EL EXTREMISMO TOLERADO
Artículo de EDURNE URIARTE en “ABC” del 25/01/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La
izquierda española descubre, condena y hasta inventa una y otra vez a la extrema
derecha, pero continúa siendo incapaz de reconocer a la extrema izquierda. Y las
indignadas declaraciones de Alfredo Pérez Rubalcaba sobre la manifestación del
sábado pasado o el fulminante comunicado del Gobierno nos dejan con un regusto
amargo por su llamativa incapacidad para identificar el paralelismo entre los
comportamientos antidemocráticos de esa manifestación y los de los manifestantes
de hace unos meses contra el Gobierno popular. Los socialistas han condenado el
«comportamiento vil y miserable de los derechistas exaltados y radicales», pero
nunca antes habían denunciado con claridad a los izquierdistas exaltados y
radicales que insultaron y agredieron a los políticos del PP.
Y, sin embargo, las actitudes violentas e intolerantes del sábado reproducían
milimétricamente algunos comportamientos del 12 de marzo, o del 13, o de muchas
de las movilizaciones contra la guerra de Irak que tuvieron lugar meses
anteriores. En todas esas ocasiones ocurrió en España exactamente lo mismo que
el fin de semana, pero con dos diferencias significativas. Entonces, las
actitudes intolerantes fueron repetidas y mucho más extendidas, y lo que es aún
más importante: mientras que en esta ocasión el Partido Popular o los
organizadores de la manifestación ni siquiera han esperado al día siguiente para
denunciar esos comportamientos, todavía echamos de menos una condena comparable
de los socialistas hacia la extrema izquierda.
El desequilibrio deriva del viejo y enquistado problema ideológico que lleva a
algunos a persistir en la creencia de que la extrema izquierda es más tolerable
que la extrema derecha por su pretendida representación de los pobres y
oprimidos. Es la asignatura pendiente de nuestra democracia y, en general, de
todas las democracias, porque ni siquiera la caída del muro de Berlín consiguió
corregir esa manipulación histórica según la cual los totalitarismos de
izquierda fueron menos condenables que los de derecha. Si a esto añadimos en
España los efectos del franquismo y la continuación de la hegemonía de los
intelectuales de izquierda, el resultado es una resistencia aún mayor a la
lectura crítica del radicalismo de izquierda.
Y en la medida en que ni se la rechaza ni se la aísla, la extrema izquierda
continúa contaminando a la izquierda democrática. Sobran las alertas sobre una
extrema derecha que el recuerdo del franquismo se ha encargado de neutralizar y
falta el reconocimiento de una extrema izquierda que se pasea con la cabeza alta
por la política, la cultura o los movimientos sociales con pretensiones de
progresismo y legitimidad democrática. Nadie pretende encontrar argumentos para
comprender la furia de los agresores de Bono, pero nuestro país estuvo lleno de
páginas dedicadas a la provocación y a la culpabilidad del Gobierno de Aznar. Lo
del sábado ha sido unánimemente denunciado; su equivalente de hace unos meses
aún espera la misma repulsa generalizada.