tres
décadas para combatir el sistema democrático.
2. Somos el único país del mundo democrático en el que conviven opulencia y
terrorismo. Cuando alguien hace el discurso sobre «las causas» del terrorismo en
mi presencia y cita como elementos comunes y principales de su florecimiento la
pobreza y la ausencia de democracia, yo les cuento lo del País Vasco. Y noto que
me miran raro.
3. Somos el único país del mundo democrático en el que los terroristas atacan,
persiguen, amenazan y asesinan sólo a los miembros de los partidos de la
oposición. O a los periodistas, jueces y/o profesores que «no comulgan» con las
tesis de los gobernantes.
4. Somos el único país del mundo democrático en el que es la oposición la única
que necesita escoltas.
5. Somos el único país del mundo democrático en el que, cuando se convocan
elecciones, lo que se celebra de veras son votaciones. Porque una parte de la
ciudadanía tiene proscrito su derecho activo y pasivo a participar en aquéllas
en igualdad de condiciones con quienes apoyan o van en las candidaturas de los
partidos que están en el Gobierno. Por tanto, se vota, pero realmente no se
puede elegir libremente.
6. Somos el único país del mundo democrático en el que su Gobierno hizo un pacto
con la organización terrorista que lleva más de 30 años sembrando de víctimas
nuestra tierra, para asegurar la exclusión política de quienes no somos de su
misma ideología (más o menos el 50 por ciento de la sociedad).
7. Somos el único país del mundo democrático que tiene un Gobierno que
deslegitima desde las propias instituciones las normas que le permiten ostentar
el poder político; un Gobierno cuyo «ministro» de Justicia se manifiesta con los
que burlan la legalidad, cuyo «ministro» del Interior exige compensaciones para
la organización terrorista cuando se detiene a uno de sus miembros. El único
país que tiene un presidente que acoge, protege y defiende a una organización
que ha sido declarada por los más altos tribunales del Estado como integrante
del entramado terrorista.
Podría seguir poniendo ejemplos de lo que constituye nuestro verdadero hecho
diferencial. Pero sé que no hace falta. Ustedes ya se han dado cuenta de que el
nuestro, a diferencia de otros que por el mundo existen, requiere de la
aplicación de políticas excepcionales para su erradicación. Acostumbrados como
estamos, en este mundo globalizado, a pedir acciones para preservar la
diversidad, en eso también el País Vasco es diferente. Cuando nuestro hecho se
conoce, nadie quiere preservarlo, y las voluntades se acumulan para conseguir
erradicar esta mancha que ensucia la democracia y que es la gran asignatura
pendiente de España y Europa entera. Vamos, que no es diversidad, sino anomalía.
Decía antes que los ciudadanos vascos no nos diferenciamos apenas entre
nosotros. Los perseguidos y los verdugos, los cómplices, los consentidores, los
beneficiarios del chantaje, los cínicos, los tibios, los resistentes, los héroes
anónimos, los chivatos... en la calle, en el taller o en la universidad, en un
concierto o en un restaurante, todos somos bastante iguales. Bueno, lo correcto
sería decir: todos éramos bastante iguales. Hasta el extremo de que tuvieron que
empezar a amenazarnos, a perseguirnos, a asesinarnos, para que dejáramos de ser
iguales. Y ahora sí, ya somos diferentes. Lo curioso es que en Euskadi los
«diferentes» no son los que reivindican el hecho diferencial del pueblo vasco y
su historia milenaria, generadora, según ellos, de derechos tribales. No, aquí
los diferentes somos los que siempre supimos que éramos iguales que los demás:
entre nosotros y respecto al resto de los españoles. Aquí, la Estrella de David
que nos marca son nuestros escoltas, nuestra forma de vida, no tener costumbres
fijas ni horarios habituales, no poder ir con tranquilidad a determinadas zonas
de tu propia ciudad, no poder llevar a los niños al parque, ni pasear sola por
la playa o ir al monte solo con amigos. El terrorismo y el nacionalismo cómplice
y/o complaciente nos han hecho visibles, distintos. Han conseguido, sí, que
seamos diferentes.
No hace falta que les diga que ésta es otra de nuestras paradojas: los que
reivindican la diferencia viven igual que el resto de los españoles, amparados
por la Constitución, ejerciendo todos los derechos que ésta nos reconoce, desde
el derecho a la vida hasta el derecho a la libre expresión, a la participación
en los procesos electorales y a la libertad de movimiento o pensamiento. Y
quienes nunca quisimos ser diferentes seguimos reivindicando esa Constitución
que protege los derechos que disfrutan -otra paradoja- quienes la quieren
liquidar.
Yo he explicado a mis colegas europeos que el 17 de abril tuvimos en Euskadi una
nueva oportunidad para homologarnos con ellos. Les he contado que ha habido
elecciones y que es posible que esta vez mandemos a la oposición a quienes
durante 22 años han gobernado para mantener unos hechos diferenciales que
avergüenzan a cualquier demócrata. Les he explicado que en el País Vasco hay dos
partidos autonomistas y constitucionalistas -uno de izquierdas y otro de
derechas-, y que juntos pueden conseguir que los gobernantes actuales no tengan
la oportunidad de mantener esa indignidad. Les he explicado que esos dos
partidos compiten cada cuatro años para lograr la mayoría y formar el Gobierno
de España; que representan dos opciones ideológicas y que contraponen sus
modelos en lo cultural, educativo, de vivienda o empleo. Y les he dicho que en
Euskadi sólo será posible provocar la alternativa si ambos partidos nos lo
planteamos como un objetivo de Estado y sumamos fuerzas para que dentro de unos
años podamos contraponer, también aquí, nuestras propuestas políticas y disputar
con normalidad en las urnas.
Me entendieron perfectamente. Porque los europeos tienen memoria. Y saben que
ante situaciones extraordinarias se requieren medidas excepcionales. Mi
propuesta les pareció bastante más normal que las cosas que ocurren
cotidianamente en el País Vasco sin que al parecer a nadie le llamen la
atención. Por eso espero que los votos que los ciudadanos han depositado en
apoyo de las opciones constitucionalistas se utilicen bien. Y que quienes tienen
la obligación de gestionarlos y pueden impulsar un Gobierno de cambio pongan por
delante de sus opciones personales, de sus cálculos políticos o de sus
ensoñaciones históricas, la dignidad y el sentido de Estado. Y espero que los
dirigentes de mi partido no hayan olvidado las palabras que Pilar Ruiz le
dirigió a Patxi López el día que se cumplía el segundo aniversario del asesinato
de su hijo Joseba Pagazaurtundúa: «Cuando tengas que tomar decisiones, pon en un
lado de la balanza lo más importante: la vida, pero también la dignidad. En el
otro lado pon entonces el poder y el interés del partido. Y sabrás si tu
decisión es correcta o no. No te olvides de que quien pacta con los traidores se
convierte en un traidor».