CAROD,
PUJOL, DURAN Y BATASUNA
Artículo
de Carlos
Dávila en
"ABC" del 11-9-02
Con un muy breve comentario al final
(L. B.-B.)
Carod-Rovira,
aliado de Maragall (¿por qué se desdeña el dato?), ha optado por justificar su
tropelía, sus devaneos con Batasuna, con un infantil: «Los demás también lo han
hecho». Que se sepa, ni los enviados de González en Argel ni los de Aznar en Zurich pidieron a ETA terrorismo selectivo; tampoco se
ofrecieron como representantes de la banda, o de sus políticos, en España. Esa
es la diferencia que no alcanzan a disimular Carod-Rovira, Llamazares, que
nunca alcanza a ver nada, o Duran Lleida, que ha realizado una declaración
-duele escribir esto- realmente miserable. Según el líder de Unió, el conchabeo de Esquerra con Batasuna «contribuye a las tesis
del PP». A Duran le pasa algo; como dicen ellos, los catalanes, «tiene que
hacérselo mirar», porque no es normal tanto desvarío.
El nacionalismo catalán en su conjunto tiene que revisar toda su estrategia
respecto al vasco. Sobre todo respecto a Batasuna. No es que Esquerra mire con
simpatía a ETA y Batasuna, sino que se complace en compartir objetivos. Por
uno, la independencia, CiU o la Generalidad, que ya no se sabe quién es quién,
ha sufragado generosamente los órganos de expresión del pancatalanismo
en Valencia. En uno de ellos, «El Temps», se han
publicado todos los repugnantes mensajes de Pepe Rei;
incluso, la revista ha servido de transporte para las suscripciones de «Ardi Beltza», primero, y de «Kale Gorría», después. Pepe Rei y sus secuaces saben cuántos amigos tiene en esos
pagos. De forma que el nacionalismo catalán no es inocente en este asunto.
Está bien condenar, como lo ha hecho Esquerra, los atentados de ETA, pero está
mal prestar voz y vehículo a los compinches de ETA. Ahora mismo, ahora mismo
-escribo-, muchos nos preguntamos por qué los terroristas de ETA que mataron en
Santa Pola se movieron con tanto desparpajo en
poblaciones como Torrente o Algemesí, o quién o
quiénes acompañaron a los asesinos por el «tour» que realizaron por Valencia.
Aquel no fue un recorrido fotográfico. Los terroristas detenidos tenían en su
poder información completa de cuatro enclaves céntricos de Valencia; en los
cuatro quisieron colocar bombas. Todo el nacionalismo catalán tiene que revisar
sus relaciones con el abertzalismo, el moderado y el radical. En otro caso, y
como las cosas sigan así, hay derecho a pensar que Carod ha buscado impunidad
para su tierra catalana, y que CiU no sabe lo que hace subvencionando a ciertas
gentes.
BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)
Dávila detecta aquí un problema real: ¿qué nacionalismo ha de
definir a sectores significativos de Cataluña? Y no es un problema baladí, no
sólo para Cataluña, sino para el resto de España.
Y es un problema real, como decía, que afecta a los partidos
nacionalistas catalanes: se detecta perfectamente en sus juventudes, o en
sectores significativos de los partidos mayoritarios (CDC, UDC), o en la
mayoría de ERC. Y se manifiesta con toda claridad en las vacilaciones
estratégicas de sus dirigentes en momentos críticos, o en asuntos como los de
estos días de ERC en su relación con Batasuna.
Pero lo que comentaristas como Dávila y otros deberían tener en
cuenta es esta coexistencia de diversos niveles de actores en el nacionalismo
catalán, que operan desde y sobre una sensibilidad herida por la Historia en
las élites y sectores del pueblo de Cataluña. Sentimientos de identidad herida
que a veces se agudizan artificialmente, o que a veces se identifican
erróneamente como un rasgo permanente del pueblo catalán. Esta sensibilidad
herida debería cicatrizar ya, si no se quiere que sea una sensibilidad
enfermiza, y cohonestarse con la reconocida e innegable sensatez y racionalidad
del pueblo catalán. Y en eso están: es un proceso largo, penoso y
contradictorio, al que hay que ayudar con delicadeza. Criticando, pero también
distinguiendo, sin descalificaciones globales. Y denunciando errores graves
como los de ERC de estos días, que constituyen un síntoma de las inercias y
anacronismos en los flancos del nacionalismo catalán.